Uno de los filmes más representativos de los hoy lejanos años 90 cumplió sus 20 otoños el pasado 14 de octubre. Un realizador de 31 años oriundo de Knoxville, Tennessee, de aspecto y maneras por demás peculiares, estrenaba en 1994 su segundo largometraje armando un clan de personalidades del cine comercial al lado de las del cine independiente (Willis, Travolta, Roth, Keitel, Jackson, Rhames, Walken, Stoltz, Turman, Plummer, etc.), colocando a todos en una serie de situaciones límite que escribió en un universo desfragmentado al lado de Roger Avary. Para festejar y cuestionar la celebridad de este ícono, dejamos 6 plumas digitales divagando al respecto… everybody be cool, this is a robbery!
Ingredientes para un inicio de aplauso explosivo.
por Praxedis Razo
"Vincent Vega and Marsellus Wallace's Wife”
El pinchazo de adrenalina: cuando el pulp se hizo pop.
por Luis Vaca
La melodía de Lets Stay Together de Al Green rompe de forma drástica con la violencia y el ritmo de la secuencia anterior. En un plano frontal aparece Butch Coolidge (Bruce Willis). La iluminación del bar es sórdida: el tono rojo de las bombillas baña la habitación, creando una atmosfera sanguinaria. Mientras Marsellus Wallace (Ving Rhames) habla con Butch, su rostro permanece anónimo. Una pequeña cinta adhesiva sobre el cuero negro y arrugado de la nuca de Marsellus es la única pista que tenemos sobre él, ¡pero sorpresa!, el indicio es irrelevante, algo ajeno al filme: bienvenidos al mundo de Tarantino.
Afuera aguardan dos hombres vestidos como jugadores de vóleibol: Vincent Vega (John Travolta) y Jules Winnfield (Samuel L. Jackson). Llevan consigo un maletín, mismo que aparece repetidamente en las historias posteriores, pero nunca se revela su contenido; lo que llamaba Hitchcock un Macguffin. Tarantino, a modo de broma, alguna vez señaló: “el maletín contenía dos linternas encendidas…” ¡claro! eso explica el resplandor que se proyecta en los rostros de los dos entrañables matones al abrir el maletín.
La escena al interior del bar confrontará por primera vez a Butch y Vincent, que en el capítulo "The Gold Watch" tendrá su desenlace. Dealers, junkies, gánsteres, criminales de poca monta y otros depravados personajes se dan cita en Pulp Fiction para mostrar la decadencia y violencia que azotó algunas zonas de California durante los años 90.
La sensualidad y el erotismo, elementos importantes en el cine de Tarantino, también están presentes en Tiempos Violentos, y es justo en "Vincent Vega and Marsellus Wallace's Wife” donde encontramos una de las secuencias más memorables de su filmografía, y me refiero, desde luego, a la escena de baile al estilo twist entre Mia Wallace (Uma Thurman) y Vincent sobre la pista del “Jack Rabbit Slim's”, un restaurante inspirado en los años 50. El deseo sexual se cruza con el código de honor del gánster. Mia —esposa de Marsellus Wallace— tiene a sus pies a Vincent y lo lleva hasta su casa. En un descuido de Vincent, Mia aprovecha para buscar un poco de droga en el abrigo de su acompañante, al no percatarse de que el polvo blanco es heroína —y no cocaína—, lo aspira. El resultado: un terrible pasón. La sobredosis accidental termina con la resurrección de Mía gracias a un pinchazo de adrenalina que Vincent le suministra directamente en el corazón.
Los diálogos largos y algunas veces fuera de contexto resultan sumamente graciosos. El humor negro coquetea con la crueldad con un resultado hilarante. Los personajes que conforman la paleta de Pulp Fiction actúan con total desparpajo frente al sufrimiento ajeno, la muerte y la humillación: una explicación diferente de la naturaleza humana.
En Pulp Ficton, como en el resto de la filmografía de Tarantino, es posible encontrar guiños y “homenajes” al cine negro, las películas serie B y las historietas Pulp, principalmente la ficción noir y el hard boiled, influencias que han marcado la obra del realizador y de las cuales, en ocasiones, abusa hasta el cansancio, repitiendo secuencias enteras con tanta similitud que cruza las fronteras entre el homenaje y la imitación. En este apartado podemos decir que Pulp Fiction es uno de sus trabajos más limpios y auténticos, en donde encontramos la esencia de ese primer Tarantino, que logró un filme que se ha convertido en todo un clásico del género y que a 20 años de su estreno sigue fascinando a los amantes del cine.
