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Tres veces Amor en 3D

 

Primera dimensión

por Iranyela López

 

Los bosques son hermosamente oscuros y profundos,

pero tengo una promesa que mantener

y kilómetros que recorrer antes de dormir

 

Love: Amor en 3D (Gaspar Noé, 2015) es un acercamiento a la memoria de un amor que pudo ser, pero que las circunstancias lo condensaron en nubes que súbitamente precipitan. Una melancólica búsqueda por llegar a la profundidad de los sentimientos en lo movedizos que son los repasos quiméricos al evocar un amor desterrado de la memoria. Una llamada el primer día del año detona el destello consumado para resquebrajar de nuevo heridas aplacadas.

En las tomas preponderan lo tonos cálidos, en su mayoría, que contrastan en su profundidad con verdes fosforescentes, el color amarillo en el atuendo de ellas durante el enamoramiento, una habitación roja. Una cámara quieta, paciente casi a un mismo nivel, con tomas abiertas en la desnudez, recorridos epidérmicos y ángulos medios en las charlas, con  algunos contrapuntos cenitales y provocadores bigclose-up all over, todo en manos de Benoît Debie (también fotógrafo de Irreversible, 2002 y Enter the Void, 2009).

En medio de la vida trillada y frustrada de Murphy (Karl Glusman) se nos cuenta en tres etapas (no necesariamente en el orden que aquí menciono) la jornada de un pasado amoroso: comenzando con el fading que diluye el enamoramiento, el estado nulo en el que no se sabe nada de la persona amada. La secuela de un largo reguero de sufrimientos, el ensordecedor trastorno de la sinceridad y la costumbre.

El crepúsculo será el segundo momento, que es el enredo del nudo, ese lapso en donde el cáncer de unos minutos comienza a devorarse a sí mismo en la fisiología del amor, un lapso en el que se acuerdan amarse con la ligereza de la libertad y satisfacción de toda fantasía, pero una vez dentro, la gravedad no permite sentir de nuevo la superficie. En este lapso se arremolina el encuentro entre Electra (Aomi Muyock), Omi (Klara Kristin) y Murphy, concluyendo con un intercambio de sonidos, tonos y texturas, tan contundente y emocionales como es la armonía de Marggot Brain de Funkadelic.

Un tercer momento dentro del discurso amoroso será la instantánea de la captura, el ensimismamiento de una imagen y del ímpetu de la corriente en el intercambio de unas cuantas palabras, de las que devienen entonces una serie de encuentros, conversaciones, caminatas, sonrisas en el curso de los cuales los enamorados exploran con embriaguez, el soplo de la perfección en que el otro inesperadamente ocupa todo objeto de deseo, la dulzura, el idilio y la delicia de sentir el cuerpo, de dejarse llevar por los intervalos y la paciencia del orgasmo, haciendo al espectador paciente al pulso que tarda el éxtasis culminar de la sensación en un tiempo cubierto con el manto de la música surrealista de Gnossiennes: No. 3 de Erik Satie, para, en un último momento, rememorar las promesas.

Una película que sugiere hablar de lágrimas, sangre y fluidos pero queda maquillada y tibia con su cuidada esteticidad en la que las drogas circundan un supuesto lugar preponderante dentro de la trama de los personajes, siempre suministradas por el buen amigo Julio (Juan Saavedra), pero que son opacas y taciturnas como las comas (pausas) del guión. No hay nunca una trascendencia y si un constante hundimiento. Que en comparación con Enter the Void, cuyo personaje nos transmuta a la subjetividad terrenal del alma en su mente agonizante, atravesando las corrientes de un viaje cromático alucinógeno sobre una virtual Tokio.

Love acrisola la rabia en las demenciales cabalgatas hacia el deterioro y los enfrentamientos de sus protagonistas que, sin embargo, ya vimos en Contra la pared de Fatih Akin (2004), una película vertida con la sensualidad de los cuerpos, pero que expone de un modo más bestial la carne abierta de la cotidianeidad destructiva en el amor de un par de inmigrantes alemanes-turcos.

En Love no hay que escudriñar demasiado para percibir lo que el filme quiere expresarnos, el agudo y áspero tantán de una pareja que va mudando de piel y a la que el tiempo va apagando la llama del sexo y la pasión. En una película alemana (sin que necesariamente se le parezca) titulada Zonas húmedas (Wnendt, 2013), enmarcada en una anárquica y sincopada fotografía (Jakub Bejnarowicz) contra la idealización de los personajes que confrontan una serie de traumas, vemos un entorno más obsceno, visceral,  lleno de fluidos y olores (que bien se pudiera reforzar en 3D), mientras que en Love, en donde la hija de Agamenón, cuyo nombre nos traza también una figura paterna ausente, y un sujeto cuya ley indica que “si algo puede fallar, fallará” percibimos un blandengue acercamiento a su propios temas.  

