por Samuel Rodríguez Medina
Según el escritor Nikos Kazanztazkis, en momentos críticos el arte tiene la capacidad de lanzarnos más allá de nuestros límites naturales. En este sentido, El mandamiento supremo (Meet John Doe, Estados Unidos, 1941… también conocida como Juan Nadie) de Frank Capra logra este cometido, fundamentado en dos grandes pilares: la aparición de la injusticia y la búsqueda y la emergencia del bien.
Guillermo del Toro ha dicho de Capra que políticamente estaba confundido, pero que existencialmente era un iluminado. La aseveración parece justa, el mencionado filme es tremendamente claro en sus intenciones existenciales pero decididamente cáustico en cuestiones políticas. En este sentido, la cinta reclama su lugar en el mundo existiendo como un grito que se levanta en medio de la dureza del panorama, y de la confusión inducida a aquellas sociedades que han sido sometidas por las intenciones perversas de los medios de comunicación. La voz de Capra es nítida y punzante, su reflexión sobre el problema del bien es tan aguda que llega perfectamente en forma hasta nuestro presente.
El inicio (luego de un muy emociónate prólogo en el que director parece flirtear con el neorrealismo italiano) es un llamado furioso que nos remite al discurso socrático de la verdad y el conocimiento, matiz al que volveremos un poco más adelante. Pocos inicios en el cine tan contundentes, tan impregnados de angustia por el presente. En la imagen, un taladro destruye el letrero emblema de un antiguo diario: “Prensa libre hace ciudadanos libres”. El diario ha cambiado de manos, ahora pertenece a un magnate corporativista cuyo único interés es el incremento del capital. Desde este momento quedan abiertas las hostilidades, se ha desplegado el campo de batalla; los personajes descubiertos por el ojo del director lentamente serán tragados por el conflicto, que se ira haciendo envolvente, capturando primero a la sociedad entera planteada en el filme y por último al espectador mismo.
La trama se moviliza hacia un estado de miseria comercial que apunta directamente a los magnates millonarios como un principio de maldad despiadado y maquiavélico en el peor de los sentidos. Los principales personajes estarán sujetos a un flujo de poder que los domina, pervierte su voluntad y los convierte en partícipes de una estafa de dimensiones babilónicas. La protagonista, una bella y decidida Barbara Stanwyck, es una reportera apunto de perder su trabajo gracias al cambio de dueños del diario. Se le acusa de ser poco imaginativa y de generar nimias ventas con sus editoriales. Ante el abismo del desempleo, la periodista urde un plan macabro, inventa una historia imposible: crea el mito de un mesías redentor que se auto inmolará para denunciar los males del mundo. El tema cala hondo en una sociedad devastada que recién se recupera de la Gran Depresión. La clase obrera se identifica y se conmueve con el mito que se hace visible en el nombre de un imaginario John Doe. El periódico incrementa significativamente sus ventas. En ese momento entra a escena el legendario Gary Cooper, un vagabundo de figura desgarbada y atractiva; al mismo tiempo, nos recuerda vagamente al Quijote y da el tipo perfecto para encarnar el mito y elevar aún más las ventas del diario.
A partir de aquí la historia se vuelve cada vez mas angustiante, el poder de los magnates lanza a John Doe como adalid de la clase obrera, su figura crece como la espuma exaltando a los caídos, dando esperanza al pobre, levantando a los menesterosos y reclamando el poder para la clase trabajadora, los grandes olvidados de la historia hasta ese momento. El fraude se vuelve una marea imparable. Por un momento, el director nos da a pensar que sus intención es el encumbramiento de la clase trabajadora a pesar de la estafa; entonces, el personaje de Gary Cooper se muestra en toda su potencia y revela así las visión del mundo trabajada por Capra en este filme, que es como hemos comentado, la búsqueda del bien y el heroísmo trágico.
Al descubrir que la finalidad del magnate y del diario es la creación de un partido que someta de una vez por todas y con mano dura a la clase trabajadora, aprovechando el impulso de John Doe, nuestro personaje sufre un cambio que lo llevará a renunciar al fraude y a erigirse como un portador de la dignidad en un mundo harto de hostilidad. El motor es, entonces, “descubrir” dónde descansa la poética del filme y en dónde se perciben (lejanamente) resabios de aliento socrático. El sentido político al que, en apariencia, apuntaba la cinta queda opacado por el despertar de la conciencia que experimenta Doe. Así Frank Capra, el iluminado, lanza desde el fondo de sí un grito penetrante que nos insta a la búsqueda del bien desde el conocimiento y la acción.
Esta conciencia desciende como una lluvia de oro sobre quien no puede permanecer impasible ante la injustica. Y, si somos sensibles, logrará arrancarnos de nuestra inmovilidad lanzándonos más allá de nuestros límites naturales, provocando la aparición de la última resistencia, la más valiosa, la del individuo que ha descubierto en sí mismo la posibilidad de la verdad, y por lo tanto no puede permanecer en la comodidad, ni ser bajo ningún concepto, parte del engaño.
Capra desafía al espectador, induciendo socráticamente en él la necesidad de la acción y de conocimiento. En este mundo al límite en el que todos somos parte de la búsqueda, la voz del iluminado Capra es un ariete que orada la conciencia.
Al final, llegamos a la conclusión de que estamos destinados a descubrirnos, a despertar o a ser arrasados por los engaños multitudinarios que se urden contra nosotros. Nuestra defensa es un despertar a la resistencia y la milenaria necesidad de ser provocadores de nuestra propia iluminación. La continuidad de la vida pende de un hilo.
05.05.2017