por Rodrigo Martínez
Gigantes de hierba que exhalan su derrumbe. Cauce negro de astros pescadores. Savia esmeralda en la boca de un monte. Intemporal serenidad en la pantomima de piedra. Rocas tendidas que vieron mil naufragios. La muerte del cielo en un audaz océano que escupe hombres en la tierra. Ecos de un toro de agua llamado Costa de muerte (Costa da Morte, 2013). Fresco de inmensidad como odisea íntima de la gente que dio espíritu a la cíclica Galicia.
El quinto documental de Lois Patiño (Vigo, 1983) recrea el ambiente y los oficios de una comarca norteña de Finisterre que debe su nombre a un temible anecdotario de naufragios. Una cámara fija ensambla visiones panorámicas de paisajes de roca, mar, niebla y árboles. Reducidos por la inmensidad costera, pescadores, madereros y paseantes cubren su cuota diaria de labores mientras dialogan sobre el terruño. El filme sitúa voces en el primer nivel del plano y actos en la profundidad de cada composición para condensar el tiempo en imágenes intimistas.
Costa de muerte es una crónica con destellos líricos. En un intento de atrapar el tiempo para reflexionarlo, el plano a plano del filme recupera elementos de la poética de James Benning (el cambio de luz en las criptas de un monte) al convertir la contemplación propia de un filme como Casting a glance (2007) en un encuentro con el cosmos cultural de un paisaje. Al simular el ambiente de vida y trascender el misterio de la naturaleza, la rutina adquiere la condición de lo extraordinario. La cámara cronista consigue que el espectador haga descubrimientos en los esfuerzos cotidianos. Con la sencillez pictórica de un encuadre abierto, revela el modo en que los percebeiros comprenden el mar mientras pescan en las mismas rocas donde se ocultan cuando el oleaje enfurece.
Al buscar una continuidad atmosférica, el equipo de Patiño logra una mirada unificada que distingue este filme de la ficción experimental Esliva (2011), a cargo del mismo realizador, porque anula completamente el close-up en favor de un relato coral que mezcla certeza e incertidumbre en planos de altura similar, pero de ángulos variados. Las anécdotas (ahogados y naufragios), los trabajos (pescar japonesas y perceberos), los rumores (cadáveres en la costa), las especulaciones científicas (un bosque de robles que duró mil años) o las leyendas (el monte que fertiliza a los matrimonios) son variaciones de un leitmotiv (la costa) que articula algo más que una historia verbalizada. En todo el largometraje no hay una sola personalización visual. Toda la gente es voz. De voz también es el sentido del paisaje porque se trata del fundamento de identidad de una región entera.
Los destellos de afección romántica o de testimonio en el habla de los nativos son síntomas de cultura recreada. La película está más cerca del documento artístico que de la vanguardia de La imagen arde (2013) del mismo autor. En este segundo trabajo el cineasta recuperó material del primer largometraje para hacer intervenciones formales y auditivas sobre un único plano con el deseo de evidenciar modos de percepción a través de la misma imagen. Si bien Costa de muerte tiene un segmento donde una misma composición aparece en distintas temporadas mediada por cortes directos, el deseo de este inserto (que parece dividir el todo en dos partes) no es interpelar a través de resignificaciones. Se trata solamente de una puesta en contemplación que evidencia los cambios en el paisaje. Creación documental al fin, el largometraje nunca rechaza la búsqueda de motivos plásticos. También desea revelar la escultura en la potencia de la naturaleza porque, a menudo, es posible hallar rostros moldeados en la roca por el cincel del oleaje.
Trabajos físicos más el misterio de la naturaleza. El paisaje y el tiempo. Como versa el epígrafe de la película, Costa de muerte busca la plástica oral del epígrafe de Castelao que reafirma la vida de Galicia como la entrada de los hombres en el paisaje y del paisaje en los hombres. Como en todos los trabajos de Patiño, la película encuentra una idea en un fragmento escrito y se apropia de ella. El cineasta no elude la posibilidad de esculpir su fuente con sus propios recursos de tal modo que añade cuatro sostenidos auditivos con un tono dominante que substraen al espectador de la polifonía de ruidos del ambiente. Amén de este acompañamiento auditivo innecesario (que en la La imagen arde sí está justificado) a una atmósfera ya existente, en varios instantes la perspectiva visual desparece. Un bote a la deriva, un hombre flotando en la inmensidad verdiazul del mar o una pinza que levanta bloques de troncos ocupan planos que carecen de volumen. Este efecto irreal dialoga con la ausencia de espectáculo e instala al espectador en la certeza de que, aun en una imagen más parecida al transcurrir de la realidad, siempre hay otra realidad, que es más bien una ilusión, y que pertenece a la película.
Interlocución de “distancias perceptivas opuestas”, según dijo el propio Lois Patiño (Festival de Cine de Valdivia), el esfuerzo documental de Costa de muerte consigue dar razones de ser a cada nivel del largometraje. Mientras la voz hace presente el pasado del paisaje, la imagen muestra todo el tiempo el afán cíclico de los hombres por domesticar las extensiones del océano. Y el mar empuja a la gente hacia a la costa para amansarla. Porque en la tierra los hombres temen a un mar que los obliga a ser como él desea al tiempo que la gente misma, a fuerza de trabajos que principian todas las mañanas, le dice a la costa, al menos en la imaginación, lo que debe ser.
10.03.14