por Julio César Durán
Tras un verano que aparentó una calma y normalidad total, la inocente Isabelle (interpretada por la supermodelo, Marine Vacth) se encuentra por vez primera con un joven y lo conoce –en el sentido bíblico del término–, para así despedirse de su niña interna. Al regreso a la rutina urbana, las clases, los amigos y la familia clasemediera europea, existe un elemento que para la chica no termina por cuajar. En un ánimo tanto de experiencia como de control del mundo (exterior/interior), ésta adolescente se presenta como una distante y experimentada sexoservidora para una serie de clientes de clase acomodada. Desde ese momento se nos invita a preguntarnos por el drama personal de los personajes en pantalla.
El realizador francés, François Ozon, ha visualizado en muchas ocasiones un mundo joven, bello, terso, jamás delicado pero sí fino y redondo en varios aspectos. Con referencias constantes al “elemento agua”, en muchas de las ocasiones al mar entendido como corporalidad y representación de la libertad, este director ha hecho constantemente que sus personajes, siempre jóvenes, lo habiten de una u otra manera, sin embargo, en esta ocasión, con la obra que ha titulado Joven y bella (Jeune et Jolie, 2013), parte de aquella gran concentración de líquido –las vacaciones disparadoras de la historia– para mover a su preciosa protagonista hacia lugares provocativos.
Con un argumento que podemos situar a mitad del camino entre Ellas (Malgorzata Szumowska, 2011) y Sleeping Beauty (Julia Leigh, 2011), Ozon desarrolla una película (nada extensa, hay que decirlo) que recorre veredas, curvas inesperadas y miradores fílmicos, a los cuales en momentos regresará o en otros los cambiará, todo para tener la experiencia de una sensualidad adolescente de la mano de Marine Vacth, su protagonista, quien no solo es joven y bella como el título del filme ya nos anuncia, sino que se encuentra en apariencia perdida o mejor dicho fuera de sí misma (en mi opinión, voluntariamente) tras un encuentro sexual en las vísperas de su cumpleaños número 17, para después buscarse a través de otra exploración por el control de todo su mundo físico y la búsqueda también por ejercer cierta clase de poder sobre (sí misma claro está y en) los hombres.
A partir de aquí la chica, quien siempre será inocentemente (¿?) acechada por el hermano menor –en momentos su más preciado confidente–, va a ser la catalizadora de una especie de muerte de la infancia para ir más allá, para mirar hacia el horizonte, es decir, a la precoz madurez de una imaginería erótica que se desarrolla en una batalla coital (a veces en camas, a veces en baños y otros lugares siempre fetichizados) entre la “perversión” de la vejez y la “ternura” de la juventud, elementos que se ven intercambiados.
Con un atinado cambio constante de registro y de tonos, y con tintes de temática social de clase, la película mantiene un perfecto ritmo entre el conflicto dramático de los padres, que termia siendo secundario, y esta búsqueda que Isabelle emprende, la cual sin necesidad de amplificarse cual odisea, nos mantiene a su lado, con la compañía del score de Philippe Rombi y las texturas que Pascal Marti, director de fotografía, logran para este filme.
De una estilización impresionante pero a la vez, y paradójicamente, sobria, Jeune et Joli –en el mismo mood de Juegos perversos (Swimming Pool, 2003)– nos muestra la feminidad siempre latente del realizador, quien se sale del cliché de la llamada música indie (usada por mil y un directores para tratar de entender a las juventudes contemporáneas) y propone una banda sonora nos lleva en este viaje de la mano de Françoise Hardy y otros músicos aledaños para tomar un tema ya ensayado de manera poética –bien aprendido por Ozon– del gran Rimbaud (o en todo caso de Los Angeles Azules): el final de la infancia y la lucha de la madurez en la intempestiva edad donde Eros parece ser el todopoderoso dueño de las tierras que, en este caso, son los cuerpos y los sentimientos humanos.
20.06.14