por Rodrigo Martínez
Al mando de un ejército de no más de dos mil hombres, Alfonso Henriques derrotó a cinco mil musulmanes en el puente de Sacavém en 1147. Nueve siglos después del milagro, los gallegos de raíces lusitanas no saben quién fue el primer rey de Portugal. A la manera de un casting de modelaje, El cuerpo del rey (O Corpo del Alfonso), de†João Pedro Rodrigues, reúne los desnudos de un grupo de jóvenes de músculos hinchados y pieles de tatuaje. Cada uno de ellos leerá en dialecto el relato que recupera la leyenda del guerrero que “venció a los moros”, pero que no logró vencer al olvido, ni al mestizaje.
¿Qué tipo de cine es este mediometraje de Rodrigues? ¿Un documental sobre el significado de Alfonso I? ¿Un estudio de la corporalidad en el fisicoculturismo? ¿Un grupo focal acerca del tatuaje? ¿Un videoclip avantgarde o un ensayo político? ¿Una parodia del greenscreen (grandilocuente) de la cinematografía industrial? El cuerpo del rey puede ser todo lo anterior porque es un filme capaz de transformarse en treinta minutos. Y es que, a decir del propio cineasta, sus películas procuran apropiarse de los géneros del cine para sabotear sus códigos (Transit, agosto 2010).
Los modelos del filme ocupan un espacio provisto de una silla y una pantalla verde en el fondo. Planos medios o cercanos muestran caras, musculaturas y calzoncillos mientras responden preguntas. Antes de profundizar en las historias de vida, irrumpe una secuencia lúdica en la que el filme deja de parecer un casting para volverse una suerte de video musical. Una pantalla de fondo recorre calles portuguesas mientras los protagonistas leen en voz alta y en dialecto. En un minimalismo nunca excedido, la película también tendrá la forma de una entrevista grupal, con un montaje que va de un interlocutor a otro, y ofrecerá tres revelaciones de conjunto: ninguno de los fortachones tiene empleo, sólo uno (es profesor de historia) sabe quién fue Alfonso Henriques, y todos tienen rasgos mestizos que dan lugar a una identidad inestable acompañada de toda clase de tatuajes.
Mestizaje en directo, el minimalismo de El cuerpo del Rey consiste en montar un discurso del cuerpo tonificado, de músculos con sandías color de arena, con base en parcialidades. Pechos, hombros, espaldas, vientres, nalgas, muslos y tobillos aparecen repetidamente y unifican a esos gallegos que comparten el desinterés en las monarquías y la preocupación por la falta de empleo; pero, sobre todo, rasgos de una genética donde comulgan moros, andaluces y lusitanos, y donde lo mismo hay pieles de ciruela que ojos verdes o narices afiladas. Antes que un focus group para resignificar el pasado, el filme elige el presente porque deja el metraje de una estatua del rey en un literal segundo plano y se interesa cada vez más por esas masas de carne desempleada y por las explicaciones detalladas de los tatuajes que portan.
Es muy factible que†en el diseño original de producción el cometido del realizador de O fantasma (2000) fue hacer una película política. El resultado fue aún más amplio: El cuerpo del rey es una sociología del malestar. Es una entrevista con la desesperación de hombres que buscan encajar en un entorno que los rechaza. Es una farsa donde es imposible no sentir simpatía por los modelos que, quizás con el afán de conseguir trabajo, cargan la pesadísima espada de Alfonso I temblando y posando no sin falta de dignidad. Y todo eso que este filme es no es otra cosa sino el resultado de un cine que pretende ser una perpetua tentativa de invención formal, que perturba los rasgos de su modalidad más reconocible (documental), porque busca subvertir la realidad.
28.02.14