El reloj de oro
por Julio César Durán
We're really something, aren't we?
The only animals in the world that shove things up their ass for survival.
-Henri “Papillon” Charrière (Steve McQueen) en Papillon (Franklin J. Schaffner, 1973)
Estamos en el ombligo –o será mejor decir que estamos en el recto– del relato. Una historia que, cronológicamente vista, llega a su final. Quizá una incómoda cagada tras la que por fin nos sentimos libres, suspiramos y como Butch Coolidge (Bruce Willis), nos largamos después de ajustar cuentas y dar por sentado que nuestras cabezas ya no tienen un precio encima.
Si la A de Tiempos Violentos es una charla “ocurrente” sobre Ámsterdam, McDonals y marihuana, la Z es precisamente el “Zed’s dead, baby. Zed’s dead…” de Butch. Al pagar tributo a los pulps que dieron vida a las episódicas aventuras de detectives, hombres de la selva, héroes intergalácticos y una que otra femme fatale, Tarantino está apelando también a los seriales hollywoodenses de segunda categoría y con ello establecer una diégesis narrativa que nos permite ver a unos y otros personajes morir, pero en este círculo eterno en el que nos encontramos, los protagonistas continúan saltando entre varios “folletines”, acompañándonos (como Vincent Vega quien muere casi defecando/leyendo Modesty Blaise) sin parpadear hasta los créditos del filme.
El siempre genial y subvalorado Christopher Walken nos ofrece una cínica genealogía de la tradición norteamericana más entrañable: la guerra. El derecho de nacimiento que le ofrece al pequeño Butch no es el reloj de oro de su padre, sino la sangre misma que le será tomada o tendrá que tomar de otro en una batalla que comienza a puños en una arena y terminará –se promete con pinzas y soplete– con una de las frases más memorables del filme: “me voy a poner medieval con tu culo”, –Marcelus Wallace dixit.
Un ojo de la Europa oriental, Andrzej Sekula, retrata ásperamente aquel lado que California nunca voltea a ver en el cine: los barrios bajos de Los Ángeles. El serial de estudios B que es homenajeado en los trucajes de la secuencia del taxi. En este trasero de Hollywood está la tienda de gringos blancos radicales donde el gran gánster negro termina siendo violado al ritmo de la poderosa Comanche de The Revels. En aquel momento se trataba de poner el dedo en la llaga, hoy es una violencia risible que incluso es deliciosamente referenciada en Los Simpson (cfr: 22 historias cortas sobre Springfield, Temporada 7).
El joven Tarantino homenajea, se burla y cuestiona aquí a la cultura pop que hoy en día lo ha devorado. En aquel momento estaba convencido que “los nombres aquí no significan un carajo”, que los negros seguían siendo abusados sexualmente por los confederados, que los pecados de guerra (con todo y penitencia) de los padres regresan en forma de cine por TV (The young racers, Roger Corman, 1963). Todo es un círculo de golpes, disparos y sangre que nunca termina, ni siquiera el tiempo importa, tan es así, que si es necesario habrá metérnoslo por el ano en una zanja de Hanoi.
Marsellus Wallace y Butch: una violación neonazi, una deuda saldada
por Jorge Luis Tercero Alvizo
Un hombre que decide ganar una pelea arreglada en su contra, un boxeador hijo de puta que estafó al mafioso Marsellus Wallace, un melancólico que atesora como reliquia santa un reloj de oro con un pasado anal: ése, el buen Butch. Un mafioso afroamericano enojado y peligroso, big bad mothafucka, que persigue a su antiguo socio tras haber perdido mucha pasta en la pelea que él mismo había mandado truquear: ése es Marsellus Wallace.
