por Jesús Hernández Olivas
Uno de los carteles promocionales de Los niños del cura (Svecenikova djeca, 2013) nos anticipa su trama: un hombre con sotana —un sacerdote, deducimos— sostiene una aguja en su mano derecha y un condón en la izquierda. De la misma forma, nos anticipa, implícitamente, ciertas temáticas que podrían encontrarse en el más reciente filme del croata Vinko Bresan; en este tenor, lo que no revela la imagen es la manera en cómo serán abordados dichos temas tan delicados para sensibilidades ortodoxas y sus alcances narrativos.
Don Fabián (Krešimir MikiÄ?) se acaba de recibir del seminario y es enviado a una pequeña isla en el mar Adriático para, eventualmente, sustituir al sacerdote de la parroquia, el viejo Don Jacobo (Zdenko Botic); pero la popularidad de éste último con los feligreses es demasiada como para que Fabián sea aceptado fácilmente. Aprovechando que la tasa de mortalidad es mucho mayor a la de nacimientos en la isla, Fabián elabora un plan que consiste en perforar los condones que vende el comerciante local Petar (Niksa Butjer), así como sustituir las pastillas anticonceptivas por vitaminas, las cuales vende Marin (Dražen Kuhn), el farmacéutico loco de la isla; sin embargo, las consecuencias de este plan para elevar la natalidad local rebasarán lo esperado hasta convertirse en tragedia.
En el inicio de la película vemos a don Fabián en una sala de hospital, sucio y demacrado, rodeado de una veintena de recién nacidos. El eje narrativo inicia cuando a la sala llega un joven cura a confesar al otro antes de una operación que, entendemos, es de alto riesgo; es “abortiva”, según nos dice el mismo personaje. Así, Fabián nos cuenta a través de su confesión cómo es que terminó en ese lugar.
El humor negro de Bresan, apoyado en el texto original de Mate MatišiÄ?, es de la más alta manufactura cinematográfica. Cada diálogo, expresión de los personajes o vuelta argumental están plenamente justificados por medio de una sátira profunda —que puede doler en los huesos de los nacionalistas y fervientes cristianos—, ya que implica a todos los sectores de una sociedad croata dominada por el catolicismo ortodoxo. En el filme, se hacen patentes la homosexualidad, la política nacional, el aborto y la pedofilia, siempre conectados por el criterio católico y las conveniencias de la iglesia.
Recordemos brevemente que Croacia es una nación, como tal, muy joven. Apenas en 1991 inició su proceso de independencia y éste no terminaría sino hasta 1995 después de una guerra, en esencia, anacrónica. De la misma forma en que España necesitó del movimiento cultural —valga la redundancia nominal— conocido como “La Movida” para reconocerse en una liberación de los valores anquilosados en su sociedad después del franquismo; salvando sus distancias, Croacia hace lo mismo a partir de ejercicios cinematográficos como Los niños del cura que desnudan la responsabilidad de la iglesia en la decadencia del mundo contemporáneo. Para muestra, los episodios clave del filme donde somos testigos —voyeristas, acaso— de las confesiones entre sacerdotes; sus pecados son transmitidos de uno a otro, en cadena infinita y al mismo tiempo son perdonados por ellos mismos, como portadores de la redención divina, de inmediato; sin embargo, la carga moral de saberse portadores del secreto de confesión los atormenta hasta el último de sus días.
El golpe cultural que representa la temática de la película y la manera en que se presenta por medio de la aguda inteligencia de Bresan coinciden con la aceptación que ha tenido en aquel país, donde se ha convertido, afortunadamente, en un fenómeno de taquilla, siendo uno de los filmes más vistos en la historia de Croacia.
Bresan desnuda la problemática de la iglesia en su país y la postura, a todas luces, incongruente que ésta tiene hacia los anticonceptivos y el aborto, pero el tema se vuelve universal —y con ello también la película— a partir del comparativo sobre casos de pedofilia en otros países como Estados Unidos, Bélgica, Irlanda, Alemania y México, entre muchos otros, que incluso son mencionados en la película como para acentuar la ficción con una realidad abrumadora.
Para acercar el contexto de Los niños del cura a nuestro entorno nacional, podemos decir que la sátira de Bresan es muy similar a la obra de Luis Estrada, tan necesaria en la actualidad mexicana, tanto en su humor negro como en el tono de las actuaciones y el ritmo narrativo con el que se desenvuelve; así mismo, no está exenta de símiles que podrían parecer lejanos como los Monthy Pyton —muchos segmentos de The Meaning of Life, por ejemplo—, la obra del español José Luis Cuerda o incluso de Álex de la Iglesia.
Así mismo, es interesante ver cómo las películas del mexicano Luis Estrada, incisivas y dotadas de una fuerza alegórica sin igual en nuestro país, han sido incluso censuradas, precisamente por su impacto mediático y en última instancia sociológico; en cambio, sufrimos en cartelera películas con un supuesto interés por indagar en la realidad social como Nosotros los nobles o No se aceptan devoluciones, pero que en ambos casos sólo terminan como divertimento de domingo para las familias mexicanas, sin mayor trascendencia que las notas de periódico y quizá alguna participación de Derbez con el siempre abominable Adam Sandler. Como tragedia nacional, acotaré que estas dos producciones se han convertido en las más taquilleras en la historia del cine nacional.
Para que la comedia cumpla con su función esencial, tiene que incomodar: cortar y escarbar con un escalpelo realmente en las heridas culturales de una sociedad, ser un espejo grotesco de la realidad y a partir de ello esbozar la carcajada que nos libere de estigmas implantados por sistemas espirituales, políticos y culturales. La película de Vinko Bresan logra entablar un diálogo crudo pero al mismo tiempo sensible, acaso esperanzador en última instancia, con los espectadores, pero no sólo con los croatas, sino en todo lugar donde exista esta necesidad de buscar una identidad libre de imposiciones absurdas.
07.07.14