Para no dejar la buena tradición de recordar filmes que propusieron un punto de vista particular sobre una circunstancia particular sobre el factor humano, decidimos publicar una revisión de esta cinta del renovado cine independiente estaounidense, que fue bien acogido por los reflectores de la industria.
por César Flores Correa
¿Se imaginan un elefante siendo ignorado dentro de un salón de clases? Para empezar, ¿que tendría que estar haciendo un elefante dentro de una escuela? Es ahí donde Gus Van Sant nos demuestra su analogía, mostrándola como aquella violencia ignorada que es filmada con aciertos técnicos como los travellings por el campus y con la libertad creativa de Van Sant, encuentra el camino a través de los pasillos de un ficticio instituto Columbine y lo hace inesperadamente con actores no profesionales, asestando frenéticamente algo que hacía falta, un retrato del averno que se vivió en aquellos sucesos.
Cabe señalar que durante aquellos años, el tráfico ilegal de armas en los Estados Unidos, era una situación apremiante para los jóvenes que se encontraban en busca de armas de fuego, ya que el acceso a las mismas se trataba con toda simpleza. Es aquí donde tal vez se encuentra el enemigo íntimo de la película, esa incapacidad de retratar un contexto más detallado y necesario, para que entendamos el porque desde su inicio hasta el final, explorar las causas de dos adolescentes que a penas se muestran por lapsos, porque si de cualquier manera vamos a terminar en la boca del lobo, que sea una cacería completa.
Esta narrativa desde diferentes momentos y puntos de vista se agradece, además le otorga un estilo propio, sin embargo, puede costar al principio a la hora de hilar los momentos clave, donde todo se va construyendo hacia la inevitable tragedia del final, como una bala detenida por el tiempo, Elephant se cocina a fuego lento.
La cámara es el ojo del instituto, todo ahí transcurre con calma, acompañada de el Claro de Luna de Beethoven, que parece haber sido concebida desde sus inicios para encajar en el drama de Gus Van Sant, imagen y sonido se unen en una simbiosis difícil de lograr en el lenguaje cinematográfico. Pues Gus Van Sant crea Elephant a su imagen y semejanza, no se puede imaginar diferente porque no tiene que serlo, es un aterrizaje obligado a la boca del buen cine, ese que es realizado pasionalmente, donde luces y sombras se conducen a un resultado pocas veces visto.
Dos adolescentes perdidos en el abismo, incapaces de retornar la lógica y el intelecto, pues han sido abandonados por sus propias circunstancias que les han dado la espalda, un espacio y tiempo al que probablemente no pertenecen, como las notas de un piano que se van apagando con las hojas caídas del otoño.
Elephant se nos muestra como una fotografía del pasado, un auténtico video de evidencia de la masacre del Instituto Columbine en los Estados Unidos, una mirada a los extraños comienzos de la agresividad naciente a los ojos de una sociedad que anhela con algún día aniquilarla, Van Sant escribe una carta de amor al cine, y más importante, plasma un recuerdo sobre todas aquellas víctimas que perdieron la vida; no a manos de dos adolescentes armados, sino de la violencia ignorada.
30.07.15