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Tarantino y sus perros reservados

por Fernando Gachuz

He observado la película varias veces y algo siempre me obliga a referir y pensar la escena de la propina. Esa parte de la película es un motivo suficientemente agasajante para hablar de aquel afamado director de cine quien amenaza con volver a pisar suelo mexicano promoviendo su nuevo asalto (Django). Dejaré de lado la discusión que muestra a la película com una vitrina al mundo de la cultura popular americana y aquella que alude a emplazamientos, fotografía y sintaxis cinematográfica, que si bien ambas ideas conforman una visión del filme, importante en el desarrollo de la obra de Tarantino, la idea aquí a desarrollar es de tonos sociales, y quiere poner el punto central en aquél gesto de la propina, en esa figura minúscula que puede ejemplificar un momento, un pie de página que sólo hace referencia a un tiempo y espacio netamente cultural.

Los perros de reserva son reservados, valga la expresión pero jamás tan exacta; y por ello su primer mandamiento, casi natural y religioso es la idea de guardar, por otro lado, y siendo una cuestión de voluntad y poder, se vislumbra su otro referente, el esconder, la desconfianza y el anonimato. Este esconder algo, el tener cuidado y el conocimiento casi tácito de no decir todo lo que se piensa o todo lo que se sabe, es un acto premeditado y ello tiene una traducción: precaución y racionalidad. Estos dos elementos habitan en los personajes de Tarantino y los eleva al grado de puntos centrales, lo sabe, y por ello son arrojados a un sitio desprotegido pero lleno de normas, la ciudad. Los perros de Tarantino son como todos los que habitan en la urbe, invisibles, irreconocibles y anónimos (sus nombres son colores) que van en busca de un tipo de reconocimiento, son personajes que buscan hacerse en las instituciones.


Ese reconocimiento tiene un foco, el delito. Los perros de reserva adquieren su aliento de fuga en el robo, -ahí se consuman, ahí adquieren relevancia- y es aquí, en el sitio del delito, donde no existe un desfogue, eso quizá es lo que intriga, la manera contundente en que el personaje de Tarantino no se arrepiente pero tampoco se responsabiliza, al contrario, se observa que en el robo, en el delito consumado, los personajes deben de guardarse y esconderse más, son una especie de logro anónimo que está marcado por la transgresión de la norma, no obstante, la trama impide que ese sujeto se desprenda de su racionalidad.

Así, la precaución que colma al personaje de Tarantino es la de no caer en situaciones que encausen el arrepentimiento y la culpa, se les excluye por mandato, se les aleja por el movimiento tenue que ellas generan. Esta separación de la culpa y del arrepentimiento da pie a ese movimiento rápido, de fugacidad, donde los perros de reserva implotan y evitan caer en la contemplación de imágenes enteras, se alude mayormente a secuencias, a momentos, a instantes que van configurando la idea de imagen que el director quiere desarrollar. Esta imagen que Tarantino nos señala es de un tipo de ladrón, que bien podríamos denominarlo como un ladrón con arquitectura funcional y racional. Un ladrón que vestido de traje enmarca quizá al futuro empresario, quizá a la empresa anónima que roba y que festeja en silencio, quizá sea ese triunfo donde el robo no sea sino un medio para ganar estatus, una estrategia que persuade y que se reserva a modo de intriga y de secreto capitalista, es una acción que tiene más resonancias en la voluntad, en el poder, en la dominación, antes que en el arrepentimiento.

Ese ladrón refiere –desde este punto de vista- a aquella imagen de la transnacional que sólo se conoce por su color, por su eslogan y eficiencia, donde con su anonimato destruye, donde la violencia se presenta como necesaria y como limpieza, donde el acto ético de la responsabilidad para con el otro es un signo de debilidad.

Esa actitud racional y funcional parece tener reservado un momento clave en la trama de Tarantino. Se trata del momento de la propina, momento donde los personajes orbitan- a pesar de ser ladrones- en el plano de la legalidad. Veamos un poco más de cerca lo que ahí sucede e intentemos sustraer la escena de la cafetería y con ello la figura de la propina. En el momento de dar la propina, se genera un debate que gira en torno al lugar estructurado e institucional que ocupa la mesera. Sentados, uno de ellos pide que se coopere para dar algo a aquella mujer. Uno de ellos asegura que no dará propinas porque no cree en ellas, otro le cuestiona y apela a una compasión. El renuente Rosa inicia un argumento: si no gana lo suficiente que renuncie, no doy propinas sólo porque la sociedad lo dice, lo hago si veo que se lo merece, si pone mayor esfuerzo, si pone un extra, no lo hago de manera automática. Vuelve a intervenir el viejo, aquel que usaba la compasión, ahora utiliza el tema del gusto, y califica a la chica de agradable, Rosa: responde, no fue nada especial.

Dentro del diálogo observamos que se van excluyendo ideas como la compasión y el gusto, figuras que tienen sentidos éticos y estéticos y que perfilan un accionar de la conducta humana dentro del mundo. El rasgo de agradable puede arrojar la propina a sobrepasar el límite pero la atención se queda en el servicio que se presta, no hay ningún tipo de movimiento que sirva como señal de amistad, nada nos hace suponer que el personaje volverá, no hay interés por la relación, ni por el vínculo con el lugar, ni con la mesera. El dar la propina no debe excluir la atención, la marginación y el tiempo de la persona, se hace por normatividad porque no se puede mirar de frente la terrible explotación, eso parece discutir el Rosa. Así, el debate de dar la propina o no, es centrado en el servicio y en la regulación que se ejerce normalmente en un trato comercial, trato que pondera y refuerza lo desarticulado que el ladrón institucional se encuentra de la comunidad. Este acto de dar o no dar la propina, tal y como lo atiende el Sr Rosa, puede traducirse en ese acto que las transnacionales usan para lavarse la cara, un acto que refuerza el divorcio que se genera entre el individuo y la institución. Donde la propina hace que el pasado sea olvidado y donde la experiencia no encuentra sustento y mucho menos un alivio. Ahora estimado lector, permítame preguntarle ¿usted da propinas? y de ser así ¿por qué lo hace?

10.01.13

Fernando Gachuz Fuentes


Etnógrafo egresado de la ENAH. Colaborador en la publicación online, Antropología física y La gracia de lo obligatorio.....ver perfil
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