El pasaje de Butch en la biblia tarantineana se entrelaza con la historia de un reloj paterno de resonancias freudianas, un reloj que evoca una historia épica-existencial de matices borgianos, o quizás sólo se trata de un fetiche que ha pasado por demasiadas cavidades corporales. El meollo de todo este dilema surge cuando el necio y rudo peleador, en vez de perder en el quinto asalto, como era lo pactado con Wallace, decide noquear mortalmente a su oponente y recibir una jugosa suma de dinero resultado de unas apuestas a favor de sí mismo.
Saltemos toda la parte del taxi de la colombiana Esmarelda Villalobos (Angela Jones), el encuentro con su amada Fabienne (Maria de Medeiros), el rescate del reloj anal y la muerte de Vincent Vega (mientras defecaba), para concentrarnos en un momento específico de esta aventura: la tienda de los neonazis pervertidos.
Al pasar los años cuando vuelve a mirar la secuencia en que Butch atropella a Marcellus, surge el reencuentro con una de las construcciones arquitectónicas más dinámicas de la cinematografía noventera. No son los grandes efectos ni quizás las grandes actuaciones lo que enamora de esta secuencia, sino lo vertiginoso; el paso de una situación a otra como si uno se deslizara en una pesadilla.
Butch canturrea mientras maneja su auto, se detienen en un semáforo. Wallace aparece frente a él y lo mira fijamente, al parecer acaba de comprar Big Kahuna Burger y una soda. En ese momento la anagnórisis sucede, Butch pisa el acelerador y lo embiste con el coche. La pantalla se va a negros, al abrir los ojos Wallace (y el espectador con él) encuentra diversos rostros de mujeres especulando sobre si aún vive. “It’s dead”, dice una fríamente.
Wallace se pone en pie y persigue con una pistola a Butch, el boxeador se esconde en una tienda de antigüedades, donde inician una pelea. El dueño, Maynard el pervertido, al ver la pelea interviene, “…Mr., get yer foot of the nigger!!”, y deja fuera de combate a ambos. En dicho punto lo real-maravilloso tarantineano se hace presente, el desdoblamiento entre un mundo real y la alucinación descabellada.
Aquí, como en tantas cintas del director, tenemos toda esa atmósfera realista y gansteril en la que, de pronto, se insertan elementos fantásticos tomados del más puro random y que, para el ojo del cinéfilo atento, no podrán negar su influjo extraordinario. La parte que sigue retrata muy bien ese influjo surreal en el universo de este director: cuando despiertan Butch y su rival están atados y amordazados en unas sillas en la parte trasera de la tienda. Frente a ellos están Maynard y un sujeto llamado Zed (Peter Greene). Ambos están decidiendo a quién de los dos violarán primero; el elegido será Marsellus Wallace. Despiertan al "Tarado", un esclavo sexual con un traje sadomasoquista y lo ponen a que vigile a Butch.
Comienza la violación de Marsellus “…and Marsellus Wallace doesn’t like to be fucked by anybody except Mrs. Wallace”. Butch logra desatarse, golpea a su vigía y se dirige a la entrada del lugar. En ese punto se abre algo interesante dentro de la película, ingresamos por un instante al interior de la mente de Butch, quien a final de cuentas es un buen chico. Cuando se dispone a salir, escucha los gritos de los violadores y reflexiona. Decide rescatar a su enemigo mortal. La alucinación gore surge en escena, Tarantino-Butch abre otra puerta al sueño: los sueños de venganza hiperbólica de una mente descabella toman forma, aquella galería de armas excéntricas ante la que el héroe se deslumbra antes de salvar a Wallace es gloriosa. El boxeador tiene que escoger entre un martillo, un bate, una espada samurái y una motosierra; elige la espada Gin-Zu. Esto es un homenaje de Tarantino al cine oriental y un anticipo de lo que se vería posteriormente en Kill Bill (2003).
El resto lo conocen, Butch toma la katana, regresa a la habitación, se despacha a Maynard y rescata a la damisela-negro-gánster. Zed se aparta de Marsellus (al que estaba fornicando), de repente, Marsellus sale con la escopeta de Maynard y le dispara en los genitales a Zed. El mafioso violado jura venganza, “practicaremos el Medievo con tu culo…”, y el principio de una tregua surge en ese cuarto. Boxeador y mafioso se despiden, el archivo se cierra.
