por Amado Cabrales
La meta del jinete en una monta de toros es muy sencilla: no caer. Al menos no durante los ocho segundos que se requieren para escuchar la ovación del publico. Lograr tan sencilla meta, requiere un no muy sencillo juego de destrezas. Jinete y toro forcejean, luchan el uno contra el otro, su relación es antagónica y violenta, la victoria de uno puede ser fatal para el otro. Esta relación entre bestia y hombre, esta lucha por permanecer en pie, sirve como metáfora de la vida de Ron Woodroof, texano homofóbico que ha contraído VIH y que comienza traficar medicamentos menos dañinos que el AZT (primer medicamento retroviral aprobado por la Food and Drug Administration, FDA) en El club de los desahuciados (Dallas Buyers Club, EU, 2013) del realizador Jean-Marc Vallée.
La bestia a la que Ron se debe de enfrentar ahora es su enfermedad: el sida. Ya no tiene 8 segundos, tiene treinta días, de acuerdo a los doctores, y el tiempo ya empezó a correr sin que se haya dado cuenta. Ron va afrontando la situación de la misma manera que muchas otras situaciones, unas cuantas líneas de coca por aquí, un trago de licor por acá y fármacos muchos fármacos obtenidos de manera ilegal. Su historia ira dando tumbos, habrá momentos en los cuales irá corrigiendo la forma en que percibe la homosexualidad y los estigmas que acarrea su enfermedad. Ron va dejando paulatinamente sus hábitos dañinos, pero manteniendo sus bríos, sus botas, todo ello hasta el glorioso final. Poco más de 2500 días, Ron se desvanece jineteando hasta el final; Ron gana, o eso es una manera de entenderlo.
Un close up nos muestra a Ron orando por una señal y un zoom back nos lleva a su templo: un table dance. Ron encontró como señal divina los fármacos ilegales. La fotografía es dinámica, con cortes rápidos y movimientos de cámara, vamos viendo esos 2500 días de vida. A lo largo del filme, imágenes interesantes y significativas se producen en la pantalla: un reflejo en el televisor; un payaso de rodeo que no existe; la marcas de aguja de una adicta, en un flashback que nos muestra el instante mismo del contagio; las mariposas nocturnas posándose sobre Ron como señal de muerte; la bandera norteamericana ondeando en la primera escena y un jinete en el suelo.
Pero no gana por su gentileza, ni por sus buenas intenciones, eso, si acaso, viene después. Lo primero son la supervivencia y los negocios, como todo buen norteamericano Ron es un héroe de los negocios y el dinero. Dallas buyers club es, como bien dice, un club de compradores que a partir de una laguna jurídica, reparte medicamento por medio de una membresía, es decir, no vende la droga, la regala a sus miembros. Artimaña que le dura poco, los clientes van en aumento de la mano de las restricciones por parte de la FDA, mercar con las vidas humanas es algo que solo las grandes instituciones pueden costearse.
El héroe se va transformando, la enfermedad lo deteriora, pero su mente se agudiza, deja de lado, esta violencia con la que se dirige hacia todas las cosas y la focaliza. Es todo un business man. Curiosamente su negocio no perjudica a nadie, por el contrario, provee de un tratamiento alternativo para el Sida y el VIH menos dañino que el aprobado por el gobierno norteamericano. La gente incluso se torna agradecía con él, con su labor. En medio de toda su lucha, a Ron se le ablanda el corazón y fraterniza con sus semejantes, los desahuciados enfermos de sida que son la fuente de su ingreso, además de desarrollar un amor platónico hacia su doctora quien a momentos es su cómplice.
Sin embargo, a pesar de ello en el argumento existen huecos discursivos. La posición misma de este antihéroe ante la FDA, más que una denuncia es una muestra más de que a pesar de lo podrido del sistema existen estadounidenses comprometidos y enérgicos que velarán por un estado de libertad y democracia. La película se queda corta ante un tema tan profundo como es el control del estado sobre la salud de sus habitantes, funciona sólo al nivel de escenas cargadas de momentos lacrimógenos. Vemos que la película es tan solo otra crítica espectacular[1] a Norteamérica, que señala y acusa desde la comodidad que permiten el tiempo y la ficcionización de lo real por medio de un “inspirado en hechos reales”.
Lo que Ron intuye, o más bien de lo que toma conciencia, es acerca de la verdadera bestia. El verdadero némesis de su lucha no es su enfermedad, es el estado mismo que se convulsiona y agita al tratar de derribarlo. Norteamérica ama a los antihéroes y su antihéroe favorito es la nación misma, esta suerte de entidad benévola y oscura que al mismo tiempo se critica y aplaude con la misma intensidad, siempre y cuando tal acción involucre dinero de por medio, cuando el plato de la infamia este frío para calentarlo con aplausos ante la pantalla.
El jinete no puede caer aunque esté derrotado, la bestia misma es el suelo donde se posiciona todo lo que conoce. El jinete desde un principio está vencido. Y lo que permanece en este no poder caer y haber perdido, es la mirada de la bestia que se contempla así misma con agrado.
[1] Termino que utiliza Guy Debord para designar aquella critica que se gesta dentro del mismo sistema, que sin extender su comentario a las causas intrínsecas de los hechos, analiza de manera superficial ,y evidencia, fijando sus afirmaciones en juicios morales dualistas.
24.02.14