por Amado Cabrales
Tercera escena, el mar. Vemos un atardecer, las nubes se van tiñendo de naranja y rosa conforme el sol de oculta en un horizonte montañoso, vemos también las ondulaciones de la marea. En la parte baja de la pantalla, una voz femenina nos habla de una obsesión, de una búsqueda que asocia al mar como memoria. A partir de esta escena, la película progresivamente se irá internando en el mar profundo, ese que en principio solo hemos visto en superficie, se irá desentramando, se irá desplegando en el espacio, y en el presente.
El Construir la identidad a partir de la memoria, a partir de momentos a lo largo de la vida, es un ejercicio de reordenación de nuestro pasado en el ahora. La búsqueda que Gabriela Ruvalcaba le impone a su memoria, a sí misma como directora, es un esfuerzo de rescate del archivo familiar en súper 8, betamax, fotografías y diapositivas, imágenes que completa y compara con nuevas tomas en HD de lugares antes tomados, en sí, una confirmación de la estética del reempleo y de los conceptos imediatos que se derivan de esta práctica de vanguardia en el cine mexicano contemporáneo: identidad y memoria (La vida sin memoria parece dulce, Iván Ávila Dueñas, 2013) tomas de su familia en el pleno acto de rememorar, metáforas visuales que desentrañan la mente. Es precisamente este juego de oposición y complementariedad del ser y el haber sido, del mirar atrás de sí y de los suyos, lo que define un presente atípico. Lo que crea una identidad visual de la directora y de su obra a partir de la búsqueda, de la obsesión familiar de preservarse en imagen.
Los múltiples contactos son enlazados por la voz en off, la cual nos narra la exploracion interna y externa, el origen de una obsesión que descubre como su herencia. La Herencia de preguntas van hilando las diferentes texturas de los formatos fílmicos, recorremos las fiestas y reuniones, los juegos de edición del “tío Beto”. Con datos precisos y de corte científico la voz nos va llevando a reflexiones poéticas, tratando de desentrañar el juego que hacemos entre el hipocampo y nuestras vidas.
El recuerdo no reside en la mente, como afirma Ruvalcaba, sino se resiste pues la memoria es acción y es quizá en el espacio vacío, en ese espacio mínimo entre las dendritas y axones, mar profundo de las conexiones sinópticas, que se agita con imágenes, sonidos y palabras que el recuerdo existe y se despliega en todos los sentidos.
La estructura del filme se divide en la búsqueda de 7 momentos, que de acuerdo a lo que nos plantea la película, es el número de elementos que la memoria a corto plazo utiliza para llevar al hipocampo, al archivo del ser. Es difícil precisar cómo es que ha sido clasificado como un documental, las líneas entre cine de ficción y las formas de construcción del cine documental se desdibujan. Lo que vemos es subjetividad pura, que se nutre de lo real para sus dilucidaciones.
Es claro que la imagen tomada no es el recuerdo, es un detonante, una prótesis visual que nos lleva los recovecos de la mente, al hipocampus cerebral. El peligro reside en sólo recordar la imagen, sin poder accesar al recuerdo previo a ella. De ser cierto que el alma, como lo creen las tribus tzotziles, es lo que se atrapa en la imagen capturada, este acción cancela entonces el retorno al momento previo a la captura, a la esencia de un momento. Al recordar por medio de la prótesis, queda velado el recuerdo en bruto, es entonces que la construcción del filme no aspira a una fidelidad del recuerdo, si no a su contemplación, a la apreciación de lo que se conserva y de lo que se pierde construyendo nuevas formas de recordar los hechos, las imágenes, proceso paralelo que llevamos a cabo también nosotros, el público.
Un carrete de película cae en el mar, le vemos caer lentamente, seguimos su sinuoso camino, se ha vuelto un vehículo, una anemona de celuloide en el paisaje del hipocampo. Surcamos el leteo, el mar del olvido, de la mano de la narración, de la búsqueda. Nuestra barca es el cine, la estructura del lenguaje cinematográfico, las transiciones, el fade y las relaciones simbólicas de las tomas, reflexionan sobre el cine, sobre su capacidad de captura del instante del alma. El technicolor, las grietas de las fotografías, son huellas, como lo es el desgaste de las cosas en el tiempo, como lo es el gesto de un momento prolongado en el espacio, su acto descomposición como evidencia de su temporalidad.
Constantemente la voz en off, se cuestiona, nos cuestiona, y entre las preguntas resuena:
¿Acaso un recuerdo se vuelve un recuerdo propio? Ella nos confiere su memoria y esta se transforma en nosotros en un recuerdo propio, en imagen dentro de nuestro imaginario. El cine como vehículo no nos lleva a la memoria, nos transporta al presente, establece una dialéctica de la imagen, nos permite cuestionar, elaborar nuevas formas de recordar. La cinética de sus expresiones nos permite mirar diferentes tiempos, nos confiere el reflejo necesario para la reflexión, el cine alimenta el recuerdo, el recuerdo quizá construye el cine.
06.04.14