La mujer refiere hechos inconexos: unos niños columpiándose en un parque, una anciana tejiendo, el movimiento de las nubes, el silencio que según los físicos reina en el espacio exterior. Un mundo sin ruidos.
R. B.
El nuevo filme de Everardo González Cuates de Australia (2012) narra la lucha diaria por la supervivencia contra el medio: la eterna batalla del medio contra el hombre (no al revés). Algo bastante diferente a lo que el cineasta nos había mostrado en su obra más conocida Los ladrones viejos: leyendas del artegio (2007), probablemente su trabajo más completo hasta ahora.
La sequía, el medio imponente y los cíclicos recorridos de una comunidad unida, se cristalizan (se representan) en las imágenes de un caballo intentando aparearse con una yegua, versus la secuencia de un burro agonizando. Las fuerzas extremas que rigen a la gente que habita el ejido Cuates de Australia, son todavía los impulsos de la misma naturaleza y no tanto las fibras de la sociedad moderna. La sangre aún corre por las venas del poblado Cuates de Australia; tanto la de los niños que juegan a hacerse hombres duros, como la de las reses decapitadas por los vaqueros para sobrevivir. En medio de todo esto encontramos el arribo de la nueva vida; un bebé que nace en el seno de la familia protagónica. Todo delimitado por el clima férreo de aquella región y por la cámara invasora. Una cámara que desde Flaherty devora y documenta (al mismo tiempo) universos con su mirada; que irrumpe (a veces como amiga, otras como conquistadora) en los pocos espacios semi-salvajes que aún subsisten en el mundo.
El éxodo es una secuencia que se debate entre la aridez de una zona hostil y las opulentas lluvias que meses después le regresan la vida a aquel territorio sediento (una primera dualidad). En esta transición, esta lucha contra el medio, la cámara de Everardo González se manifiesta como testigo y nos muestra seductoras imágenes sobre la existencia misma. La disyuntiva entre migrar hacia un lugar más amable o permanecer allí, leal a la tierra, es lo que pareciera motivar este documental; una dificultad que termina por configurar la identidad de un grupo de gente.
El inicio de la sequía se revela en los ojos de un burro muerto (¿un burro muerto cocinado al estilo buñueliano?). Entre los hipnóticos cielos mostrados en pantalla –que algunos viejitos en las funciones han aprovechado para dar una breve cabeceada; no se recomienda verla cansado– el trayecto de la mirada se desplazará a través del viaje que emprenden los personajes cuando tienen que abandonar el ejido momentáneamente. Las imágenes aisladas no serán tan importantes como el recorrido expresivo que generan al acomodarse como filme.
Una cinta llena de caminos y en realidad de muy pocos trucos o efectos simbólicos; un filme natural y honesto que compaña el ritmo de la gente que habita Cuates de Australia más que intentar imponerse como ritmo narrativo. Lo que González nos mostrará en escena será un intento por reconstruir en pantalla la jornada de vida de una apartada comunidad mexicana; al mismo tiempo, un intento por documentar un ritual de supervivencia que el humano ha venido representando a lo largo de milenos. Un ritual que tal vez ya esté próximo a extinguirse; todo un universo y una cadena de vivencias a los que Everardo González se asomó discretamente como quien se asoma a la puerta de una casa ajena. Una mirada extraída (parcialmente) de su flujo real de tiempo para ponerse a disposición del ojo enloquecido del espectador externo.
14.02.12