por Julio César Durán
@Jools_Duran
Ya casi finalizando el 2011, podemos apreciar en conjunto y en perspectiva a la que es, en mi opinión, una de las mejores cintas que tuvo corrida comercial en la cartelera mexicana, así como una de las obras fundamentales del año que termina. Grandiosa a pesar de su sobriedad, sublime e impactante sin ser tremendista, imágenes que van directo a las vísceras pero también al corazón, todo lo que se puede esperar en un filme de Thomas Vinterberg está en Submarino (2010).
Un soundtrack increíble acompaña a esta historia llena de culpas, cargas y violencia –directa pero bastante mesurada– donde dos hermanos son víctimas del alcoholismo de la madre, cuyas consecuencias los perseguirán durante toda su existencia.
Vinterberg representa de manera genial la cara áspera y dura de Copenhague, así como también el lado oscuro de las relaciones familiares, a través de un coro de personajes alienados. El mundo sórdido que es retratado a través de los ojos de Nick (Jakob Cedergren), el hermano mayor, da cuenta del peso que los personajes tienen sobre sus espaldas; durante toda la película los apretados encuadres y las situaciones puestas por el propio argumento mantienen sin aire a los protagonistas, quienes se encuentran al límite de sus capacidades esperando el momento de estallar.
Todos los elementos de la película están dispuestos en forma de tragedia. Con una introducción que vemos también a manera de epílogo, Submarino se vuelve una obra de arte ritual, de un tono casi religioso. Gracias al buen ojo del realizador danés, la cinta no se hunde en el melodrama como sería de esperarse, llega a una superficie visual de manera magnífica, sale a flote y sin conceder nada, deja que el espectador tome un poco de aire sólo para dejar que pueda llegar al final del filme, donde no se encuentra por ningún lado el gran camino de redención y de expiación al que nos tiene acostumbrados el cine más convencional.
En cualquier escenario, sea la cárcel, los barrios bajos de Dinamarca, un café o un funeral, las actuaciones están en un nivel mínimo perfecto; para toda la película se aprecian personajes en su justo medio, cosa que dota de verosimilitud a la narración. Desde la madre alcohólica, hasta el pequeño Martin (Gustav Fischer Kjaerulff) –sobrino de Nick y último eslabón de una cadena de destrucción personal– las interpretaciones tienen una fuerza que poco se ve en las pantallas hoy día.
Submarino se convierte en una de las obras maestras de Thomas Vinterberg, co fundador del movimiento Dogma 95, del cual se despega totalmente para éste que es su séptimo largometraje y sólo recoge el tono en el que está realizado. Un filme imprescindible en la escena del cine contemporáneo, un clásico inmediato; sin exagerar, una de las mejores diez películas del 2011.