Como todos deberíamos hacer alguna vez, el héroe roba la moto del pervertido neonazi muerto y recoge a su chica para salir de la ciudad. Ella pregunta, al ver un nombre en las llaves, que ¿Quién es Zed? Y, en ese momento, el guerrero-macho-alfa, con mirada melancólica aunque superior, acuña la frase emblemática que más de un cinéfilo ha querido decir en su vida: "Zed’s dead, baby, Zed’s dead".
La Situación Tarantino
por Jorge Luis Martínez
La Situación se perfila cuando los matones Vince Vega y Jules Winnfield [Tony Manero venido a menos y Samuel L. Jackson con peinado a la Shaft (Gordon Parks, 1971)], se salvan de la plomiza que el inquilino sorpresa del departamento de Brett intenta darles; justo después que el de piel oscura y cabello rizado recitara la versión gore de Ezequiel 25,17. El orador bíblico reconoce en el acto un milagro, y se enfrasca en una discusión con su compañero, la cual habrá de continuar en un auto, con un tercer acompañante de nombre Marvin (Phil LaMarr) en el asiento trasero.
La Situación estalla casi como absurdo cuando el negligente Vince dispara sobre la cabeza de Marvin y convierte el auto en un festín de pedacitos de seso. Jules se ve obligado a pedir asilo a su amigo Jimmy (Tarantino haciendo berrinche), quien se queja de ver convertido su garaje en un depósito de negros muertos y tener que enfrentar a su esposa Bonnie, quien está por llegar.
Pero la Situación es controlada cuando Marcellus Wallace envía a Mr. Wolf para ayudar a sus empleados/amigos/matones a salir del entuerto. Presentado a través de enigmáticos planos cerrados y una llegada veloz y puntual, el emisario Mr.Wolf (Harvey Keitel con bigotito de Clark Gable) es un profesional del encubrimiento: observa, analiza, ordena y dispone mientras bebe su taza de café y salva la Situación en apenas 40 minutos. “But-let’s-not-start-sucking-each-others-dicks-yet…” el Señor Lobo baña a manguerazos a los sicarios, se deshace del cuerpo y el auto para desaparecer elegantemente en medio de una apología al respeto y el carácter.
De todos los segmentos que componen Pulp Fiction, “The Bonnie Situation” destaca por tener un carácter casi cómico. Si bien el humor es un arma importante durante toda la película, la Situación de Bonnie está colocada estratégicamente en medio de dos secuencias de mayor tensión (Marcellus y Butch en el sótano con Zed y el asalto a la cafetería), por lo que su función es atemperar el relato y establecer una amplia pausa en el arco de transformación de Jules (la situación estalla justo después de anunciar su retiro de la vida criminal). La presencia más bien circunstancial de Tarantino y un exquisito Harvey Keitel, dota a la secuencia de un aire relajado y hasta jocoso, en donde la misión no es salvar una vida, sino encubrir una muerte y evitar un divorcio.
La Situación de Bonnie se sostiene gracias a una trama apresurada que avanza a velocidad verborréica a través de diálogos cargados y disparados cual metralleta. Acaso porque su director arroja dicks, fucks y niggers con la misma premura con la que aprisiona al espectador en un incesante ir y venir de campo/contracampo, y es que el fuerte de este segundo Tarantino no es tanto la forma, sino el guion, el diálogo, la capacidad de conjuntar en un mismo universo imágenes y sonidos dispersos de la cultura pop, los cómics, los folletines de novelas baratas, el cine negro, las cintas de serie B, el rock and roll, la música disco; arrojándolas todas en forma de pastiche cinematográfico, arrogante pero revolucionario, reciclado pero propositivo, fragmentado pero entretenido, violento pero entrañable. En pocas palabras, aquello que verdaderamente caracteriza a Mr. Wolf: el estilo. Un delicioso Royale with Cheese.
Epílogo
por Mr. FILME
Y haré en ellos grandes venganzas con reprensiones de ira; y sabrán que yo soy Jehová, cuando haga mi venganza en ellos.
Ezequiel 25:17 (versión Reina Valera, 1960).
Ya escuchamos la adolescencia pop (y más) de Tarantino. Ya asaltamos al ritmazo de Dick Dale, ya nos relajamos con Al Green y con Ricky Nelson, ya bailamos al compás de Chuck Berry, ya abusamos sexualmente con The Revels, en fin... El amo del pastiche (cfr: Fredric Jameson) conjuga momentos y emociones en su suite ácida con un tempo lleno de nostalgia. Tramposo, sí, pero ya nos ganó desde los primeros 5 minutos.
