por Laura Meza Orozco
Sellers, alguna vez lo dijo: āCarezco de personalidad, no soy nadie. Si me pidieran que me interpretara a mí mismo, no sabría qué hacer. No sé qué o quién soy, por suerte trabajo tanto que pocas veces tengo que representarme a mí mismoā.
Hace 33 aƱos āmurióā por un infarto masivo al corazón Peter Sellers, quien nunca fue quien parecía ser, nunca él mismo. Un director dijo que era el actor perfecto porque era la botella vacía que se llenaba con ideas, otro director dijo que en su caso ni la botella vacía existía, pero creo que no debió haber estado tan vacío aquél si fue capaz de construir tantos personajes míticos en la historia del cine, que van del torpe inspector Closeau en The pink panther (Edwards, 1963) o el científco loco que le pone título a Dr. Strangelove (Kubrick, 1964) o Chauncey, el jardinero de Being there (Ashby, 1979) cuyo único contacto con el mundo exterior había sido un viejo televisor, o en The Ladykillers (Mackendrick, 1955), donde fue un criminal que logró ensombrecer en momentos a Alec Guiness.
Probablemente Peter Sellers sea el cómico más grande que nos dio el cine, salvando distancias de otros comediantes brillantes, lo que quizá haga diferente a Sellers de otros sea que estamos frente a un āpayasoā pero tal vez no al que todos estamos acostumbrados.
De su vida personal se sabe que a su primera esposa la abandona en cuanto le llega la fama, que era cruel con su familia, que se casó cuatro veces pero fue terriblemente celoso, maniático, difícil de llevar en el trato, dejó morir sola a su madre en un hospital porque estaba trabajando y dejó a sus hijos sin otra herencia que los recuerdos de una infancia traumatizante (como cuando rompió todos los juguetes de su hijo porque éste rayó por accidente su automóvil deportivo). Sufrió 13 infartos que sobrevivió de milagro, pues siempre lo declaraban clínicamente muerto.
Tal vez Sellers no haya muerto realmente el 24 de julio de 1980, sino al poco tiempo de nacer en 1925: hijo de una pareja de artistas del vaudeville que había puesto grandes esperanzas en que su Peter se convertiría en el mejor actor de todos los tiempos; pronto tendrían otro hijo, Richard, perversamente educado para continuar la carrera que hubiera dejado Peter si hubiera muerto prematuramente: así nació la leyenda de Peter Sellers, un hombre que desde que nació ya estaba interpretando a alguien más.