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Haneke: representación en video

por Brianda Pineda Melgarejo

 

De la terrible duda de las apariencias,
de la incertidumbre, ya que, después de todo,
quizás hayamos sido engañados.

Walt Whitman

 

En sus filmes, el director austriaco Michael Haneke le muestra al espectador un realismo distorsionado por la obsesión que sus personajes tienen por la representación. En La Pianista (2001) es el vicio por las películas pornográficas lo que lleva a la impenetrable (en su solemnidad de cuervo) Erika Kohut (Isabelle Huppert) a elucubrar una retorcida idea del amor donde el deseo es, aunque enturbiado, exaltado por la violencia y el horror de un erotismo errante. Será al recrear dicha inclinación siniestra en compañía de su joven amante y alumno que los límites entre ficción y realidad se confundan desembocando en un presente impensable si uno va por la vida fiándose de la calma ilusoria que conceden las apariencias.

El instrumento metafílmico del que se sirve la poética del autor es punto de partida para sembrar un asombro áspero en los bordes, pero fascinante por ser una huella robada y vuelta pieza cinematográfica desde las profundidades del bosque que hay oculto en la mente humana. En Caché (2005) el suspenso es desatado a raíz de la aparición en el buzón casero de Georges (Daniel Auteuil) de una serie de vídeos que contienen imágenes del día a día familiar y que resultan perturbadores de tan monótonos que son, pues revelan la presencia de un espía cuya máscara es, al dejarlo sin rostro, la cámara.

El medio cinematográfico muestra pero está condenado a ocultar. Es, sin duda, una cápsula a modo de máquina del tiempo donde el que mira descubre y (a cambio del placer y el horror de espiarse) hace una pausa en el presente, aislándose. Pero, por otro lado, no hay que dejarnos engañar por otros medios, el aura taxidérmica del vídeo no es un espejo fiel, cosa que Haneke nos recuerda en su elocuente déjà vu Funny Games (1997 y el autoremake de 2007) cuyo móvil es desnudar el peligro que hay en juzgar y dar continuidad a la trama instaurada por unos personajes que sólo guardan, en común con la tranquilidad deseada para las vacaciones del verano, un disfraz de amabilidad y torpeza aparente como llave para instaurar un juego que algunos reducen a tortura, instalados en la butaca común y corta de miras del realismo pero que, comparado con sus otras películas, halla el punto culminante de la metamorfosis al ser un guiño reflexivo y ficcional imperdible para los amantes del género del horror que no desdeñan un poco de filosofía en la pantalla.

Sin embargo vamos a recordar aquí un filme que es, en cierto sentido, el génesis creativo del interés hanekiano por estos temas. El video de Benny (Benny’s Video, 1992) cuenta la historia de Benny, un adolescente obsesionado con los VHS, moneda de cambio en la época de los 80 y 90, hoy material de culto, cuya imagen melancólica que posee un ruido celestial a la hora de regresar y volver a dar play al vídeo, hipnotiza en su efecto catártico. El largometraje puede ser visto como ritual de iniciación del actor Arno Frisch, que se convertirá en el verdugo que trae entre cejas la fascinación durante la primera entrega de Funny games.

En el segundo largometraje[1] de Haneke no es el mundo ficcional lo que atrae al muchacho protagonista. Luego de conseguir un equipo de grabación y participar registrando la ejecución de un cerdo –video que lo lleva a perder la mente al repetirlo como si un enigma estuviera contenido en él– es razonable que Benny quiera hacer algo nuevo adentrándose en los pasadizos oscuros donde como apariciones rondan los videos snuff, recordemos la insólita Tesis (1996) de Alejandro Amenábar para poblar el sitio de fantasmas. Así, una tarde invita a su casa a la distraída y tímida chica que más de una vez miró perdida frente al escaparate del local donde acudía a rentar videos. Luego de mostrarle su laboratorio fílmico, la asesina.

La serpiente ha vuelto a morderse la cola. Haneke ahonda en los poderes ocultos de la repetición. El arma que sirviera para vaciar de vida la mirada del cerdo ha sido también la que dio una muerte frívola a la joven desconocida. El formato de un realismo desolador y la trama de la película ponen en juego la fragilidad del espectador y dicha característica es mejor expuesta cuando los padres de Benny contemplan, no sin horror, la cinta homicida, y movidos por la compasión irracional o acaso por la culpa de acumular ausencias en la cumbre epifánica de desconocer a su propio hijo (si vemos el perfil sociológico de la cinta), intentan protegerlo de su destino a unos cuantos pasos del patíbulo. La construcción del espectador de Haneke tiene en común con nosotros, también espectadores, el hecho de ser ajeno a la intención del video que está siendo grabado pues lo que está por ocurrir es inesperado.

Con una música genial y la audacia perturbadora del que intuye los abismos a los que habrá de entregarse el ser humano en su relación con la representación visual, a unos años de mudar de siglo, Michael Haneke crea una película fascinante que arroja la pregunta ¿somos cómplices de lo que miramos? Sin spoilear la experiencia de ver Benny’s Video habrá que decir que hay cámaras sin cómplices pues nunca dejan de grabar. Una vez más el discípulo austriaco del cinematógrafo nos arroja una máxima a través de las imágenes de su ficción snuff: si es poesía, es siniestra.

 

[1] Segunda obra fílmica para la pantalla grande dado que para 1992 llevaba a cuestas ya 7 largometrajes hechos para televisión. Nota del editor.

 

06.04.16

Brianda Pineda


@brryanda

Xalapa, 1991. Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Veracruzana. Ganadora en dos ocasiones del Premio Nacional al Estudiante Universitario Carlos Fuentes. Ha publicado reseñas y artículos en La Palabra y el Hombre y reseÃ....ver perfil

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