Para aquel que en su obra supo transfigurar, entre las sombras de un yermo panteón a las afueras de Pittsburgh, la veracidad y la experiencia del camino de Kerouac, el aullido de Gingsberg y el almuerzo de Bourroughs, enganchado a la misma generación de la gloria mustia del Nobel Dylan; para George Andrew Romero, hijo del Bronx y la migración lituano-cubana, ambas virtudes de aquel siglo XX, legítimo heredero de la visión de los monstruos de la Universal y de las herramientas apasionadas de Ed Wood. Para un cineasta tan genial como popular que se fue, pero deja un rastro vívido, para él este repaso de sus atrocidades sobre esta oscura tierra.
Padrino y precursor del zombi
por Fco. Javier Quintanar Polanco
George A. Romero fue sin duda el autor que le dio al muerto viviente las características definitivas que lo apartarían de su origen mágico, y lo erigirían como la abominación engendrada por excelencia gracias a los horrores ocultos de nuestra modernidad (o posmodernidad, según se prefiera). Fue él quien dotó al cine de uno de sus íconos más populares, el cual ha invadido todas las expresiones contemporáneas de la cultura y el entretenimiento, expandiendo su putrefacta presencia al mundo del cómic, del videojuego, de la televisión, del internet, hasta llegar a ser el eje temático de manifestaciones públicas anuales, celebradas alrededor del orbe.
Erigido como la representación por antonomasia de la alienación o enajenación, fue Romero quien supo maximizar las posibilidades que el zombi ofrecía para construir con él poderosas metáforas sociales y políticas, y en cada uno de sus filmes (en la serie que desarrolló desde 1968 hasta el 2009) supo como usar a estas criaturas (y los mundos concebidos en torno a ellas) para señalar y criticar vicios y oscuros aspectos de nuestra sociedad, como la paranoia, el consumismo, el racismo, la falta de solidaridad, la individualidad, el militarismo, etcétera.
Pero, sobre todo, siempre le interesó desarrollar y explorar esa máxima de Plauto (popularizada por Hobbes): “el hombre es el lobo del hombre”, para hablar de la gradual pérdida que sufrimos de esos aspectos que nos apartan de las bestias, de esos rasgos que nos definen como humanos y cuya ausencia hace que nos desintegremos y cometamos contra nosotros mismos horrendas atrocidades y barbaries. Al perder nuestros aspectos de humanidad, importa poco si se es zombi o no, entonces ya se está muerto en vida. El hombre se convierte entonces en su mayor depredador. Un depredador salvaje, irracional y monstruoso.
Es una dulce ironía que aquel que nos habló por años de muertos regresando a la vida, haya finalmente sucumbido a la muerte. Y que su forma de trascenderla sea justamente, el habernos legado una criatura que permanecerá siempre con nosotros, que regresará constantemente de la tumba para recordarnos aquello en lo que podemos llegar a convertirnos si olvidamos lo que somos. Gracias, George, por tu inmortal legado.
El ascenso de categorías
por Enrique Ángel González Cuevas
Romero ha muerto. Las reseñas y post que inundan nuestras pantallas hablan de su contribución a la cultura pop. Se enaltece al zombi romeriano como una aportación fundamental para la industria del cine (y posteriormente series de tv y videojuegos) de terror. Romero es ahora uno más de los grandes muertos que durante la segunda mitad del siglo XX construyó nuestro “imaginario” actual.
Pero se trata de una lectura despolitizada y desideologizada del zombi de Romero. El hombre hizo crítica social (así lo reconoció él en más de una ocasión) a través de sus muertos vivientes. Frente a un cine de terror hecho desde la derecha (asesinos persiguiendo a adolecente rebeldes ejerciendo su sexualidad en los ochenta, o fuerzas del mal salidas por la desviación de “valores” fundamentales), Romero en su gran saga de los muertos vivientes criticó la segregación negra, la sociedad de consumo (que hoy, hipócrita, enaltece sus zombis), a las fuerzas armadas y a un largo etcétera. A partir de esa crítica, el zombi romeriano asciende a la categoría de un concepto de dimensiones sociológicas imprescindible para la comprensión de este caótico siglo XXI (el lector interesado puede comenzar consultando Filosofía zombi, de Jorge Fernandez Gonzalo).
El mejor homenaje posible a Romero es no caricaturizarlo y mantener viva su recuerdo dentro de ese conglomerado de autores del pensamiento crítico en el cine norteamericano.
El lado más egoísta
por Julio César Durán
Para los tumultuosos años 60 habían muchas barreras que estaban rompiéndose o, en todo caso, iban a romperse. En medio del no menos estimulante año de 1968, el joven George A. Romero cambió las reglas de lo que está denominado como zombi, para convertirlo, de ese momento en adelante, en un muerto viviente practicante del canibalismo. Su ópera prima, titulada sin más La noche de los muertos vivientes, quizá sea provocadora por dos razones fundamentales: por un lado tener a un protagonista afroamericano en los días más álgidos de la segregación racial de los E.E.U.U., por el otro que a final de cuentas el hombre es enemigo del hombre y es él mismo el que causa su propia extinción.
Romero usó en algunos casos al muerto viviente para realizar una sátira de los problemas sociales y políticos de su tiempo, en otros le sirvió para un total y abierto juicio a ellos gracias a que la naturaleza del ser humano aparece completa en situaciones límite. Pero el logro no está únicamente en su gran saga de 6 filmes, sino en colocar una postura crítica en filmes de terror que hoy tal vez no gozan de notoriedad pero son verdaderas joyas de culto; desde apropiarse el tema vampírico con Martin (1978) hasta el doppelgänger kingiano en La mitad siniestra (The Dark Half, 1993), de ser pionero tanto en el canibalismo hogareño con Hungry Wives (1972) como en los “infectados” de The Crazies (1973), hasta legarnos la perversa humanización de un animal en Atracción diabólica (Monkey Shines, 1988).
Hasta mediados de los años 50 el término zombi, al menos en el cine, estaba relacionado con prácticas del vudú y con poseer un siervo sin voluntad para hacer tu propio trabajo sucio… el sujeto en cuestión podía estar muerto o no, eso era otra cosa. A partir de George A. Romero nace el muerto viviente contemporáneo que sirve para mirar nuestro lado más egoísta, macabro, vulgar… pero sobre todo irracional, ese que atenta con el propio sentido de supervivencia y que parece ser practicado por todo candidato político hoy en día.
19.07.17