por Julio César Durán
Hace algunos años tuve la oportunidad de presenciar la retrospectiva que Cineteca Nacional dedicara a los largometrajes dirigidos por el cineasta Hayao Miyazaki, de quien ya antes había visto la célebre El viaje de Chihiro (Sen to Chihiro no kamikakushi, 2001). Para estar al tanto de tal fenómeno fílmico decidí asistir y rever las aventuras de Chihiro en aquel misterioso spa para dioses. Terminó la cinta y como es costumbre me quedé a ver los créditos completos y a esperar que la gran multitud que llenó la sala saliera. Cuando dejaba mi asiento sentí una extraña comezón dentro, una especie de nostalgia o algo parecido me había quedado después de disfrutar el único filme de habla no inglesa que ha ganado un Óscar a mejor película animada.
Días después una buena amiga, mejor enterada que yo del mundo de Miyazaki, me prestó el DVD del primer filme que el director realizara para el estudio Ghibli –casa productora que él mismo fundó al lado de su amigo y mentor Isao Takahata (La tumba de las luciérnagas, 1988)–: la joya de película que vi fue Nausicaä, guerreros del viento (Kaze no tani no Naushika, 1984). Mientras miraba aquella deslumbrante animación, algo me explotó dentro, no sólo fue el observar una narrativa diferente a la acostumbrada en occidente y sentir emoción por ello, sino que me volvió la sensación de no querer que terminara la película que padecí en mi infancia. Esa emoción regresó a través de una historia épica, compleja, pero bastante disfrutable y también, a través de un conjunto de personajes entrañables, de esos que no olvidas fácil. El estar frente a un mundo tan distante, tan extraordinario, no fue impedimento para que me sintiera parte de él, para que el niño que llevaba por mucho tiempo escondido, deseara que aquella gran muestra del arte en celuloide fuera eterna. Al atravesar esa especie de iniciación en la animación del señor Hayao, me vino la avidez por conocer más de su obra.
Y es que tanto los ambientes como los protagonistas de las películas de Miyazaki son tan elaborados, tan detallados, que fácilmente puedes ver no una “caricatura”, sino una cuidadosa representación de la condición humana, que si bien tiende a un ánimo positivo y optimista, no pierde el momento de hacer una crítica al lado oscuro que todos llevamos dentro. Todo argumento del realizador japonés aparte de ser preciso y musical, llega a ser sumamente verosímil no importando lo maravilloso e increíblemente fantástico de los universos que ha creado. Por un lado, estos mundos salidos de su lápiz poseen una manufactura bastante peculiar, la animación de Miyazaki es única, no obstante de ser asombrosa y minuciosa, siempre preocupada por narrar de manera emocionante la historia en turno y de darle el tono adecuado a cada cinta. Por otro lado, los temas abordados por el cineasta y su forma de llevarlos a cabo son inigualables, cualquier argumento en pantalla se convierte en una sinfonía perfectamente plausible, donde cada instrumento y nota tienen su justo lugar.
Hayao Miyazaki en conferencia de prensa anunciando el estreno de su último filme y su retiro de la animación.
Las constantes apariciones de vehículos aéreos, de personajes o mundos voladores, tal vez se deban a la familiaridad que Miyazaki tiene con los aviones, ya que su familia fabricaba partes para ciertos modelos usados durante la Segunda Guerra Mundial. Misma razón por la que sus largometrajes han tenido siempre un importante acento antibélico –en más de una ocasión, el director de La Princesa Mononoke (Mononoke-hime, 1997) ha mencionado sentir culpa por haber crecido de manera confortable gracias al dinero que sus padres ganaron con la guerra mientras otros sufrían por ella–.
Otra constante es la importancia de los personajes femeninos. Las mujeres se encuentran presentes en primer plano, son quienes siempre tienen a su cargo una gran responsabilidad y la capacidad de cambiar, o solucionar las cosas dentro de sus particulares universos, o quienes en pos de una idea harán hasta lo imposible por lograr sus cometidos. Las mujeres de estos filmes y los personajes en general, nunca son totalmente blancos o negros, si no que juegan en un espectro de colores suficientemente amplio, enmarcados por mundos siempre en movimiento, permanentemente activos. Nunca encontraremos a “los buenos” ni a “los malos” tal como nos hemos acostumbrado a verlos en el cine de evasión, sino que encontraremos tipos de carácter complejo, donde los motivos dramáticos son claros, pero nos exigen siempre un compromiso con no únicamente un punto de vista.
Al final de cuentas es la belleza en el cine de Miyazaki lo que nos cautiva. Pocos realizadores que enfocan su vida profesional al trabajo en animación han recibido tanta atención como él, de la misma manera en su propio país como en el resto del mundo. Su obra es tan emotiva que recorre cada emoción y sentimiento conocido, a parte de ser una filmografía amplia donde podemos apreciar películas para todo público como El increíble castillo vagabundo (Hauru no ugoku shiro, 2004) o cintas para los más pequeños como Mi vecino Totoro (Tonari no Totoro, 1988), o enormes muestras de una animación y narrativa más adulta como en El castillo de Cagliostro (Rupan sansei: Kariosutoro no shiro, 1979).
Afortunadamente, tanto para los versados en la historia fílmica del estudio Ghibli y del “Maestro Miyazaki”, como para los nuevos fanáticos –entre ellos su servidor–, el entusiasmo por éste cine no se ha quedado olvidado y algunos cine clubes a lo ancho de la Ciudad de México, la Cineteca Nacional y hoy el Festival Internacional de Cine de la UNAM, se han dado a la tarea de presentar y difundir la obra de uno de los genios del lejano oriente más influyentes de las últimas décadas.
Así que volvamos a sentirnos niños y asistamos a la función al aire libre de la producción con la que se retira del mundo del cine, Se levanta el viento (Kaze tachinu, 2013), que ofrecerá el FICUNAM el 27 de febrero a las 19.30 horas en la plaza de Santo Domingo, en el Centro Histórico. Y ojalá que al entrar en la comunión con lo que luzca en pantalla, la película continúe para siempre.
11.02.14