por Julio César Durán
Uno de los directores consentidos de la industria regresa desde su último filme –Red Social (2010)– en un encuentro violento con un género cinematográfico que se le da muy bien y que fue, desde el inicio de su carrera como realizador de cine, lo que puso su trabajo en los ojos de todos los cinéfilos del orbe, estoy hablando por supuesto de David Fincher.
Por fin (y con un mes de retraso) llega a la cartelera mexicana La chica del dragón tatuado (2011) con nombres más que populares en su reparto, llámese Daniel Craig o Christopher Plummer, y con una revisión al mundo del trhiller en dos aspectos, tanto en microcosmos (véase la filmografía misma de Fincher) como en macro (por sus guiños a casi todo lo que tiene que ver con el género).
Vamos por partes. Ésta que es la pieza más reciente de la obra de David Fincher, ocurre dentro de un momento interesante en su carrera. Fincher, desde su filme Zodiaco (2007) ha apostado de una manera ferviente, casi podríamos llamar necia, al cine digital y lo que la técnica de este medio le proporciona al lenguaje cinematográfico: el mismo Jeff Cronenweth, cinefotógrafo de La chica del dragón tatuado, quien lo acompañó ya en El Club de la Pelea (1999) y en la ya mencionada película sobre Facebook, ha dicho que algunas historias son para ser contadas en digital. Así, el realizador le ofrece al cine norteamericano, una vez más, un cuento de detectives que evidencía todo el tiempo el medio a través del cual está siendo contado, véase en los lentes usados para aumentar los reflejos de las lámparas y focos que aparecen en pantalla, el color y claroscuros que tiene la imagen, la textura de la misma; o incluso, el uso recurrente de los medios digitales, por parte de los personajes, tanto de la vida diaria y uso común, como de los necesarios para el periodismo e investigación. En este filme, Fincher saca a relucir el mundo del que salió, que definitivamente tiene todo que ver con la manufactura cinematográfica de la era digital. Desde los créditos de inicio, que llegan después de una escena de establecimiento innecesaria, el director nos recuerda que él, junto con la mayor parte de su generación, salió del mundo del videoclip y de los cánones y ritmos marcados por grandes medios como MTV, y lo recalca con el cover de la famosa canción de Led Zeppelin, aquí revisitada por Trent Reznor y Karen O, que acompañan una suerte de vista tan general como velada, al modus operandi del misterioso asesino, antagonista de la cinta, exactamente de la misma manera que en los créditos de Seven (1995).
David Fincher hace evidente, desde el principio, el vientre del que fue parido. Después, el trabajo del norteamericano es desperdiciado a ratos por una edición que intenta ser vertiginosa y abarcante. Desde que empezamos a saber que la reputación y trabajo del escritor protagonista han sido echados abajo, hasta pasada la primera media hora de película, donde ya se empieza a perfilar el misterio que es motor de todo el cuento –la desaparición de la joven Harriet en los años 60–, se podría decir que La chica del dragón tatuado se encuentra en el reino de la elipsis. Fincher siempre ha sido veloz e intenso a la hora de narrar, pero su estilo (lleno de elipsis, sí) no se deja ver hasta ya bien entrada la película en sus conflictos, no sé bien si por el trabajo de adaptación de la novela de Stieg Larsson por parte del guionista –a quien vemos hacer un guiño a su cinta como director, Searching for Bobby Fischer– o por el editor, pero en la estructura narrativa claramente se sienten huecos y de repente cojea en ciertas partes.
Definitivamente, La chica del dragón tatuado es un espécimen fílmico interesante y complejo. Como todo cine industrial, es entretenimiento de bello y portentoso acabado, de manufactura impecable. Su alma, es decir el guión, tiene todos los momentos cliché del thriller más exquisito, pero sí llega a ponerlos de cabeza e impactar genuinamente al espectador, aunque lamentablemente termina siendo la misma película dramática donde los personajes aprenden unos de otros y cierran círculos familiares o de vida, no del todo claros por cierto, que a los norteamericanos les gusta hacer/ver una y otra vez.
