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300: El Nacimiento de un Imperio

300 y el vicio de la mirada masculina

por Fernando Bustos Gorozpe

 

En definitiva 300: El nacimiento de un imperio (300: Rise of an empire, 2014) cumple con ciertas expectativas, pues sigue la misma línea cinematográfica que su precuela  300, a pesar de ser dirigida ahora por Noam Murro y ya no por Zack Snyder, quién decidió permanecer esta ocasión en la producción. Sin embargo, debe reconocerse que a pesar de ser una película entretenida para casi cualquier ojo masculino, ésta termina por defraudar con el personaje logrado a medias por Sullivan Stepleton: Temístocles, el cual no llega a infundir, por leguas, el mismo poderío que Gerard Butler diera a Leónidas. Durante varias escenas es imposible no hacer una comparación desde el salvajismo más trivial: “Leónidas ya lo hubiera matado por menos”. Caso similar, al que podemos hacer comparativa, fue el que enfrentó la serie Spartacus tras la muerte de Andy Whitfield. Liam McIntyre, quién lo supliera en el protagónico, jamás logró seducir al espectador como ya lo había hecho su antecesor.

Debe reconocerse que 300: Rise of an empire es una buena película, claro, pensada para la vista del hombre antes que para la de la mujer, pues a pesar de estar plagada de guerreros fornidos llenando la pantalla, estos no están ahí para “el deleite de la pupila femenina”, sino para lograr una identificación simbólica con el espectador masculino. El yo ideal del varón es totalmente transparente en este género de películas. Todos somos Leónidas… o Temístocles. Y matizando, esto debe leerse como una crítica que aboga por la construcción de un cine desde otro tipo de miradas y ya no sólo la masculina.

Resultaría pretensioso en este texto hacer una crítica del filme desde un aspecto histórico, empero se puede resaltar un elemento evidente usado para mover la acción del filme, y que tiene relación con lo anterior mencionado: la figura de Artemisia. El personaje femenino que rompe en algunos aspectos con la narración histórica. Es sabido que para filmar historias de este tipo es necesario tomarse ciertas licencias narrativas con tal de resaltar el conflicto dramático, así que para el presente filme es casi predecible el hecho de que se haya elegido a un personaje femenino, valiéndose de clichés recursivos de la cinematografía comercial, obviando el logro de conectar con la audiencia general. El espectador común, quien ha crecido educado por la televisión, por supuesto encontrará a este personaje femenino atractivo.

Laura Mulvey, en su texto Placer visual y cine narrativo (Screen, 1975), ya denunciaba el vicio de la mirada falocéntrica en el cine de Hollywood, el cuál emplaza a la mujer en dos estadios dentro de este arte: 1) Como objetivo erótico para el héroe dentro del espacio diegético y 2) como objeto erótico para el espectador. Sin que éstas coincidan con el brindar al personaje femenino un estatuto principal. Dentro de este tipo de cine, no es la mujer lo verdaderamente importante sino sólo un pretexto narrativo útil para incrementar el drama. Así, bajo la creación de una Artemisa caricaturizada, 300: El nacimiento de un imperio, se vuelve un trabajo reiterativo que encaja con las reglas básicas de toda producción hollywoodense.

Pero la película no es sólo “buena” por su estructura dramática, ni por los hombres fornidos o una Artemisa al estilo femme fatale que despierta los deseos lascivos y primitivos del hombre. 300: Rise of an empire tiene logros porque E.E.U.U. se ha vuelto experta en la narración de mitos griegos y romanos. Ver una película como 300 o cualquier otra que desarrolle la historia de Grecia o de Roma, es como encontrarse con migajas del sueño metafísico del país norteamericano. Las analogías son obvias y  las cintas producidas en ese país se han encargado en buena medida de reforzar ese discurso. Griegos y romanos, cuyo nacionalismo fue el pilar de la construcción de tan grandes civilizaciones,  parece apenas una aspiración para el país vecino, a la vez que un delirio del temor hacia los extranjeros ante la tesis (fantasía) de que el otro quiere apropiarse de su forma de vivir, de la forma en que la “nación más democrática” goza diariamente. ¿Acaso  no podemos encontrar en los persas enemigos de Leónidas y de Temístocles una analogía (con sus asegunes) con cualquier país ajeno a E.E.U.U. como México o Irak? Los bárbaros que acechan constantemente el proyecto de estado y al pueblo que, con bases morales sólidas y los mejores guerreros dispuestos a morir en la batalla (guerras, invasiones) defiende su proyecto metafísico, su nacionalismo. Pesadilla derivada de un malestar social.

Aun así, por supuesto que la película es buena. No podía se de otra forma. ¿O no? El cine que más se consume internacionalmente –y más en México- es el de Hollywood; si aceptamos la premisa de que este arte es por naturaleza ideológico, hemos sido testigos de un discurso repetitivo que incluso ya aprendimos a compartir y a desear, aun cuando no estemos dispuestos a aceptarlo.

El uso parafraseado de aquella frase que hiciera famosa el “Che” Guevara (que se atribuye originalmente a Emiliano Zapata, a Benito Juárez e incluso a Dolores Ibarruri, presidenta del partido comunista de España): “prefiero morir de pie que vivir de rodillas” en la boca de un Temístocles a la Hollywood, es sólo muestra de una inocencia pervertida. Es una frase (idea) surgida desde la izquierda, desde la alteridad, expresada ahora desde un personaje que podría simbolizar al país con mayor hegemonía política y económica; ilusión que busca situarse desde el campo de la victimización para luego, desde lo heroico.

Absurdo sí, pero curiosamente entretenido. Sangre, guerra, ejércitos, una mujer fatal, un héroe. Receta infalible para el cine comercial que sigue construyéndose desde la imaginación masculina.

 

19.03.14



Fernando Bustos Gorozpe


@ferbustos

Filósofo. Especialista en nada. Profesor en la universidad Anáhuac Norte. Colabora también en: La Tempestad, Nexos, La ciudad de Frente y Cuadrivio.

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