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Infante muerto

por Mr. FILME

para Alejandrita, Fernandita y Marianita, amores de mis amores


Pedrito seguirá siendo la última entraƱa.

Jorge Ayala Blanco


La maƱana de 18 de abril de 1957, luego del entierro del gran héroe mexicano de celuloide, la poesía se apoderó, como suele suceder, de los editoriales de La Prensa. Aquí la breve crónica:

Sonó el clarín, enmudecieron las gargantas, baƱaron las lágrimas los rostros, los mariachis callaron, se sublimó el ambiente y el gris ataúd que aprisionaba el cuerpo del ídolo desapareció en el seno de la tierra. Eran las 13 horas y allá, tras las cumbres lejanas, el sol lanzaba sus rayos de oro, atento al doloroso acontecimiento. Las nubes formaban engalanados sombreros de charro y una enorme cruz de colores azul y blanco parecía colgarse en el pecho del ídolo caído.

Pedro Infante murió entre las 7.45 y 8 horas del 15 de abril de aquel aƱo, al estrellarse el avión que él mismo piloteaba a las afueras de Mérida, Yucatán. En ese momento iniciaba su otra vida, la del mito, la del pacto entre mexicanos de oscura medianía, la de la hermandad entre los pobres y la mofa entre los ricos, el ser de las colectividades mexicanas nacía, la vida del fenómeno comenzaba.

Macho mexicano en todo el esplendor de su folclorismo, actor y personaje en sí mismo que atomizó los ideales de un México que comenzaba a despertar después de la confusión revolucionaria. El rancherito simpático dotado de una energía sexual que jamás podrá consumar, pues antes está la definición de su gallardía ante el otro, su compadre o enemigo (llámese Jorge Negrete, Abel Salazar o Luis Aguilar).

En el apellido llevó la penitencia del cine mexicano. Él, precisamente representa la infancia de un cine que como primeros pasos se dedicó a exhibir la cruenta guerra civil, a caballo de mil y un generales. Pedrito Infante del Pueblo fue la cara que necesitó la historia del cine mexicano para hacer soƱar a una comunidad ansiosa de verse en las pantallas cinematográficas, ansiosa de escucharse reír y cantar sus malditas desgracias fundamentales, y al morir hacía crecer al cine también, que se adentró infelizmente, propio siempre del umbral de la loca adolescencia, en la dura década del 60, con las consecuencias que ya conocemos, a grandes rasgos.

Hombre de frente tan amplia como los alcances tonales de su garganta, Pedro Infante tampoco era inocente. A la par de su oficio de actor era un gran aviador, maestro carpintero y contrabandista. Es de muchos sabido que importaba ilegalmente falluca de Sudamérica, trayendo pieles de llama, instrumentos andinos, licores, polvos y otras extravagancias por el estilo, pasando por la aduana sin necesidad de revisión, aprovechando su carisma.

En una de esas tantas travesías aterrizaba en la ciudad de Mérida un 15 de abril debido a que el bimotor que piloteaba, un Consolidated B-24 Liberator, presentaba un fallo en la turbina izquierda. Pedro se disponía a esperar pacientemente hasta que la nave se arreglara para continuar con su trayectoria, pero oh destino, haciendo caso omiso a las advertencias del mecánico, echó a volar.

A veinte kilómetros estrelló entre la calle 54 y 87 de la ciudad de Mérida. En su descenso dejó dos víctimas: una pequeƱa que se encontraba en tareas sanitarias dentro de una letrina, a quien le cayó suficiente cantidad de combustible hirviente para morir en el acto; y un niƱo que jugaba entre la maleza. Este niƱo no murió y fue indemnizado de por vida por TAMSA, empresa de aviación de la que también era accionista Infante.

Ese niƱo es conocido ahora por los colonos de la ciudad blanca como ā€œel quemadoā€, una arqueología viviente de ese fatídico siniestro que deambula como zombie, alcoholizado, como un recordatorio carnal de que fue ahí, en ese específico lugar del mundo, donde cayó la leyenda, donde el cine mexicano perdió su inocencia y se quemó para siempre, cual nitrato de celulosa.


15.04.12

Mr. FILME


@FilmeMagazine
La letra encarnada de la esencia de F.I.L.M.E., y en ocasiones, el capataz del consejo editorial.....ver perfil
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