La flama que arde del imaginario amoroso es apagada en una sacudida punzante del convencional y espasmódico automatismo cotidiano, que encaja perfectamente la primera secuencia en relación con el final: ella no regresará, no se sabe nada de ella y sólo existirá en los límites desordenados de su memoria. En una bañera la tristeza, la zona franca será quebrada con el abrazo de su pequeño hijo de dos años, Gaspar, quien pareciera entenderlo y solo puedo acompañarlo con el mismo aullido desnudo e instintivo de su padre.

 

Segunda dimensión

por César Flores Correa

 

Gaspar Noé es un mago danzando en la provocación de fantasías sexuales, así lo muestra su cuarto largometraje titulado Love, una narración de sentidos eróticos y sensuales que provoca aquellos deseos fílmicos más personales y complejos. Renuente a realizar cine con tapujos y mentiras sociales, Noé hace un homenaje al erotismo de décadas anteriores que ha quedado como absurdo en la expresión contemporánea, una historia donde el amor y la cierta ternura visten elegantemente la triada amorosa del controvertido director.

Murphy es un hombre que vive en París donde conoce a Electra, quien se nos presenta como el amor de toda su vida, la compañera que trasciende las experiencias carnales y comparte ese dolor espacial que rodea la relación de ambos, una serie de eventos y consecuencias típicas de las relaciones humanas, pero ocultas por una sociedad reprimida.

Love rebasa el tratado de una película pornográfica, existe una fábula de aromas visuales y poemas morales que elevan la pulcritud de esta cinta con movimientos de cámara imperceptibles que sufragan el extenuante conflicto de sentimientos melancólicos. La cinta llega para romper esas acusaciones normativas que crean las personas dentro de su opinión y criterio propio, pues revela una realidad sencilla desde su origen, pero compleja en el desarrollo.

La última fantasía resulta ser tan íntima como las sensaciones que invaden al vacío de una cama, unos estrechos e invisibles primeros contactos entre personajes se asemejan a la realidad de un destino irreversible, donde los momentos enrarecen el acto final, pero lo hacen de manera deslumbrante con un Gaspar Noé liberando la imaginación de su educación fílmica, quizás, haciendo referencia a la cinta que su madre lo llevó a ver sus dieciocho años de edad, esa que nos cuenta el libertinaje dentro de una pared muda, Saló (1976), de Pier Paolo Pasolini.

 

Tercera dimensión

Convivencias sexuales (y amor) a tres dimensiones

por Hans Fernández

 

El incipit fílmico muestra a dos amantes heterosexuales practicando recíprocamente el onanismo. Love, la reciente película del director argentino Gaspar Noé (1963) presentada en la versión 68 del Festival de Cannes, representa una arriesgada propuesta estética en el tratamiento del tema sexual, pues utiliza escenas reales (no simuladas) de sexo —coito, eyaculaciones en primer plano, masturbaciones, ménage à trois, felaciones, cunnilingus, etc.— e imagen en tres dimensiones. Love ha ocasionado escándalo y hasta ha sido considerada pura pornografía.

La película de Noé hace recordar filmes de destacados directores que han corrido igual suerte o han llamado la atención por la irreverencia o innovación en el manejo de la temática sexual, tales como Nymphomaniac (Von Trier, 2014), La vie d’Adèle (Kechiche, 2013), L'Inconnu du lac (Guiraudie, 2013), Batalla en el cielo (Reygadas, 2005), Sexo con amor (Quercia, 2003), El silencio (Bergman, 1963), entre otros títulos.

El argumento del director argentino es sencillo y se vale (como de las tres dimensiones de la cámara) principalmente de tres personajes. Murphy y Electra son novios veinteañeros y viven una intensa y feliz vida de sexo y drogas. Murphy copula con su vecina quien concibe un hijo de él, y Electra lo abandona. La instancia narrativa del filme se construye como un recuerdo de Murphy de su entonces feliz convivencia amorosa con Electra, donde predomina en el tono de la narración su apesadumbrado deseo de volver con ella, la mujer que amaba.

Si bien Love no representa de forma sublime el amor, como lo hizo Michael Haneke en Amour (2012), constituye un intento por reflexionar en torno a la relación de este sentimiento con el erotismo y la sexualidad. Los personajes de Noé no son erotómanos ni ninfómanas, sino que el director procura narrativizar la sexualidad de una pareja de jóvenes amantes desde el punto de vista de la nostalgia de Murphy tras la separación y cuando las convivencias se han reorganizado.

Aunque la trama de la película es básica, el desempeño de los actores simple y la narración predominantemente floja, Love despliega mucha naturalidad y fluidez en sus imágenes y cuenta con una música encantadora. Los personajes irradian mucha energía que parece ser la que le falta al director, quien dispone de recursos que no aprovecha adecuadamente para cumplir con un buen proyecto.

Es decir, el filme posee intenciones estéticas que parecen no haber sido logradas: Gaspar Noé pudo haber profundizado en la relación entre amor y sexo a través de una narrativización más elaborada. El élan vital en Love construye y disuelve convivencias entre los protagonistas, y entre ellos y el director.

 

30.06.16

Mr. FILME


@FilmeMagazine
La letra encarnada de la esencia de F.I.L.M.E., y en ocasiones, el capataz del consejo editorial.....ver perfil
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