por Jesús Hernández Olivas
Un telón negro sirve como fondo para el misterio, cuya naturaleza es la venganza ciega de la sangre. Por momentos, una luz pasa por encima de algunas huellas que prometen convertirse en pistas. El espectador no sabe en realidad si desea o no conocer lo que está pasando detrás de ese intimidante telón, pero permanece muy atento con su mirada de voyeur, intuyendo que muy pronto las luces se encenderán para mostrar un cuerpo ensangrentado o quedarán apagadas para dar paso sólo a un grito seco, como piedra.
Lo cierto es que la inquietud transmitida a lo largo de la filmografía de la directora francesa Claire Denis no es fácil de asimilar: el espectador que acude a una sala de cine para sentir la calidez de la luz y las sombras jugando a proyectar un filme, no encuentra su cometido al presenciar un artificio de oscuridad absoluta, que sólo por momentos se ilumina por una flama encendida desde un rincón húmedo y sucio.
En su más reciente filme, Les Salauds (Los Canallas, 2013), Denis elabora nuevamente un monstruo de sombras similar a aquel que presentó en el 2001, en Trouble Every Day (2001), en el cual la sangre era un motivo que servía como hilo narrativo. En esta ocasión repite la fórmula y también recurre a los llantos ahogados de Stuart A. Staples y los Tindersticks para incrementar la sensación de orfandad en el espectador: los sonidos se arrastran como un blues sanguíneo que apenas se escucha.
La trama es muy general, mas no sencilla: Marco Silvestri (Vincent Lindon) es un marinero que al enterarse del suicidio de su cuñado y el estado físico y mental de su sobrina, vuelve a París para ayudar a Sandra (Julie Bataille), su hermana, que ante la tragedia tiene que sobrellevar en sus hombros la quiebra del negocio familiar. Todo indica que el empresario Edouard Laporte (Michel Subor) es el responsable de la situación, por lo que Marco buscará la manera de tomar venganza al mudarse al edificio donde vive Raphaelle (Chiara Mastroianni), la amante de Laporte, y su pequeño hijo, sin saber que se está enfrentando a un oscuro laberinto.
La narrativa de Denis es sumamente literaria y podemos entenderla, me atrevo a proponer, desde ese erotismo afilado elaborado por Georges Bataille en sus ficciones y ensayos, como la referencia francesa más obvia; sin embargo, debemos recordar también esa oscura novela que es Farabeuf de Salvador Elizondo, en la cual, con la precisión de un cirujano y el oficio de un fotógrafo (de imágenes impulsadas por las palabras), el mexicano elabora una alegoría sobre el flujo del tiempo y la inmanencia del deseo que reside en el dolor ritual de la carne.
De la misma forma en que Elizondo esconde al lector las posibles salidas del laberinto visual-temporal que es Farabeuf, Claire Denis lleva al espectador hasta las periferias de su filme y no revela en ningún momento cuál es el camino más seguro que puede tomarse para entender el misterio que subyace en Les Salauds. El espectador, así, se siente perturbado por la incertidumbre de un filme hecho de sombras y rastros de sangre seca, que niega el principio más noble de la cinematografía, es decir, la representación de la luz en una estética pulcra.
Por otro lado, en Les Salauds está presente también la influencia directa de Roman Polanski y ese subgénero que cultivó entre 1965 y 1976, al que denominaré thriller de apartamento. Marco Silvestri encuentra en la proximidad de los espacios contiguos no sólo una forma de venganza, sino también la perdición de sí mismo, a veces consciente de ello, pero es incapaz de combatirla dando marcha atrás, porque se siente atraído por una pulsión que es más fuerte que él, justo como sucede en El bebé de Rosemary (1968), Repulsión (1965) y El inquilino (1976)
No han sido pocos los que han encontrado en esta película una más de las obsesiones de Denis: demasiado hermética o excesivamente sórdida. Sin embargo, quienes estén cansados de la asepsia cinematográfica imperante encontrarán en este cúmulo de sombras y silencios, un reducto para sentir el lado B del cine convencional.
Pienso, finalmente, en Polanski, Bataille y Elizondo; pienso en el rastro de sangre que dejaron tras de sí y en la herencia bastarda de sus respectivas obras.
05. 06. 14