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Cuento de hadas para dormir cocodrilos

 

por Brianda Pineda

Un olor de criaturas que en la noche no conocen el sueño,
que sólo detentan su amor entre sus garras,
con los ojos abiertos a la medida de su hambre
y a la medida de su sueño

Señal nocturna, José Carlos Becerra

 

Cine mexicano, maldición poética. La filmografía de Ignacio Ortiz nos acerca con su segunda película a la contemplación de un árbol genealógico de duraznos, ese de las raíces profundas, cuyos nombres han sido escritos por el horror. Cuatro generaciones cuyo destino fue repetir la traición mítica del hombre asesinando a su propio hermano, el desterrado eligiendo hacer justicia por su propia mano. Una justicia absurda sólo comprendida en los marcos tramposos de las circunstancias históricas: la intervención francesa y la repartición de tierras en los años en que Benito Juárez estuvo en el poder, la revolución y sus saqueos, la aparición de sequías y vientos estériles en un campo antes conocido por su abundante cosecha, la migración hacia el norte. Los fraudes legales a la orden del día.

En Cuento de hadas para dormir cocodrilos (Ortiz, 2002), el “Caín” que por nombre tiene el de Arcángel (Arturo Ríos), renunció al sueño por atreverse a mirar de frente los ojos profundos del coyote. Dueño ya de un nombre falso comprado con el dinero que heredó su hermano, además de una extensión de tierra en el paisaje árido de Oaxaca, funda el linaje de los Arcángeles con unas manos que, aunque invisibles, habrán de llevar el crimen y sus malos presagios en la sangre, oculto como el latido de un revolver enterrado hace tiempo a los pies de la casa familiar. Muerto “Abel” (el que sueña para contarle a “Caín” sus deseos), queda un heredero único de la gracia de un padre que –sólo dios sabe por qué– negó a uno de sus hijos en sus últimos tratos con la ley. La serpiente que sirve de argumento al filme se ha mordido la cola.

Miguel Arcángel Juárez es el primer hilo narrativo del que se sirve Isabel –un elocuente y demencial personaje encarnado por Luisa Huertas, que sirve a manera de parca griega–, la curandera del pueblo, para revelarle al bisnieto, Arcángel (el mismo Ríos) quien ha viajado desde el Distrito Federal para despedirse de un padre muerto hace tiempo, el secreto de su insomnio y la advertencia fatídica que desencadenará el caos y vértigo de un hombre que sin soñar va en busca de la esperanza y no consigue sino caer en un mundo de bocas, rechazando el beso lascivo del amor y de niños perdidos en un silencio oscuro.

Los tiempos cambian pero la sangre es parecida al agua, esa joven memoria del olvido, y el lenguaje cinematográfico de Cuento de hadas para dormir cocodrilos rescata una visión poética del mundo. Apartando de la mira los merecidos premios que obtuvo en su momento, cediéndole la humildad y aprecio correspondiente al espectador, no podrá éste negar que el guión es maravilloso aun cuando se enfría por momentos. Puedo decir, sin ánimo de sonar hiperbólica, que la película de Ignacio Ortiz comparte cierto aire enrarecido a cuyo encuentro acudimos en la narrativa de Juan Rulfo o los poemas coléricos de Rosario Castellanos, incluso en La feria de Juan José Arreola. Medio siglo después, la adaptación de una época, los principios y mediados de siglo XX, se observan como una nostalgia bien cuidada, una imagen estrechando la mano del espíritu pictórico pues los colores del filme, quizás por su cercanía al paisaje de la sierra como espacio donde reina la cámara, son otoño acariciado por el sol, una estación desteñida.

Después de una década de su estreno comercial, la visión de ésta película es cercana, por apostar más a la sombra que al árbol mismo. El filme es un recordatorio y una reflexión sobre los sueños y las pesadillas que engendra una realidad que acaso es dictada por la sangre, por los sacrificios acechando consciencias con su brillo de armas blancas. Es también, pese al asombro que lo acompaña, una mirada fría de las pasiones que el mexicano atesora aún en medio de ese sentimiento de pérdida, tan común a los hombres cuya tierra es suya porque alguien, quizás una sombra extranjera, se las ha dado. No será lo mismo verla a solas que acompañado de la respectiva familia y eso dice mucho de ella. Cuento de hadas para dormir cocodrilos es ese cauce en el que vamos como niños radiantes siempre a punto de ahogarse, siempre a nada de cruzar a la otra orilla.

 

25.08.14

Brianda Pineda


@brryanda

Xalapa, 1991. Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Veracruzana. Ganadora en dos ocasiones del Premio Nacional al Estudiante Universitario Carlos Fuentes. Ha publicado reseñas y artículos en La Palabra y el Hombre y reseÃ....ver perfil

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