por Miriam Matus
A una madre le preguntan que cómo mató a sus hijas; ella contesta que a la primera la estranguló hasta dejarla sin aire, que a la segunda le echó ácido para consumirla lo más rápido posible y que a la tercera la ahogó con un trapo húmedo que impedía el paso de oxígeno de la nariz hacia los pulmones. Lo dice con una tímida sonrisa, no perversa, sino cotidiana.
El asesinato a las niñas en India es demasiado común, porque nacer niña está muy jodido. Significa que tus papás tendrán que pagar un dote (una buena lana), para que un hombre te acepte como esposa –porque como ser mujer es una carga, le tienen que dar algo al pobre güey que vaya a vivir contigo–, y como esposa, significa que ahora le perteneces a él y a su familia. Ya en tu nueva casa te humillarán cuanto quieran y te partirán la cara si se te ocurre parir a una niña, porque una niña significa perder (lana, sí, siempre es la lana). Tu nuevo dueño puede incluso sobornar a un médico para que, sin tu permiso, te hagan un ultrasonido. Así conocerá el sexo del bebé, y si ese bebé no tiene eso que nos hace llamarle a un bebé “niño” (pene), puede forzarte a hacerte un legrado. Vamos, allá te obligan a abortar, pero aquí, te obligan a parir. Nuestro útero, internacionalmente, no es nuestro, sino del Estado.
Las mamás que matan a sus hijas aseguran que es mejor una muerte rápida a una vida llena de dolor y rechazo. Hacen lo que las aves a sus crías cuando saben que no tienen las condiciones necesarias para sobrevivir. Una selección “natural” ante el sinuoso panorama que les depara la inequidad de género.
Pero si dejamos a un lado la victimización, también podemos analizar otras realidades que salen a gritos en este documental, cuando se pone en entredicho ese cuento de que la mujer obedece a una biología que la rebasa, que su ADN tiene inscrita la palabra maternidad, y que la maternidad es bondad natural, cuidado y protección. Las madres que matan a sus hijas en India no encarnan una figura diabólica desnaturalizada, sino a una subjetividad que no ha sido inscrita en las normas humanistas de occidente. Y ¿tenemos que estarlo? bueno, de ahí que sea deplorable la aparición en la cinta del moralismo estadounidense, encarnado por mujeres que ondean la bandera mesiánica de las salvación, tratando de ayudar a las “pobres y animalizadas” madres habitantes de ese lugar que se empecinan en denominar como “el resto del mundo”. Seguro, ellas (las gringas), saben mejor que nadie lo que está bien y lo que está mal. Un pueblo elegido que llevará la verdad y el deber ser del ser, alrededor del mundo, así tengan que detonar algunas bombas en su camino.
Pese al mesianismo, It’s a girl es una demanda en contra del maltrato a las mujeres, urgente de erradicar no sólo en la India, sino en todo el mundo. Porque hay muchas formas de asesinar a alguien: cuando se le invisibiliza, cuando su palabra siempre, invariablemente, estará en duda; cuando los mejores puestos aún están muy lejos de ser en parte también suyos; cuando su voz en alto volumen aún se lee como ridícula, o histérica, o fuera de control; cuando hablar de género sigue siendo sinónimo de misa en latín (de espaldas y toda la cosa), o cuando el 90% de las veces que vemos su imagen en cualquier medio, sea para representarla bajo un rol similar al de cualquier comestible.
El asesinato está ahí, todo el tiempo, aunque no siempre se marque en la piel.
18.09.14