Los aciertos son muchos. Uno de ellos es que Fincher, como hemos dicho, toca todos los tópicos del cine de género. Desde el asesino que llega a ser el más cercano, el más preocupado por esclarecer el crimen y el más diligente para con el protagónico, que termina siendo no-culpable; la joven (del título) que ha tenido que pelear mil batallas para sobrevivir y logra vengarse de todos los hombres, pero se rinde ante el protagónico; la relación entre una especie de hija/pupila/amante con el maduro y experimentado escritor, misma que se voltea y deja como inexperimentado al hombre mayor y como gran heroína a la joven; etc.
Otro acierto son los flashbacks, que vienen en tanda doble: unos son visuales, perfectas elipsis, que nos cuentan toda una historia que por sí misma sería una película a parte; y los otros sonoros, filtros de voces en off de la joven desaparecida hace 40 años, que le dan un toque nostálgico, incluso radiofónico (medio que, con los recursos digitales de hoy en día, parecería obsoleto).
Un acierto más es que toda la ansiedad y terror provocados por la maldad que aqueja al mundo de la película, hablando de cine de género, son los mismos que pueden verse en la historia del cine en sus etapas más álgidas. El asesino es un producto del nazismo más dogmáticamente cristiano y los personajes y escenario, que emulan la vida en la Europa nórdica, no arrastran las culpas de siempre, si no que admiten e incluso repiten sus conductas fascistas, como en los suspense de los 40 y 50.
El gran giro y revisita al joven Fincher, que el ahora “viejo” Fincher explota, se trata de un auto homenaje a su mejor cara: el de la violencia explícita, la de los crímenes mórbidos y rituales. El asesino de La chica del dragón tatuado utiliza los pasajes del Levítico para llevar a cabo la obra y castigos divinos. Al igual que el oscuro antagonista de Seven, aquí también emplea rituales pacientes y metódicos, pero al contrario de su “hómologo” noventero, el asesino es un hombre fino y público, no un oscuro y acechante fantasma de carne y hueso, cuyo intermedio bien podría ser la bestia extraterreste de su primer largometraje, Alien 3 (1992). También, otro giro con respecto a la cinta del asesino de los pecados capitales (nada lejano a su asesino del zodiaco) es que en la película de los 90, el detective joven es poco experimentado e inquieto, y en la de 2011 es el escritor maduro; en la noventera la erudición y paciencia del viejo detective develan todo el misterio, mientras que en la re-versión de su Alien/Seven/Zodiaco tatuado, el conocimiento de los nuevos medios y el nerviosismo casi obsesivo-compulsivo de la joven investigadora son los elementos que rescatan de la perdición al maduro escritor.
Por último, las grandes ventas de espacio publicitario en cine, bien aprendidas por la generación de Spielberg (cfr. Back to the Future, 1985), son utilizadas al máximo en este filme, por demás evidentes anuncios comerciales, donde pagaron su rincón en la pantalla los cigarros del vaquero, el refresco rojo, la marca nórdica de teléfonos, las computadoras de la manzana, el buscador más famoso de la red, las hamburguesas del payaso, etc. Pero todo eso puede olvidarlo un buen entusiasta del trabajo de David Fincher, cuando vemos una gran cita textual y homenaje a otro grande de su generación: en la confontación final de La chica del dragón…, vemos una versión nueva y brutal del final de Tesis (Amenbábar, 1996), que el realizador español estrenara un año después de la antes mencionada Seven.
Con Atticus Ross y Trent Reznor en el score (no en el soundtrack), con su fotógrafo de cabecera y con una visión trepidante y cercana al videoclip de hace dos décadas, La chica del dragón tatuado tiene todo para ser el gran blockbuster de la temporada, a pesar de sus carencias y de ser, y los seguidores de Fincher se darán cuenta, el Seven de la era digital.
22.01.12