por Carlos Alberto Rivera Olmos
Cuando el productor Óscar Dancigers motivó a Luis Buñuel para realizar una historia sobre los niños en situación de calle, el cineasta aragonés naturalizado mexicano, no escatimó en recursos creativos ni en esfuerzo. Todo fue vertiginoso en la producción de Los olvidados (1950). Desde su génesis hasta su llegada a Cannes, el filme siempre navegó por aguas incesantes, azarosas, incómodas.
El relato de Pedro (Alfonso Mejía) y El jaibo (Roberto Cobo), no tardó en indignar a las “buenas conciencias”, las que decían amar a México sobre todas las cosas. En ese sentido, Jorge Negrete fue un detractor categórico de la película al igual que algunos técnicos y colaboradores del propio Buñuel que abandonaron el proyecto en plena etapa de rodaje. Resalta el caso de la encargada de peluquería, que dimitió al conocer la escena en que Pedro llega con hambre a casa y su progenitora le niega el alimento. La trabajadora, de acuerdo con el realizador oriundo de Calanda, argumentó que eso en su país ninguna madre lo hacía.
Los olvidados se estrena en México en 1950. Dura sólo tres días en cartelera e, inmediatamente, diversas voces piden la expulsión de Buñuel por presentar un retrato irreal, saturado de penuria y violencia, de la patria mexicana. La suerte le cambia en 1951. Debido a sus méritos artísticos y al inconmensurable apoyo y promoción de Octavio Paz en pleno servicio diplomático, en Francia, y de otros intelectuales, como Jacques Prévert y Jean Cocteau, el festival de Cannes premia a Buñuel como mejor director. A partir de ahí, Los olvidados alcanza el prestigio internacional y su reivindicación en México (en 1952 la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas le otorga once estatuillas Ariel).
Es tanto el impacto que tiene el filme en el ámbito cinematográfico como en lo social, que 54 años después de su estreno, la UNESCO lo declara patrimonio documental de la humanidad, en la categoría Memoria, volviéndose así, una de las películas distinguidas como “Memoria del Mundo”. ¿Y dónde quedó el nombre de Jesús R. Guerrero?
En 1911, en un pequeño pueblo de Michoacán, nace Jesús R. Guerrero. Su infancia transcurrió en un entorno de miseria, agobiada por los constantes actos de furia de la Revolución Mexicana. Para diversos pensadores, dicho contexto contribuyó para que la pluma de Rodríguez fuera, irremediablemente, trágica. Así lo demuestra en su novela Los olvidados, escrita en 1944, seis años antes de la realización de la cinta de Buñuel, una imagen cruda, pero real, de la clase pobre mexicana, de sus derrotas, de su sufrimiento.
Ahí, como en la película de Buñuel, se habla de la juventud abandonada, desposeída, víctima del fracaso de una sociedad incrustada en la desigualdad. Ahí no hay un Jaibo, pero sí hay un Vaina. No hay un Pedro, pero sí hay un Martín Gay. Incluso, también cuenta con un can que pela los colmillos y gruñe. La propia portada de la novela, realizada por Guillermo Nieto, muestra a un perro sombrío que aúlla impasible mientras a un costado suyo yace un joven muerto. La pintura no hace si no recordarnos a la escena climática de Buñuel (tan aplaudida por el público), en donde la figura de un perro inclemente se superpone al cuerpo abatido de El Jaibo.
Para el escritor José Carmen Soto Correa, la novela de Jesús Guerrero es la base principal que sostiene al filme de Buñuel. Muchos son los indicios que respaldan su aseveración: las coincidencias narrativas; las acusaciones de plagio que distintos creadores le imputaron al cineasta, como Rodolfo Usigli y José Antonio Nieves Conde; las decisiones de utilería y decorado que resultarían inverosímiles si no se tuvieran presentes algunas puntualidades de la novela… Soto Correa tiene claro que Jesús R. Guerrero no recibió el crédito que le correspondía, por eso, a través de sus escritos ha pugnado por la defensa del narrador michoacano.
Otras plumas e instituciones han hecho público el caso de Jesús Rodríguez. Destacan la investigación periodística de Francisco Castellanos para la revista Proceso, las aseveraciones de Humberto Musacchio en su Diccionario enciclopédico de México, y la labor del Instituto Politécnico Nacional por rescatar y promover la obra del hombre ausente de Los olvidados.
La omisión, no demerita el talento ni la calidad artística del amigo de Lorca y de Dalí. Buñuel (y la producción) habrá tenido sus razones (justas o no). Pese a eso, resulta importante reconocer el trabajo de un novelista, que, en palabras de José Revueltas: “prefiere que por debajo de su voz, por debajo de sus palabras, por debajo de sus personajes, transcurra, como un río sordo y oculto, el dolor de los hombres, atónito, atónito hasta la muerte. Como México. México atónito”.
En usted radica la decisión de omitir o no a Jesús Rodríguez Guerrero. En leer o no a sus olvidados olvidados. En resarcirlo. En recordarlo. Usted tiene la última palabra.
09.04.15