por Julio César Durán
Adolescencia, ese limbo que todo ser humano atraviesa. Momento de conocer los límites propios y también de conocer los límites de los demás, diferenciarnos de ellos, buscar una identidad, encontrarla o no. En pocas ocasiones el cine mexicano se nota joven (no se confunda para nada con lo inmaduro) y en menos de las veces voltea la cara del drama familiar para fijar la mirada, con más atención, a los antihéroes ignorados por los medios audiovisuales: los adolescentes, a quienes se quiere entender reduciéndolos a lágrimas y hormonas en medio de canciones baratas de pop.
Tomando como fuente y origen un cortometraje previo, una anécdota sencilla en la vida de una banda musical de cochera, el largometraje Somos Mari Pepa (2013) del realizador Samuel Kishi Leopo, el cual ya tuvo un importante viaje festivalero por el GIFF, el FICM y la Berlinale 2014, navega en ese bizarro mundo que llamamos adolescencia, con sus indiferencias, con sus decepciones pero también con sencillez, honestidad y emotividad.
Mari Pepa es una banda amateur formada por cuatro amigos que se reúnen en un cuartucho de los suburbios de Guadalajara, Jalisco. Alex, el guitarrista, junto con sus tres compañeros –cada uno con una mínima pero particular personalidad– deciden aventarse a participar en una guerra de bandas. Cada uno, tanto dentro de la banda como individualmente, se verá enfrentado a la pérdida de placeres o de comodidades (si es que las hay) al irse poco a poco alejando de dicha agrupación. El protagonista, de quien recogemos el punto de vista de la película, se pasa el tiempo, aparte de tocar su instrumento musical, grabando videos caseros de manera constante, desde los que observamos tan sólo minúsculos y efímeros momentos de la vida cotidiana de un chavo de clase media baja.
Cada chico, incluyendo a Alex, se verá obligado a toparse con una madurez sin sentido, una ola de choques constantes tanto con la familia propia –la permanente lucha del joven con la vejez tanto musical como de costumbres de la abuela– como con la del exterior. El filme, desde esta perspectiva, es uno de aquellos que se centra en la pubertad y la mira de frente, sin miedo y sin maquillaje, no intenta vender una imagen de lo juvenil sino que lo ensaya sin pretensión; tiene ese sello independiente que lo vuelve sumamente atractivo (tal vez) sin quererlo.
La película es un inteligente retrato de la clase trabajadora mexicana, a la vez que se nota sobrio. Lo sólido del filme se encuentra en su poca pretensión, se trata simplemente de un cuento que viene de las vísceras del director, que va a llegar hasta las emociones de los espectadores. Con Somos Mari Pepa vamos a dar un paseo por el limbo de estos muchachos, entre apretados y claustrofóbicos espacios hogareños, típicos del grueso de la población de nuestro país, hasta los amplios cielos de las tardes suburbanas, espacios que le dan la bienvenida a estos jóvenes prometiéndoles todo. Sin embargo es la cotidianidad la que, también de manera constante, les irá bajando las expectativas de un futuro promisorio e irá quitando las esperanzas y los ánimos.
Sin duda es una bien lograda ópera prima, como amarrada la podemos calificar, con buen estilo y contenida lo suficiente para no empalagar. No se trata de una epopeya con fuegos artificiales cada cinco minutos pero sí es una obra honesta bastante disfrutable, a la que también, debo decir, tras llevarnos a una cima nos comienza a bajar la emoción con un epílogo de sobra, musicalizado con guitarra melosa y collage de imágenes que bien podría habernos puesto en tono hacia la mitad del filme, pero no al final de la película, no obstante cuaja perfecto con el resto del trabajo y no merma la calidad del mismo. Con todas éstas características Somos Mari Pepa es un cine mexicano joven, hecho por jóvenes que no se evade en historias cursis sino que le da duro al punk rock audiovisual.
* Dar click aquí para revisar las exhibiciones de esta película en la programación de FICUNAM.
20.02.14