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Ida de Pawel Pawlikowski

 

por Brianda Pineda

 

Life is a tragedy when seen in close-up
Charlie Chaplin

Nos hallamos ante Ida (2013), la reciente cinta del director polaco Pawel Pawlikowski, cuyo trabajo, si uno asoma de reojo a las bifurcaciones creativas —que no son sino las orillas del tiempo transcurriendo—, es un muestrario elocuente que aborda el viaje como motivo cinematográfico: la inmigración (Last resort, 2000), el juego adolescente de atracciones fatales durante las vacaciones (My summer of love, 2004) y el retorno a casa después de un viaje de ausencia (La femme du vème, 2011). De Reino Unido pasando por Francia, el viajero Pawlikowski logra regresar a Polonia con la realización de una película que desnuda una visión aguda y sublime sobre las posibilidades de la imagen.

El filme cuenta la historia de una joven que, a unos días de tomar los votos para convertirse en monja, es enviada por la superiora del convento a conocer a su tía (Agata Kulesza), único familiar vivo y desconocido para Ida (Agata Trzebuchowska). El viaje supondrá la revelación de un pasado que pone en jaque la perplejidad religiosa de una muchacha, cuya identidad durmió toda una vida tras la máscara de la sierva, tras la paz espiritual al ignorar lo que ocurre en el mundo. Ida descubre su origen judío en compañía de la hermana de su madre, personaje que representa en sus desatados diálogos la tentación carnal de la vida y la duda religiosa que nace del horror del crimen cometido en la Segunda Guerra Mundial contra los judíos, pues como juez y parte no desea la enajenación del claustro para la última rama capaz de reverdecer en su árbol genealógico.

El viaje es siempre metamorfosis, y la joven Ida se ha reflejado en un espejo que trae a su mirada lo que el pasado nombra como su identidad. De este encuentro surgen las interrogantes que habrán de complejizarla como personaje, desvaneciendo (conforme avanza la trama) la imagen plana, inocente, llena de ingenuidad con la que nos es presentada en el punto de partida de la obra. El drama del filme es fortalecido por una poética de la imagen que todo debe a —pero a la vez se mide con— la serena lucidez de los close-ups de Ingmar Bergman y a aquellas cintas de culto donde la cámara, inmóvil, dota de presencia a los espacios, convirtiéndolos en escenarios cuyo misterio es comparable al bello secreto que guardan ciertas estatuas.

El espectador agradece películas que son un recordatorio de que no existe pacto más valioso entre él y el cinematógrafo que aquél que corona al acto contemplativo como motor de la expresión artística. Ida es, sin duda, un filme que celebra y afirma dicho pacto en la entrega de sus imágenes.

 

 

por Dani Svec

 

Para cualquier cinéfilo allá afuera que esté buscando una marca realmente nueva y seria entre los filmes artísticos europeos, no hay necesidad de hurgar más. Ida no sólo es establecida en los años 60, incluso pareciera que fue hecha en aquella época. El director, Pawel Pawlikowski (My Summer of Love, 2004; Last Resort, 2000) conjuga un verdadero cine en su mejor momento.

Rodando por primera vez en Polonia, su país de origen, el realizador con base en Reino Unido se apropia de bastantes temas en esta pieza crítica de narrativa visual. Tópicos como el comunismo polaco y el catolicismo, el destino de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial, el terrible silencio y la vergüenza que le siguieron al Holocausto están armados de manera tan apacible que por momentos no damos cuenta de estar en dicho lugar, en parte porque el espectador queda impresionado con la manera en que la película fue fotografiada.

El filme se desarrolla en Polonia, alrededor de 1962. La hermana Anna “Ida” Lebenstein (Agata Trzebuchowska) es una novicia criada por monjas en un convento. Ella tiene que ver a Wanda Gruz (Agata Kulesza) –la única pariente que le queda con vida– antes de tener que tomar sus votos religiosos. En el encuentro se desatan los velos de la tragedia historia familiar (ya que ambas tienen raíces judías), así que la fe de ambas se ve cuestionada, la religión que practican (o no, en el caso de la tía Wanda) y las ideologías se vuelven algo duro de poner sobre la mesa.

La narrativa de Ida es llevada con un movimiento específico que ayuda a desarrollar protagonistas a través de individuos que fluyen, con arcos de personaje concretos, elementos que llevan hasta el final donde vemos cambios dramáticos.

Podemos ver dos clímax bastante dramáticos hacia el final, uno que se ve venir completamente y el otro completamente impactante. Esto puede desencantar a algunos espectadores, pero no hay que olvidar que el filme se desarrolla durante un momento real, uno de los puntos más bajos del estado polaco. Incluso si se sabe que la historia está determinada por la realización de los arcos dramáticos, Wanda es quien se sale más de sí misma, más que Ida quien por lo general tiene los mismos gestos monacales durante casi toda la película.

El filme es recomendable para cualquier fanático de la verdadera época de la realización en blanco y negro. En la actualidad, algunas veces son logradas las recreaciones, que pueden ser un hit o pasar desapercibidas; con Ida puede verse y sentirse como si se estuviera filmando hace casi medio siglo. Esta película puede atraer a un público más maduro que busca algo original, pero una cosa es cierta, si usted es un verdadero cinéfilo de cepa, no se sentirá decepcionado.

Ida está bellamente filmada y es, también, breve y sobria. Se trata de una delicia cinematográfica, dado el singular trabajo que hace el director de fotografía[1] quien lleva a esta obra a un siguiente nivel.


[1] En este caso dos: Ryszard Lenczewski y Lukasz Zal. (Nota del editor).

 

16.02.15

Mr. FILME


@FilmeMagazine
La letra encarnada de la esencia de F.I.L.M.E., y en ocasiones, el capataz del consejo editorial.....ver perfil
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