por Jose Cabello
Actualmente mostrar cuerpos desnudos en la pantalla no se puede calificar de rompedor ni atrevido. No obstante, si estos cuerpos no pertenecen a bellas sirenas ni al tipo inflado de gimnasio, los ejemplos comienzan a escasear, más aún si la edad de quien está despojado de ropas sobrepasa lo socialmente aceptable, es decir, no son jóvenes ni adultos, son maduros: El eufemismo de lo conocido como tercera edad. Estos viejos desnudos incomodan a la generalidad y al igual que en la vida real, cuando un anciano molesta, queda recluido en una residencia desapareciendo del campo visual global, ausencia compartida en la gran pantalla pues escasas temáticas abordan, o centran, su problemática en esta figura.
En Gerontophilia (2013), Lake, un joven canadiense que disfruta de su año sabático, antes de recomponer su incierto futuro académico, comienza a trabajar en una residencia de ancianos gracias a su madre. Allí conoce al señor Peabody, un octogenario del que se enamora rápidamente a golpe de encuentros clandestinos en la habitación del paciente mientras, en paralelo, sobrelleva la relación con Desiree, su novia. La incertidumbre mental en la que cae Lake es intensa pero breve. Sin embargo, velozmente es capaz de aclarar sus sentimientos y aplastar la sensación de culpa de doble vertiente debida, por un lado, a sus relaciones sexuales con un hombre y, por otro, a la avanzada edad del sujeto. Tras la aceptación de su situación, el chico opta por dejar de esconderse y realizar aquellos actos anteriormente teñidos de ocultación para adoptar la normalización, y es aquí donde surge el conflicto.
Chico y chica transitan por un rompecabezas emocional, comenzando con una situación idílica de pareja donde ella cree tener el control permitiéndose el lujo de autoproclamarse madre superiora de la Revolución, tachando de “santo” al joven Lake al caracterizarlo con una personalidad de índole altruista que, según ella, lo motiva a trabajar en la residencia. Pero esta visión virará cuando él destape su nueva tendencia sexual y ella no sepa encajarla. Cazador cazado. Un juego establecido a través de la mirada fuera de campo que desdeña el espíritu subversivo de todas aquellas falsas modernas que luchan por una causa hasta que el aliento roza su nuca.
Pero a pesar de afincarse en terreno no grato para mentes estrechas, Gerontophilia posee el aroma del café descafeinado, da un paso hacia adelante seguido de otro hacia atrás, enmarcando el film en una idea osada pero sin más pretensiones que la de elaborar un bonito lienzo entre el amor de un chico joven y un hombre maduro. No va más allá. Al contrario que en el resto de la filmografía de LaBruce, donde la política, el sexo explícito y el activismo tienen cabida, en éste último proyecto el director se distancia de ellos dejando pasar el tren en el que iba montado la adolescente de Marieke, Marieke (Sophie Schoukens, 2010), que partiendo de la misma premisa temática, retrataba una obsesión más reflexiva por los cuerpos decrépitos de los ancianos con los que esta belga se acostaba noche tras noche. Ni tan siquiera establece un marco hostil alrededor de los protagonistas eludiendo así la responsabilidad de Una mujer infiel (The Door in the Floor, Tod Williams, 2004), Escándalo (Notes on a Scandal, Richard Eyere, 2006) o Una pasión secreta (The Reader, Stephen Daldry, 2006) que fracturan ambientes normativos realmente asfixiantes.
Texto publicado originalmente por Cinedivergente el 4 de noviembre de 2013 y reeditado para los lectores de F.I.L.M.E.
10.06.14