por Gabriela Amione
Hay películas que, siendo flojas, recurren a la utilización de escenas obscenas para salvar la falta de interés de su nudo argumental u otros aspectos fallidos. Así, en vez de volverse un fracaso en taquilla, la gente comenta sobre las escenas explícitas que en ella aparecen y acaban teniendo más recaudación que la que hubiesen tenido con la coherencia de todos los elementos de la obra. Estas películas se vuelven entonces “pornográficas”, porque finalmente es por sus escenas de sexo que la gente va a verlas, es la relación que se crea entre el espectador y la obra fílmica.
Sin embargo existen películas como 9 songs (Michael Winterbottom, 2004) que, a pesar de estar construida por escenas explícitas (que si se viesen de manera aislada serían consideradas pornográficas), nos es imposible concebirla como porno, pues en su conjunto llevan toda la importancia del nudo argumental. Creo que en el momento en el que el espectador establece otro tipo de relación con la película, más allá de una simple excitación, da a pie a cuestionarnos el porqué de aquellas escenas, qué importancia tienen y cómo cambian el discurso expuesto. En 9 songs es a partir de estas escenas que conocemos a los personajes, como individuos y como pareja. Las relaciones sexuales son una parte muy importante de las relaciones amorosas y muchas veces, en su desarrollo, reflejan otros aspectos de la relación.
9 songs narra la historia de amor entre dos personajes con base en dos momentos que van repitiéndose a lo largo de la película. Por una parte están los conciertos de rock y por otra el sexo. Las representaciones del coito están tratadas en paralelismo con imágenes de la Antártida, en las que el protagonista explica, apenas empezada la película, las similitudes que existe entre una cama y el desértico terreno antártico, donde al mismo tiempo se contagia la claustrofobia y la agorafobia.
El filme de Winterbottom muestra la relación entre un británico y una americana que está viviendo en Inglaterra durante una temporada. La historia de amor a pesar de ser ficticia (pues los actores no se conocían, ni mucho menos tenían una relación amorosa), se comienza a vivir como una realidad, pues los actos sexuales que aparecen en pantalla no son fingidos sino verdaderos. Hay una gran originalidad en haber escogido “el acto sexual” como un punto base y clave en el desarrollo de una relación. Las escenas sexuales ayudan al espectador a entender la relación que se crea entre ambos personajes y su evolución hasta el rompimiento. Una vida sexual que fuera del acto en sí es mucho más compleja de lo que parece, en la que se ven envueltos los sentimientos de ambos (cosa que queda excluida del porno). En la vida real, los actos románticos suceden mucho más veces en la cama de lo que generalmente nos muestran como representaciones del amor en las películas: correr por la playa, compartir una comida, ver el horizonte y demás clichés.
Winterbottom tiene al romantisicmo como sentimiento e irracionalidad, subjetividad y libertad del artista frente a toda regla. Así, contando la historia a manera “porno”, transgrede la convencionalidad a la que hemos llegado en las representaciones del amor en el cine (dado que en la literatura hacía mucho tiempo que esto ya había sucedido). Las escenas del acto amoroso están tantas veces repetidas que deja de ser obsceno, porque las imágenes crean una nueva relación con nosotros como espectadores, con su realidad, dan pie a que la historia de amor sea real también.
Entiendo las metáforas que se plantean y que hablan sobre el amor y lo efímero de su naturaleza (con el iceberg). La comparación que existe entre un espacio físicamente abierto y el estar sentimentalmente expuesto a cualquier cosa. Sin embargo, las imágenes de la Antártida, a pesar de estar incluidas como una manera de poetizar el amor, representar lo sentimentalmente expuesto que está el hombre y ser realmente bellas, carecen realmente de algún sentido dentro de la trama narrativa. Creo que si hubiese tenido más presencia en la historia de los personajes, quizás no quedaría tan fuera como lo hace ahora.
Por otra parte, los conciertos que aparecen en la película tienen directamente que ver con el tiempo en el que se realizó, así como con el autor, con los personajes a los que retrata y además va de la mano con la historia que están viviendo. Las bandas que aparecen son algunas inglesas y otras estadounidenses (las nacionalidades tanto de los personajes como del cineasta) constituidas desde principios de los ochenta hasta principios de los dosmiles.
Los primeros conciertos son de rock alternativo y le dan a la relación una sensación de vivacidad: The Dandy Warhols, Franz Ferdinand, Elbow, Primal Scream se suceden en picada, como el noviazgo, vertiginoso. A partir del sexto concierto se previene un desenlace, hay un cambio de tono, pues Super Furry Animals, un rock complejo, psicodélico, de experimentación electrónica, una música que en sí misma tiene constantes cambios de ritmo. Llegando hacia el final, el penúltimo concierto es de Michael Nyman, que no tiene nada que ver con los demás, pues Nadia, es una canción a piano, completamente nostálgica, nos prepara para lo que viene, para lo que va a dejar de ser. Y termina con una canción de Black Revel Motorcycle Club que dice repetidamente “Now she´s gone, love burns inside me…”, que emarca el sentimiento final de nuestro personaje masculino.
Contar una relación amorosa a partir de su sexualidad es real, te involucra totalmente, participas de la acción. Me dolió cuando ella se fue, me pareció desgarrador cuando él vuelve a casa y está frente a su ordenador solo, en ese espacio en que antes habíamos visto tanto sexo, tanto amor, tanta experiencia. Nostalgia: es eso lo que logra transmitir la película con el conjunto de las imágenes tan distintas de conciertos, escenas de sexo y la antártica. Lo que hubo y no volverá a ser jamás.
08.10.13