por Fco. Javier Quintanar Polanco
Como pasa con el Western es Estados Unidos, y con las películas de charros y campiranas en México, las películas sobre la figura del Samurai están profundamente enraizadas en la cultura del Japón, tanto por su intrínseco valor histórico y tradicional, como por ser la viva representación de ideales como la fuerza, el valor, la lealtad, el honor y la honestidad.
Con el transcurso de los años, y debido a los cambios sociales y políticos por lo que este país ha atravesado, el chanbara (nombre que se le da al cine de samuráis en Japón) evolucionó, y comenzó (como el arte en general) a ser un valioso vehículo para la reflexión y crítica sobre las implicaciones que estos cambios sociales tuvieron en las costumbres, tradiciones y modo del vida del nipón. Pero sobre todo, las cuestiones morales y éticas que rodean a estos míticos personajes, fueron ideales para que diversos realizadores desarrollasen obras que reflexionasen sobre la luz y sombra que habitan en el alma humana.
En el marco de la conmemoración de los 400 años de la misión comandada por el samurai Tsunenaga Hasekura con el fin de abrir nuevas rutas de comercio con occidente, la Cineteca Nacional y la Fundación Japón en México, celebró este acontecimiento con una selección de filmes en torno a la figura de estos legendarios guerreros, desde diversas perspectivas. Estas son algunas de ellas:
Desde luego que la figura imponente del samurai y sus elevados valores morales, no podía estar exenta (como ocurre con cualquier figura de autoridad) de ser víctima del escarnio, la sátira y la parodia. Ya fuera con fines meramente lúdicos, o con otros un poco más críticos, se han elaborado comedias donde los espadachines juegan un papel relevante. Así por ejemplo, tenemos La novia del castillo del fénix (1957) de Teiji Matsuda, que narra la historia de un príncipe que es tan noble y puro como ingenuo y torpe socialmente hablando, y que decide hacerse pasar por un samurai vagabundo; para errar por diversas partes en busca de la mujer ideal que le permita cumplir con el requisito matrimonial que le es solicitado por su padre. En el camino se topará con un ladino y poco escrupuloso rōnin, dos jóvenes y bellas doncellas (una de las cuales se vuelve el objeto de amor del protagonista) y un grupo de mercenarios comandados por un corrupto funcionario, que desea a dichas doncellas, y que hace uso de sus mejores y peores artimañas para conseguirlas. Es como una comedia ranchera mexicana de los años cuarenta y cincuenta, pero trasladada al universo samurai. Culposamente entretenida. Y aquí no hay un charro cantor, pero en su lugar tenemos a una doncella con voz de jilguero…
Por otro lado, tenemos Venganza en venta (2001) de Kihachi Okamoto, quien se inspiró en una popular serie televisiva homónima de los años sesenta, y nos presenta el relato de Sukeroku Sukedachiya, un bufonesco mercenario que se contrata al mejor postor para “auxiliarle” en alguna vendetta que pudiese requerir de sus servicios. Cuando regresa a su lugar de origen (y visita la tumba de su madre) descubre un complot entre particulares y la autoridad del pueblo para eliminar a un gran guerrero. Viéndolo como una buena oportunidad, Sukedachiya busca ser contratado. Pero la identidad oculta del guerrero terminará por conducirlo a efectuar una venganza personal. El personaje principal es interpretado por Hiroyuki Sanada, quien por esta actuación obtuvo el premio Kinema Junpo al mejor actor en el 2003, el más importante galardón que reconoce lo mejor del cine japonés. Una comedia donde importa más las astucias y mañas del guerrero, que su habilidad con el arma.
En los años cincuenta y sesenta, la figura del samurai es restaurada por directores como Akira Kurosawa y Masaki Kobayashi quienes no solo pusieron nuevamente en boga las épicas batallas y los enfrentamientos con espada, sino que además situaron bajo la lupa al guerrero, mostrando al mismo tiempo su valor e idealismo, pero también su salvajismo, su moral a veces cuestionable y en ocasiones, la evidente corrupción imperante al interior del shogunato, y que a la larga le costaría su existencia.
Representando este período tenemos a La gran masacre (1964) de Eiichi Kudô, quien formase parte de la nueva ola del cine japonés al lado de cineastas como Nagisa Oshima y Shohei Imamura, quien nos presenta un duro y descarnado relato acerca de un samurai que sufre una injusticia, y su deseo de venganza lo lleva a unirse con un grupo de conspiradores que planea asesinar a un importante personaje y truncar con ello el poder político de un poderoso señor, quien fue responsable de lo acaecido al mencionado samurai. Inspirada en hechos reales, es un crudo relato que analiza las terribles consecuencias que los tejes y manejes políticos tienen sobre la vida de los ciudadanos comunes, los cuales a su vez descienden a niveles brutales y se ven impelidos a ejecutar actos (muchas veces abominables) en consecuencia, con trágicos resultados. El filme también funciona como alegoría a lo ocurrido durante las movilizaciones estudiantiles en ese país durante ese tiempo.
La corrupción y triquiñuelas políticas utilizadas por los señores militares para conservar su poder es registrada en La cruel historia del fin de los Tokugawa (1964) de Tai Katô, donde a través de los ojos de un joven que busca formar parte del Shinsengumi (violentos samuráis al servicio del clan que da nombre al filme), vemos por un lado su transformación de gentil campesino a sanguinario ejecutor a la orden del clan y por otro, desentrañamos junto con él los oscuros y sórdidos secretos ocultos al interior de este grupo, donde el honor y los códigos éticos son reemplazados por la ambición, la traición y la insidia. Al final, la película deja en claro que las apariencias engañan, y que todos tienen cola que le pisen.
(Continuará…)