por Jesús Hernández Olivas
La seducción de una herida abierta, desplegada como un trazo de óleo sobre la piel, posee una profundidad insondable; su color y textura atrae sin remedio al curioso y le despierta una mirada febril, acaso deseando el dolor de la herida en el cuerpo propio. El observar desde una distancia voyerista el rojo en la carne ajena, como si de un código secreto se tratase, eleva la temperatura de nuestra carne y pone en circulación una caricia interna: los vasos se dilatan y la sangre penetra infinitamente en espera de una ruptura de ese ciclo corporal, por mínima que ésta sea, para fluir hacia el exterior. Llamemos a esta experiencia estética “corrimiento al rojo” como un delicioso doble campo semántico.
Resulta atinado que sea una pareja, en este caso franco-belga, la que en años recientes ha rendido culto al mejor giallo con tanta fuerza visual y aciertos. Se trata de Hélène Cattet y su pareja fílmica y sentimental Bruno Forzani, quienes en el 2009 hicieron una promesa cinematográfica llamada Amer. La narrativa de esta ópera prima era un mero pretexto para desarrollar formalmente la búsqueda de una identidad visual que coqueteaba también con el lado erótico de la estética terrible.
A finales del 2013 la dupla volvió para presentar un nuevo crimen mejor planeado hasta el punto de resultar en una de las propuestas más poderosas y elegantes de los últimos años. Su nombre, más allá de un homenaje evidentemente múltiple, es una insinuación poética para invitarnos a espiar el cadáver fresco: El extraño color de las lágrimas de tu cuerpo (L'Étrange Couleur des larmes de ton corps, 2013).
En este filme somos los indiscretos testigos de una historia llena de sombras y destellos de hojas afiladas que buscan penetrar en el cuello: un hombre regresa a su departamento luego de un viaje de negocios. Al llegar, descubre que su esposa ha desaparecido sin dejar rastro. En el proceso de búsqueda descubrirá secretos no sólo de ella, sino de los vecinos que habitan el hermoso edificio de departamentos en estilo art noveau; incluso descubrirá secretos de sí mismo que no quería destapar.
En una comparación necesaria con su anterior trabajo, Cattet y Forzani han puesto un esfuerzo especial en crear una narrativa que mantenga al espectador en una paranoia provocada por la incertidumbre; al encontrarse en ese estado de vulnerabilidad, el espectador es especialmente sensitivo a los pletóricos estímulos visuales que la película lanza como dardos envenenados. Lo que es seguro es que nadie sale ileso de esta proyección.
Ya en 1827 Thomas de Quincey, mediante palabras punzantes y siempre en movimiento, había vindicado el asesinato como una forma de arte cuyo lenguaje o trazo aparece en un acto de la violencia. Quien fuera uno de los más célebres consumidores de opio se había percatado de una estética latente en lo terrible, en su sentido etimológico y preciso, que pone a vibrar nuestra sangre con sólo escuchar sórdidas historias periodísticas o de tradición oral morbosa sobre cómo alguien arrebató sin piedad la vida a otro. No en vano, fue un texto de este romántico inglés el que inspiró la trilogía de “Las tres madres” de Dario Argento, quien es quizás el máximo esteta de lo terrible en la historia de la cinematografía y para corroborar esta licencia quizá demasiado atrevida basta revisitar Suspiria (1977) o Inferno (1980), dos filmes que se han clavado en la memoria fílmica como dos puntas de diamante, en gran parte –hay que decirlo de una buena vez–, gracias a la elegancia histriónica y argumental de Daria Nicolodi.
La estética de lo terrible no sólo se ejerció cinematográficamente en las décadas arriba sugeridas, sino que las generaciones posteriores han sido también manchadas por ese rojo profundísimo que Argento derramó en cada uno de sus filmes.
La construcción de ciertos personajes es en el caso de L'Étrange Couleur des larmes de ton corps la descomposición inevitable, física o mentalmente, de otros. Es de destacar especialmente la elaboración de ese personaje complejo, escurridizo y al mismo tiempo omnipresente que es el propio edificio, desde cuyas paredes podemos asomarnos, escondidos, a cada departamento que lo compone, un elemento con el que jugaron acertadamente no sólo los directores italianos de los setenta, sino Roman Polanski en su celebrada trilogía de apartamento (Repulsión, 1965; El bebé de Rosemary, 1968; y El inquilino, 1976) o incluso un deudor de este último, Andrzej Zulawsk en su elogiada Posesión de 1981, donde retrataba en un edificio imponente por su mala vibra, la descomposición de un matrimonio por medio de una criatura simbólica de odio y locura que nace y crece en contraparte del primogénito de ambos.
Sin embargo, quienes no sean cercanos o afines a la tradición de estas filmografías de lo terrible, encontrarán en el El extraño color... una delicia de pesadilla visual que es proyectada a través de un caleidoscopio. En el interior de aquel danzan gotas de sangre recién derramadas que al mezclarse dan lugar a una droga que paraliza al espectador y luego provoca esas alucinaciones en rojo, azul, verde y morado como una experiencia iniciática hacia la muerte. Sin dudarlo, de Quincey daría su sello de aprobación para la calidad de estos nuevos estetas de lo terrible.
03.09.14