Llegamos al final de nuestros relatos con dos matones vestidos como inadaptados (una vez más, la adolescencia, ahora kitsch, de Tarantino), quienes llevan el famoso maletín de vuelta a su dueño. Un par de tiernos ladrones tienen el mal tino de acometer su robo en el mismo lugar donde comen Jules y Vincent, un lugarsucho para comer mal y barato –especialidad con la que ha hecho maravillas el gran, gran productor Lawrence Bender, a quien vemos con una larga cabellera siendo amenazado por Pumpkin–. Aquí cerraremos ¿moral, espiritualmente o simplemente posmo?, con las poco más de 2 horas y media de episodios en la barriobajera California de los 90.
Éste es el cierre que se comió mil y un premios, llámese Mejor guión original en los Óscar y en los BAFTA; Mejor actor de reparto en estos últimos; Mejor película en lengua extranjera de los Blue Ribbon; Mejor Actor, guión y el Caballo de Bronce en el Festival de Estocolmo; la Palma de Oro de Cannes, ¡y hasta mejor escena de baile en los premios MTV! Un sicario afroamericano “comprando la vida” de nuestro amigo con playera florida, Ringo (Tim Roth), a través de un larguísimo y ocurrente discurso –sí, otro más– que seguramente no lleva a ningún lado.
Pero quizá sí. Tal vez la distorsión del Ezequiel 25:17 del Antiguo Testamento diga mucho de Quentin Tarantino y de lo que pretendió con su estilo no más allá de Kill Bill vol. 1; de ese afán agresivo sin chingaderas morales, sin corrección política, y cito:
The path of the righteous man is beset on all sides by the inequities of the selfish and the tyranny of evil men. Blessed is he who, in the name of charity and good will, shepherds the weak through the valley of the darkness, for he is truly his brother's keeper and the finder of lost children. And I will strike down upon thee with great vengeance and furious anger those who attempt to poison and destroy My brothers. And you will know I am the Lord when I lay My vengeance upon you!
Jackson/Tarantino, en un estilizado close-up con especto de pantalla en 2.35 : 1, hacen que Jules Winnfield mire fijamente el alma de Ringo (y a la vez las nuestras), para después sentenciar determinantemente las probabilidades que las acciones de los sicarios envueltos en este filme, todos definidos por el gran capital, tienen. Aquí, el argumento quiere dejar de ser “musical” para volverse filosófico; no por nada las grandes citas del diseño de vestuario son respectivamente The Blues Brothers (Landis, 1980) y 8 ½ (Fellini, 1963).
¿Quién es el justo, el malvado y el pastor protector? ¿Cómo juegan estos personajes bajo la mirada del Señor en un mundo encadenado por el libre mercado? Tras tanta sangre, una retahíla de “mother fuckers” en voz de todo personaje y la neurosis por el dinero, ¿queda espacio para diferenciar entre el bien y el mal? Tal vez el pistolero es el malvado. No. Tal vez el mundo es el injusto, como diría El Haragán en su célebre canción Él no lo mató (“fue el medio, sus padres, sus amigos, la necesidad, sus ansias…”), pero Jules revira con un determinante “esa mierda no es la verdad”. Simplemente se trata de una pléyade de hijos de puta sin mayores códigos de conducta, que en un estadio adánico se desenvuelven sin culpas ni remordimiento. ¿Moral? No existe la bendita moral en este Tarantino, que se vuelve valioso cuando el mundo noventero aún no escapaba de las buenas costumbres y las enseñanzas de un cine norteamericano que adoctrinaba al mismo tiempo que enajenaba a la clase media occidental.
Un maldito milagro ocurre aquí y no se trata de las balas que atravesaron a los matones sin dejarles un solo rasguño, no se trata de Mia Wallace sobreviviendo a una equivocada manera de meterse súper-heroína, tampoco de que Pumpkin y Honey Bunny no sean asesinados, sino que el espectador común y corriente haya permanecido hasta el final de un filme que tiene más diálogos y contenido explícito que ninguna otra cosa.
12.11.14