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La Chica del Sur

La flor de la reunificación

 

por Julio César Durán

 

Era el final de los años ochenta y el mundo estaba cambiando. La realidad mundial (en su lado político, por lo menos) estaba muy lejos de ser el pastiche vacío, tranquilizador, kitsch, a la Mtv que occidente representaba. En el escenario, el acto principal había consistido en la matanza de estudiantes en Pekín, y no tendría su clímax sino hasta la caída del muro de Berlín y por supuesto la mediatización de la revolución rumana. En medio, la entonces Unión de Repúblicas Soviéticas auspicia el XIII Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes en el corazón de Corea del Norte: así, en un acto sin precedentes, el aislado país abría sus puertas por primera vez en años.

Así nos captura la aventura de juventud del documentalista argentino, José Luis García, con su película La chica del sur (2012), donde rememora el viaje a dicho festival en un logrado montaje hecho a partir de lo que registró con una cámara de video en formato VHS: la nostalgia y aquel momento único se roban nuestras miradas desde la imagen pixeleada. Entre unas multiétnicas y multidisciplinarias jornadas, inocentes, incluso ingenuas, con una fuerte convicción que los llevaba a encontrarse en Corea del Norte, García presenta a sus contemporáneos como bien intencionados personajes que querían cambiar las cosas, un conjunto de “izquierdas” que pugnaban por mejoras de vida en el proletariado y se oponían de manera férrea a la producción de armas nucleares.

Pues bien, en medio de todo este fervor de turismo revolucionario, como el realizador le llama, en medio del encuentro con un lugar cerrado culturalmente, pero también abierto de una manera más personal, incluso podríamos decir familiar, García y el mundo entero –al menos el mundo más receptivo y atento a los signos de los tiempos– tienen un choque de frente con algo inesperado: una joven llamada Lim Sukyung, oriunda de Seúl (Corea del Sur), llega de manera furtiva a Pyongyang para participar del Festival.

A partir de aquí comenzamos a ver a una Corea distinta, tanto en su versión norteña como sureña. Vemos a la parte comunista como seres incomprendidos, odiados, satanizados de la manera más literal, sin embargo poco abiertos. Por su parte, a los capitalistas los vemos como una (casi) dependencia, tanto cultural como política, que posee un mapa lleno de bases militares norteamericanas –aéreas, de resguardo de armamento, etc.–, y se muestran intolerantes con su otredad más cercana. Como siempre, y esto se hace patente en imagen, estos países hermanos no están en ningún momento separados por muros, sino por ideas. Nos encontramos con la “frontera más vigilada del planeta”, donde las milicias de ambos lados están a no más de 2 metros unos de otros, donde la sur Corea tiene como efectivos de seguridad a gente de países occidentales.

Aquí es donde compartimos con García un interesante enamoramiento. Nos sumergimos en una empatía de la llamada “Flor de la reunificación”, es decir, de la joven y bella Lim Sukyung, quien lejos de ser una activista política de tiempo completo, funge como una muestra social de algo que nadie se atrevía a decir. La película encuentra una hermosa forma de narrar una historia, mejor que cualquier drama de ciencia ficción, ya que la chica del sur es prácticamente un individuo en tierra desconocida, cual extraterrestre. Corea del Norte se vuelca hacia su “vecina”. Todo el mundo quiere saber quién es, qué hace, cómo es ella; todo el mundo quiere tocarla, mirarla, saber más de su lugar de origen y de sus intenciones.

 

Tras el largo plano que encumbra el paso del primer al segundo acto de este documental, donde vemos entre sueños a la bella flor perderse, mientras camina bajo la gigantesca estatua de Kim Il Sung en el Palacio del Sol Kumsusan, nos enteramos que la chica del sur es acusada de subversión y espionaje por su propio país. Tras dar un largo recorrido de Tokio a Berlín, y de ahí a Moscú para regresar a su natal Seúl, Lim es sentenciada a 10 años en prisión (de los cuales sólo cumple 3). Más tarde, con una vida irremediablemente pública, con estudios en comunicación, un hijo fallecido y un ingreso a un templo budista, el rastro de la joven se pierde.

El espectador viaja con el realizador en la búsqueda del momento que se quedó grabado en su memoria. Este viaje nos abre los ojos y nos lleva a encontrarnos más que con un personaje, con un ser humano. Sí, las consignas de Lim criticarán la dictadura militar de Corea del sur y por intentar sacar a los Estados Unidos de su propio país –cabe aquí señalar el interesante, aunque breve, retrato del barrio internacional de Seúl, que se encuentra al lado de una base militar norteamericana–, pero la cámara, con todo y la resistencia que la madura flor pone, nos deja mirar a los ojos de una persona: la figura política deja de serlo para convertirse en una mujer en toda su complejidad.

La chica del sur es un filme de factura simple y eso nos arrebata emociones todo el tiempo. García logra tocarnos y compartirnos su fascinación por Lim Sukyung, desde la juventud en que se vuelve materia pública –al enterarnos de su educación anticomunista–, hasta su labor como profesora en el justo momento donde vemos cómo la Corea del Norte amenaza con desarrollos nucleares, mientras que la del Sur lleva al poder al viejo partido conservador.

Obviamente, ambas naciones terminan por decepcionarla, echando por tierra los avances de la utópica unificación y dar un retroceso temporal. No obstante, la persona permanece, tiene esperanza y más allá de todo se logra, desde el cine, concebir a un ser humano.

 

20.06.13

 



Julio César Durán


@Jools_Duran
Filósofo, esteta, investigador e intento de cineasta. Después de estudiar filosofía y cine, y vagar de manera "ilegal" por el mundo, decide regresar a México-Tenochtitlan (su ciudad natal), para ofrecer sus servicios en las....ver perfil
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