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Reencuentro luego de unas largas vacaciones

My dinner with Andre.

por Andrea Grain Hayton
@G_Rain_

 

Mi cena con Andre (Louis Malle, 1981) es una película poco usual. Consiste exclusivamente en una plática entre dos viejos amigos en un restaurante en Nueva York, ¡así de sencilla! Ni múltiples actores, ni efectos especiales, ni variedad de locaciones, ni presupuesto exacerbado; pero está más demostrado que nada de lo anterior es requerido para brindar al espectador una experiencia reflexiva y llevarlo a cuestionar varios aspectos de la vida moderna.

Los protagonistas son dos dramaturgos; por un lado Wallace Shawn, un actor, y por otro André Gregory, un afamado director de escena. Ambos se interpretan a sí mismos aunque declaran que no hablan sobre experiencias reales, sin embargo sí sobre cavilaciones que han mantenido a lo largo de su relación.

La trama despega con Shawn dirigiéndose a su encuentro, pensando en su frustrada vida citadina a la que se ha resignado en cierta medida. Confiesa que ha estado evitando a Andre, hace muchos años que no lo ve y todo lo que ha escuchado de él le parece muy extraño, empezando porque súbitamente dejó de lado su carrera y a su familia para recorrer el mundo. Más tarde le llegó el rumor de que, al regresar, hablaba disparates, por ejemplo, que había conversado con árboles. Concluye que algo terrible debió haberle ocurrido en sus vacaciones. Toda la situación incomoda a Shawn pero se ve atrapado en una posición en la que no puede negarse a la invitación de su amigo.

Al verse se saludan con el esperado, muchas veces forzado, júbilo entre dos amigos que no se reunían desde hace bastante tiempo. Intercambian unos cuantos comentarios triviales,  ordenan comida, sonríen. La narración va conducida por el pensamiento en off de Shawn. Todo pinta a que será una casual cena intrascendente entre dos individuos, en ese momento, casi desconocidos: incómoda, fastidiosa, prescindible e inoportuna.

Pero las cosas no resultan así: Andre ha viajado, ha tenido experiencias que han cambiado su vida. Las catarsis de sus vacaciones lo han llenado de relatos dignos de ser compartidos, desborda de ellos, sólo espera el momento clave para dejarlos salir y compartir su éxtasis con su amigo, con el mundo.  Aunque al principio parece un poco renuente a adentrarse en ello, Shawn insiste sin saber en lo que se está metiendo.

Así comienza Andre su relato y toma el mástil de la narración. Presenta su experiencia mencionando un seminario que dio en Polonia, por petición de un amigo. Para acceder, él pide que le consiga cuarenta mujeres judías que no hablen ni ingles ni francés, que hayan estado en el ámbito teatrero pero quieran dejarlo sin saber por qué o que les interese entrar pero que no hayan encontrado la obra indicada, que puedan tocar la trompeta o el arpa y trabajar con todo esto en un bosque. A pesar de no haber sido satisfecha a plenitud la lista, Andre despega.

Narra la experiencia de teatro experimental que logra, incursionando en dilemas que enfrenta aquel arte escénico, ligando la búsqueda de la individualidad, el despertar de la conciencia. Aquí el diálogo aumenta la profundidad filosófica de manera radical, tanto que Shawn, ya olvidó el pesar con el que se dirigió a aquella cita; impresionado con todo esto le pide que siga.

 

Andre habla de la vida fútil de la persona citadina comparada con sus viajes, proclama que todos deberían de emprender una búsqueda como la suya para librarse del hastío de la rutina. Declara que lo que él hizo no fueron una simples vacaciones turísticas sino una acción catártica, una liberación del pensamiento y de los sentidos, una expansión de su cosmovisión; conociendo gente, lugares, situaciones inimaginables.

Logra compartirle la catarsis a Shawn; pero éste, sin embargo, lo contraria, haciéndole ver que no todos pueden darse el lujo de dejar su vida cotidiana, por lo que tienen que buscar el sentido a su existencia en placeres sencillos al alcance de todos, irremediablemente.

Concluye la cena con un gran vínculo renovado entre los dos viejos amigos. Cada uno parte a su casa con nuevas cosas en las que pensar, al igual que el espectador al terminar de ver la película.

Nunca se sabe qué esperar de un reencuentro, ni de unas vacaciones, ni de una película que consiste únicamente en una plática entre dos personas comunes, nada más; nunca se sabe cuándo puede llegar algo a cambiar nuestra vida.

 

26.08.13



Ipso Facto


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