por Amado Cabrales
Los grandes hombres como las cosas bellas, tienen puntos en común
El parecido que existía entre el bigote de Charlot y el que poseía Adolf Hitler, paso de ser un hecho curioso a ser parte de una comedia que trama con genialidad la crítica al fascismo con excelentes gags llenos de momentos memorables. La revisión de esta película no puede dejar de lado los aspectos circunspectos que tal obra nos arroja.
En el apartado XIX de la obra de arte en la era de su reproductibilidad técnica Benjamin esboza la dialéctica de la imagen moderna:
… su auto enajenación ha alcanzado un grado tal, que le permite vivir su propia aniquilación como un goce estético del primer orden. De esto se trata en la estetización de la política puesta en práctica por el fascismo. El comunismo le responde con la politización del arte.[1]
Esto hace evidente que la investigación hacia Chaplin por el Comité de Actividades Antiestadunidenses no fue fortuita, a sus ojos era un comunista, el cual había profanado con su película las buenas relaciones con el Estado Nazi previo a 1940. Chaplin llevó el humor a una politización del arte cinematográfico dando como resultado una alegoría cómica del clima bélico de aquella época.
El gran dictador se mueve dialécticamente entre las figuras de oposición de Hynkel y el barbero judío; uno es generador de la condición del otro, el otro la fuente que le asegura la unidad de su pueblo por medio del odio. El resultado es un hermoso y repetido juego de cambio de lugares el cual culmina con uno de los discursos finales más visto en la historia del cine.
La estetización de la guerra por parte de Leni Riefenstahl en el Triunfo de la voluntad (1934), de pulcra geometría y ardid de la pasión de un pueblo, es desgranado y parodiado por Chaplin, desde la excesiva gesticulación del discurso de Hynkely y su balbuceo ilegible, hasta el paso por las máximas obras de arte de Tomania, usando sus entradas en voz en off a cada escena de Hynkel. Chaplin al emular las formas del Triunfo genera una figura de oposición, como si la alegoría que representa el espíritu del tiempo que tanto buscaba Benjamin, siempre estuvo ubicada en el humor: un humor alegórico.
La escena de la danza de Hynkel con el globo terráqueo expresa los delirios megalómanos de un dictador que, como un niño, juega con el objeto de su deseo hasta romperse. Es destacable a su vez, la lucha de poder que cae en el absurdo, entre Hynkel y Napolioni, la política como una estrategia de apariencias. Esto entre otros muchos otros momentos memorables de los que reboza la obra vuelven a esta tan disfrutable.
Para la fecha de estreno del filme (1940) el cine sonoro había irrumpido de manera definitiva en las salas de proyección. Charlot, uno de los más grandes y entrañables personajes no solo del cine mudo, sino de la historia completa del séptimo arte, no había utilizado este recurso a plenitud. Es en El gran dictador donde nos regala unas palabras que salen no sólo del personaje, sino de Chaplin mismo. La elocuencia y sentimiento expresado en esos, a lo máximo, cinco minutos da un perfecto cierre a la vida de Charlot, pues se considera en este filme su última aparición. Es como si toda la ligereza, todo ese “autismo” tuviese un despertar, uno que toca a todos en lo más profundo.
Benjamin no pudo ver El Gran Dictador, pero quiero creer que se hubiese complacido con ella. El cine como forma revolucionaria y la lucha contra el fascismo eran puntos neurales de su vida y obra. En 1929 escribe una crítica sobre The circus, en la cual persigue algunos de sus temas bien conocidos: el arte moderno como producto de la individualidad, la relación entre la innovación artística, innovación técnica y el capital, y el potencial revolucionario del arte. En 1936 sale a la luz Tiempos modernos y también La obra de arte en la era de su reproductibilidad técnica, ambas abordando la mecanicidad y los problemas que ella ocasiona. No sé si es por el hecho de que tanto Charlot como Benjamin tengan “bigotito” o que es mero capricho de quien escribe, pero veo a estos dos grandes hombres como aportes al pensamiento y a la técnica del cine que deberían dejar de ser pensados en paralelo.
Como cierre quisiera recordar la imagen de los canarios en la jaula. Cuando las Fuerzas de Tomania irrumpen en donde se encuentra el barbero, se escuchan los gritos de la gente, mientras la cámara se desliza hacia la imagen inquieta de los canarios en la jaula. Chaplin para ese entonces desconocía los hechos de los campos de concentración, por lo que esa imagen resulta un presagio, una muestra que el arte es el espíritu del tiempo, incluso si éste no es consciente de ello. El humor que posee y las implicaciones discursivas hacen de este un filme que permanece a perpetuidad.
31.12.13
[1] BENJAMIN, Walter. La obra de arte en la era de su reproductibilidad técnica. Pp 99.