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El Hombre de las Multitudes

por Iranyela López

Por entre una bruma cargada de sutiles exhalaciones ,

los hombres desvanecidas como oscuros réptiles

 y, en su ceguera, orgullosos de su fuerza,

lenta y trabajosamente se deslizan por el suelo.

Baudelaire en El libro de los pasajes de Walter Benjamin

 

Basada en el cuento homónimo de Edgar Allan Poe, el filme El hombre de las multitudes(O homem das multidões, Brasil, 2013, 95 min) es las difuminadas huellas de dos personas entre la muchedumbre de una urbe, seres degradados en su nostalgia solitaria, hombres que atraviesan las corrientes por las que se desliza la vida cotidiana. De ojos apagados, ahogados con el silencio de sus labios apretados. Un mapa moderno, que expone ciertas patologías y la tendencia cronófaga1 de los individuos de una ciudad.  La temporalidad zigzagueante de la multitud, real y virtual, están acabando con ese goce despreocupado que Benjamin indicaba como característica del cine. Esta simultaneidad cronófaga, crea una especie de collage temporal, en el que la desmaterialización, la fluidez y la densidad de los intercambios afectivos crean un efecto de autocatálisis en el que todo ocurre más de prisa.

Participante de la sección Berlinale Panorama 2014, presentada dentro de la retrospectiva dedicada a Cao Guimarães en el festival Cinema Global, reconocida con el premio por Mejor Fotografía y el Premio Especial del Jurado en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara (FICG) 2014 e integrante de la selección del 34 Foro Internacional de Cine en la Cineteca Nacional, O homem das multidoes forma parte de una trilogía de la soledad integrada por las cintas El Alma de los Huesos (2004) y Vagabundo (2006), ambas de tintes documentales, lo cual las diferencia de  este filme ficción.

Juevenal es un conductor de trenes de Belo Horizonte, cuyos pensamientos e identidad circulan en la elástica tensión de la línea del trayecto. Un hombre que pareciera estar condenado a objetivarse a sí mismo al infinito. De aspecto delgado, de rostro pálido, de lastimosos y traslúcidos ojos verdes. Un solitario que vive con lo mínimo.

Margo controla el flujo de los trenes, una mujer solitaria cuya única relación es la que esta detrás de sus pantallas, tanto en el trabajo como en su casa. Sus únicas mascotas son peces digitales, sin embargo vive con su padre, un hombre de edad mayor.  Está a punto de casarse con alguien que conoce virtualmente, motivo que la acerca a pedirle a Juevenal, pues el único hombre que conoce, que sea testigo en su boda. Esta situación es el leitmotiv que entrelaza la vida de este par de solitarios.

A través del esqueleto estructural de una pantalla cuadrada, un formato o relación de aspecto de 3x3 (1:33 uniforma), simulando la estética de una polaroid –o de Instagram–Marcelo Gomes (Viajo porque preciso, vuelvo porque te amo, 2009) y Cao Guimarães (Otto, 2012) nos muestran un equilibrio visual dentro de los ejes principales de dicha estructura, un equilibrio “claustrofóbico” que permite observar detenidamente la acción del filme, incluso más que la panorámica y amplia cinemascope (1:85, wide screen).

Ésta es una melodía de punto y contrapunto que se va definiendo con el valor tonal de cada escena. Lo que se percibe no es sólo una disposición de personas, objetos, colores y formas, de movimientos y ángulos de cámara. Es quizá antes que nada un juego recíproco de tensiones dirigidas en los bordes de una pantalla cuadrada que se envuelven con el sonido estereofónico de la trama –según el propio Guimarães–, como un juego de atracción/repulsión con un centro en común. Por tanto, la experiencia visual es dinámica pero retenida por la tranquilidad de la historia.

Hombres a los que sus pensamientos les queman como una fiebre corriendo por sus venas y que sólo hallan alivio con la humedad. Margo bebiendo un vaso de agua, Juvenal debajo de una intensa y copiosa lluvia. El agua como elemento que acompaña las emociones de sus personajes, como metáfora que conduce lo que transcurre. Y esto también se puede constatar con la sutil neblina impresionista y el tono verde azulado. En las aguas tranquilas, con tonalidades violetas o azules, en las sombras y altos tonos de brillo en la luz del filme. O hasta en la música como la canción de los créditos finales, “Copo Vazio” de Gilberto Gil que acalla las miradas, la inmovilidad, el grano de la voz, el silencio de la trama  “Es siempre bueno recordar que un vaso vacío está lleno de aire… vacío que llena el aire del vaso”.

Retomando la paleta de color, el verde es un color que induce a la paciencia pero también puede causar monotonía. Es un color que desvanece las alegrías del presente, que da la sensación de gravedad, de melancolía. Y es éste mismo color el que se elige para pintar el  pequeño departamento de Juvenal,  entonando e inundando el espacio casi vacío de su hogar con una cierta esterilidad de una vida fría, distante y  mínima. La cual contrasta con el vestido rojo de Margo en una de sus visitas o con el suelo rojo en el que Juvenal reclama sus disgustos mientras trapea. Ellos, como dos desconocidos que se hablan con la mirada. Entre voz y silencio. Los gestos son las palabras transfiguras de dos hombres solitarios que guardan por debajo del misterio de sus encuentros un desconocido significado a la humanidad.

Charlie Chaplin decía en cierta ocasión que, una vez completado el rodaje de una película hay que “sacudir el árbol” y conservar solamente lo que quede bien sujeto a las ramas2. Creo que al utilizar este formato y quitar lo que sobra en las orillas de la película, El hombre de las multitudes cumple con decirnos, en pocos diálogos, lo necesario. Una profunda elipsis visual, creada por las direcciones espaciales en la mirada de los actores, líneas gestuales que permiten revelar lo que no está en la pantalla. Una película, un asomo a un agujero, una ventana, un espacio íntimo que invita al espectador a llenar los espacios que no se ven, a  interpretar en las expresiones de sus personajes lo que no se dice, a un desprendimiento gradual del lenguaje, a pensar y sentir la realidad y la ficción como una sola cosa.

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1 El Cronófago, es el nombre que le da Taylor al Reloj Corpus (del griego χρÏŒνος [cronos] tiempo, y φάγω [phago] comer). Es un reloj que tiene en la parte superior de una esfera (chapada de oro) de 60 hendiduras sin manecillas, a un gigantesco saltamontes, devorador del tiempo.

2 Rudolph Arnheim, Arte y percepción visual, Alianza editorial, 2010, p. 74.
 

 

12.07.14

Iranyela López


@Iranyela
Meliflua, desorientada, cloroformizada con la polifonía de las palabras, el aullido del sonido y la hilaridad de los sentidos. Su andar se guía con el trazo cartográfico de sus retinas hacia un punto de fuga.....ver perfil
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