por Qornelio Reyna
Recientemente, algunos actores, productores y directores mexicanos han disfrutado de las mieles de Hollywood. Ejemplo de ello: Cuarón con Gravedad (2013) o “El chivo” Lubezki y posiblemente González Iñarritu con Birdman (2014), quienes han dado pie a un tema de discusión, la cual gira en torno al origen de sus obras y sus posteriores galardones. ¿Se pueden considerar “triunfos nacionales” como los medios dictaron cuando Cuarón fue acreedor al Oscar o no? Ya que si bien su nacionalidad es mexicana, sus obras son producciones extranjeras.
Para la 87 entrega de los Premios Oscar existen esperanzas para una producción completamente mexicana con un proyecto que nació como un trabajo escolar del nicaragüense Gabriel Serra, producido por el Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC) del INBA.
La Parka (Serra, 2013) es un cortometraje nominado a la sección: Mejor Cortometraje Documental, que retrata la historia de Efraín, trabajador de un rastro en el Estado de México, cuya función es matar reses para después ser distribuidas a los largo del Distrito Federal.
A través de planos cerradísimos (en su mayoría), Serra nos brinda una experiencia visual íntima que a la vez que impide lo explícito de la matanza. También nos aproxima a Efraín, quien afirma: “cuando me muera se acabará mi mundo, pero el infierno lo vivo aquí”.
Ese mundo lleno de máquinas de metales fríos rodea a personajes humanos que se han impedido sentir dolor por costumbre y por necesidad, pues a final de cuentas es un trabajo y de algo hay que vivir, a pesar de las reprimendas familiares respecto a la naturaleza de sus empleos, sin embargo, sin los cuales muchas de esas familias no tendrían sustento ni tampoco alimentos carnívoros que llevarse al plato, denotando así una suerte de doble moral.
Serra es breve, tajante, crudo, pero también cálido pues permite demostrar el lado humano de Efraín dándole presencia en una voz en off, reflexionando sobre las consecuencias de transitar al borde la vida y la muerte, tanto de las reses como de la propia.
Fuera de aquel infierno, Efraín parece vivir una ilusión, un sueño en el que brilla el sol y sus hijos corren plácidamente pero que siente ajena, pues su realidad es otra. Todos los días mata alrededor de 500 reses, por lo que se le ha dado el apodo de “La Parka” y parece aceptarlo como consecuencia de la vida que ha elegido y que le ha traído pesadillas mortales.
La sensibilidad de su discurso se combina de manera mecánica con la frialdad de las imágenes, que narran a pulso las vicisitudes del entorno y crean una atmósfera sombría sin pretensiones de ningún juicio, cuya unión no tiene otra finalidad más que la de hacer visible lo que se calla dentro del resto de la vida social, invitando al espectador a una revisión de ambas caras de la moneda. Por un lado, el origen de nuestros alimentos diarios, por otro, la búsqueda de la sobrevivencia bajo la presión que sienten quienes realizan estos trabajos poco convencionales.
18.02.15