NOTICIA HEMEROGRÁFICA DE RELEVANCIA SUMA: La leyenda de la Cinefilia exquisita de todos los lunes de nuestras vidas se ha mudado exclusivamente a internet. Ha sido esa la indescifrable decisión de la nueva era de un periódico "global", El Financiero-Bloomberg y es nuestro deber anunciarlo. Ahora ya no es de lunes, sino como le vaya tocando turno de editarse. Ahora ya no es de sección cultural, sino de opinión.
No es fácil dar con el icono del maestro Ayala Blanco, suponemos debido a las modificaciones que sufre cotidianamente dicho diario, sin embargo si, a lo alto, en "Buscar" se busca el nombre de Jorge o de su columna, el servidor web hará el resto, para que pueda, el lector, seguir disfrutando de esos escandalizantes textos sobre la cartelera.
Mientras tanto, aquí seguiremos reproduciendo el trabajo de nuestro crítico de cabecera.
por Jorge Ayala Blanco
En El sueño de Walt (Saving Mr. Banks, EU-RU-Australia, 2013), delicioso opus 5 del texano especialista en cine infantil de 57 años John Lee Hancock (El novato 02, Un sueño posible 09), con irónico guión adulto en femenino de Kelly Marcel y Sue Smith, el insuperable magnate hollywoodense de los dibujos animados Walt Disney (Tom Hanks en plan de amable genio higadazo si bien contrariado) intenta aún complacer a sus hijitos, tras dos décadas de esfuerzos infructuosos, llevando a la pantalla su novela predilecta Mary Poppins, en torno a una mágica institutriz con paraguas volador que salvó de la ruina a toda una familia victoriana, aunque su autora londinense Pamela Travers (Emma Thompson en plan de hipermatizada quisquillosa inaguantable) sigue haciéndose del rogar para ceder los derechos, aunque ahora ha aceptado viajar a Los Ángeles para supervisar el proyecto in situ, cuestionándolo todo y haciéndoles ver su pésima suerte tanto al todoaquiescente libretista Don (Bradley Whitford) como a los inventivos compositores de canciones como “El cometa”, el cojo respingón Bob (B.J. Novak) y su hermano concesivo Richie (Jason Schwartzman), pudiendo más, mucho más, sin embargo, la sencilla compañía buenaonda del simpático chofer ubicuo Ralph (Paul Gianmatti desarmante) y la astuta capacidad de convencimiento del propio persecutorio Disney sentándola como Tío Vivo en un tiovivo durante una visita forzada al reino neofeérico de Disneylandia, o de escapada hasta Londres, en la sensibilización y el ablandamiento de la fiera inabordable.
El cortejo infructuoso se aplaza y divierte, porque no es imposible, sino algo todavía peor, bastante más malvado que cualquier cortejo amoroso o fúnebre: rechazante, desesperante, erizante, exasperante y paralizante, no obstante reverberante, como los variables tonos anímicos de esta inusitada comedia fílmica y sus digresivas aristas puntillosas, en torno a esa inasible cincuentona voluntariosa, solitaria, autista y desinteresada porque avara con personajes de ficción a quienes consideraba familiares suyos, sumida en los recuerdos de su niñez traumática en las landas australianas al lado de un trágico padre juguetón (Colin Farrel) que la llamaba Ginty (una encantadora rubicunda Annie Rose Buckey) y practicando el más sádico y delicado arte de dar largas, correctivos, cortones y descolones igual hilarantes que inmisericordes.
El cortejo infructuoso concibe su trozo de biopic en dos niveles estructurales al articular presente y pasado como un edificante sueño posible ya vivido, uno frívolo y uno lírico, para que en su vaivén la empecinada heroína lamentable se extravíe desde una óptica cenital-solar, entre grúas ascendentes y esquizofreneando, extraviada en sus ensueños y acres regresiones etílico junto a su marcante padre en perpetua feria agonista.
Y el cortejo infructuoso convierte su doloroso sentido en una especie de grácil psicoanálisis exitoso, una neohollywoodense panacea terapéutico-catártico-humorística macrodisneyana, al nivel de la supercalifragilística conquista de un todopoderoso-omnifigural freudiano Mickey Mouse en persona, a quien nuestra neurótica caricaturesca primero despreciaba y castigaba de cara a la pared en el cuarto de hotel, luego lo saludaría a las puertas del Palacio Encantado de Disneylandia, enseguida lo sentaría a la mesa de su comedor para firmar el contrato decisivo y al final acabaría en una butaca junto a él, para gozar llorando de emoción entrañable, durante la regia premiére fílmica de su cuento clásico ¡por fin universal! y así salvarse de la ruina interior.
12.03.14