por Samuel Rodríguez.
El mundo conocido se ha desintegrado violentamente, nuestra casa, tal y como la entendemos no volverá a ser la misma; estamos arrojados a un mundo hostil. Además, el sitio que será nuestro destino, el fin de nuestro viaje, aún no se divisa en el horizonte. Nos encontramos en tierra de nadie, solos ante un panorama desgarrador. Nuestro universo ha entrado en caos, estamos sometidos por fuerzas superiores que nos reducen. Somos un ser errante, un peregrino sin casa a expensas del azar.
Si bien esto podría parecer una descripción del drama de la migración actual, es en realidad una forma de ver el mundo que se expresa en la mirada de Steven Spielberg (Cincinnati, 1946), uno de los directores más prolíficos de nuestro tiempo.
En su conocida carrera, que propende en muchos casos a la exageración y a la fantasía, aparecen también grandes dosis de angustia que describen el drama del hombre en tránsito. Spielberg, de ascendencia israelí, no puede negar su origen. La raíz de ese pueblo en éxodo eterno que ha sufrido vejaciones, desprecio y errancia emerge en distintos momentos de su obra.
El imperio del sol (1989) es una clara muestra de la angustia que se desata cuando el individuo es sometido a un éxodo repentino. En este filme un niño es arrancado del paraíso familiar, la realidad en la que se sentía seguro se ha licuado violentamente; debe entonces enfrentarse a lo abierto en un panorama dramático e insoportable. El niño ha sido arrancado del cuerpo social, pero no va hacia lo libre, sino hacia lo terrible. Este éxodo provoca una atmósfera intranquila que se ahoga en la violencia de la nada y en la que el protagonista tendrá que autoafirmarse haciendo uso de su imaginación e intuición. Está ante una guerra infernal que abre nuevos espacios de convivencia forzada en los se ve obligado a enfrentarse a las fuerzas del azar, del caos y de lo incomprensible. El pasado se ha cerrado para siempre, el futuro es un largo sueño inaccesible; el protagonista se sabe presa de lo descomunal y se ve en la necesidad urgente de crear micro sentidos en medio del gran sinsentido que amenaza con devorarlo.
El imperio del sol es una meditación poética sobre un éxodo circular que se produce por un acontecimiento violento, esta violencia irrumpe de pronto, borra la realidad tal y como la conocíamos, y nos deposita en una autentica tierra de nadie, en un desierto tenebroso en el que estamos expuestos a las variaciones de la fatalidad. El protagonista está lejos de ser un Quijote contemporáneo que se autoimpone el éxodo, tampoco es un neo romántico que busca en la maravilla del viaje el misterio de lo incomprensible, es, en todo caso, un ser desamparado que fue furiosamente despojado de su mundo original, un ser sin patria que no tiene más remedio que afectarse con el rostro inefable de la nada. Al final, el mundo se regenerará mediante la aparición de instantes poéticos que abrirán nuevamente en el protagonista el deseo de vivir.
En La terminal (2004), Spielberg vuelve a fijar nuestra atención en el problema del éxodo. En esta ocasión su mirada se dirige hacia nuestro tiempo. Este tiempo nuestro, entregado a los vicios del consumo, ha formado un mundo aséptico y ordenado que puede provocar grandes dosis de angustia. En este filme, el protagonista, en sintonía con el niño de del filme de 1989, ha perdido también su mundo original. Nuevamente un relámpago de violencia ha borrado su lugar de origen, nuestro hombre se descubre arrojado a un mundo hostil que lo circunda y lo reduce. Esta vez, y ahora en contraposición a El imperio del sol, Spielberg tiene el acierto de hacernos ver que un mundo ordenado y aséptico también puede ser terrible. También aquí, el protagonista es forzado a abrir micro sentidos para poder sobrevivir ante la violencia del orden en el que habita.
Así, este mundo en el que se ve obligado a existir, primero lo rechaza, luego lo va tragando, no lo reconoce como persona, se ve legalmente reducido a un apátrida incomodo que el sistema ciego no puede tolerar. La vida se le ha vuelto un enigma que resolverá en tanto aprenda a desenvolverse en un universo regulado por la mano fría e invisible de la oferta y la demanda. Mientras tanto, es presa de un sistema que le exige insensiblemente respuestas económicas y de una burocracia incomprensible y perversa que lo sitúa frente al abismo de la nada.
Un tercer filme viene a confirmar la angustia del éxodo presente en la mirada de Steven Spielberg. En Amistad (1997) un hombre es llevado al límite de la resistencia espiritual después de haber sido capturado y vendido como esclavo. Las obsesiones del director, remarcadas en los filmes anteriores, ahora toman un tono moral. Si bien, en El imperio del sol, el éxodo ha de resolverse poéticamente y en La terminal la atmósfera apunta a una resolución económica, este tercer éxodo ha de resolverse por la vía de la moral, en donde el bien prevalecerá sobre las ciegas fuerzas del mal.
Sin embargo, antes de que la situación se resuelva, el protagonista tendrá que enfrentarse a los estertores del éxodo. Lo terrible y lo extraño se abren ante sus ojos como una boca inmunda. La crueldad de un mundo regido por el mal se cierne sobre él. La posibilidad de volver a casa dependerá de su capacidad para entender el enigma de la maldad en la que se encuentra, y encontrar un hilo de Ariadna que lo lleve a la aparición del bien. Mientras, el éxodo se revelará como lo inhóspito, como la selva siniestra en la que todo se quema violentamente y en la que debe primero sobrevivir, luego prevalecer para no ser devorado por el gran sinsentido en el que es arrastrado por una riada de miseria que parece incontrolable.
La incertidumbre, un orden enfermizo y la nada se vuelven se congregan en la mirada de Spielberg, quien parece decirnos que la existencia se dirige inevitablemente a una multiplicidad de éxodos, y que tarde a temprano han de situarnos frente a un acontecimiento violento y nebuloso en el que tendremos por necesidad que habitar en lo extraño.
Los tres éxodos de Spielberg quizá intentan aludir secretamente al destino de su pueblo. Ese pueblo errante que ha tenido que adaptar su mundo al mundo de los otros, encontrar salidas económicas, morales y en el mejor de los casos poéticas, para resistir el envión de un orbe hostil en el que se han visto forzados a habitar desde que fueron expulsados de su origen miles de años atrás.
Asimismo, la mirada de Spielberg nos dirige al centro de la experiencia humana en este mundo en el que nos vemos en la necesidad de abrir micro sentidos para hacer habitable el eterno éxodo existencial que experimentamos en carne propia. Nuestros éxodos, con sus cuotas de crueldad y poesía nos esperan justo al dejar la puerta del hogar. Del azar y de nuestras habilidades depende el feliz retorno a casa.
18.12.15