por Fco Javier Quintanar Polanco
En España y los países de América Latina donde ha sido estrenada, el título del filme The Imitation Game (Morten Tyldum, 2014) ha sido traducido como El Código Enigma o Descifrando Enigma. Un bautizo al español con el que se publicita principalmente a la extraña máquina utilizada por los nazis para codificar sus comunicaciones militares y destantear a sus enemigos; mientras que la historia de Alan Turing, quien logró la proeza de descifrar los secretos de este ingenio y de paso nos puso en el umbral de un nuevo universo, pasa a segundo término. Y es curioso, porque lo que en principio podría percibirse como una miopía de parte de los distribuidores internacionales, a la postre se transforma en una predicción de lo que el espectador verá realmente.
The Imitation Game era un título prometedor, ya que funcionaba a varios niveles: se refiere al método que Turing y sus colegas adoptan para lograr descubrir la forma en que funciona el misterioso artilugio. También es una analogía de la estrategia que Alan y su equipo se ven obligados a adoptar una vez que lograr hackear el código y acceder a las comunicaciones alemanas, para evitar que estos últimos los descubran. Asimismo, se vincula con la situación del espionaje ruso al interior de dicho equipo, y el doble juego que Alan se ve obligado a ejecutar (obligado por el Servicio Secreto Británico conocido como M16) para mantener una intrincada charada con el fin de mantener neutralizado al camarada Stalin. Pero lo más importante, alude a la vida personal del mismísimo Turing, quien tiene que ocultar muchos secretos (incluida su homosexualidad) no solo para poder seguir adelante con su ambicioso proyecto, sino como desesperada medida de sobrevivencia.
En un afán de enriquecer el relato, el noruego Morten Tyldum no duda en embadurnarlo con diversos géneros, que van desde el cine bélico, pasando por las historias de espionaje y llegando al cine de denuncia, con apuntes sobre la tolerancia y la igualdad de género. Además, opta por dejar de lado la presentación lineal de los hechos, y decide abrir tres líneas narrativas que corren paralelas y transcurren en tres momentos diferentes en la vida de Turing, pero que van complementándose mutuamente, en un intento de darle versatilidad a la trama.
Todos estos ingredientes, sumados a la solidez de un grupo de actores encabezados por Benedict Cumberbatch, Mark Strong o Charles Dance bastaban para obtener un memorable trabajo que no solo arrojase luz sobre la vida de un malogrado genio y ofrecer otra mirada sobre la Segunda Guerra Mundial, sino que adicionalmente propiciase la reflexión y el debate en torno a los escabrosos acontecimientos que rodearon la vida del padre de las computadoras, marginado y castigado injustamente por la sociedad a la cual defendió.
Sin embargo, no logra alcanzar esas grandes alturas y se queda muy chata en varios de los temas que toca: el homosexualismo de Turing, el asunto del espionaje soviético, y las estratagemas de las que tuvo que valerse para que Alan lograse quebrar al Enigma, se liberase de la presión de sus superiores inmediatos y pudiese llevar adelante la ingrata tarea de decidir sobre la vida y muerte de miles de personas, son únicamente esbozados y se utilizan fundamentalmente para rellenar los espacios necesarios para que la trama fluya coherentemente. Pero no se profundiza a conciencia en ellos.
Por otro lado, la obra se estanca en varios momentos, y algunos eventos que bien pudieron explicarse brevemente son alargados innecesariamente. En balance, la intrigas y el conflicto bélico se privilegian menos que el melodrama que se suscita entre Alan y Joan Clarke (Keira Knightley). En contraste, otros aspectos que bien valían la pena extenderse, son recortados casi de manera infame e inclusive dejados de lado de manera inexplicable, como pasa con la doble agenda que Alan debe de sostener con el general de división Stewart Menzies (Strong), para engañar al infiltrado ruso en su equipo, mencionado únicamente en una escena y no volvemos a saber de ella. Aspectos como estos pudieron (de ser ampliados de forma balanceada) le hubieran proporcionado un cariz distinto y (sin duda) más intenso.
Pero lo que quizá le pesa más a la película, es una producción que peca de austera y tibia, con ese tono de telefilme que lo permea por todos lados, que ni las actuaciones competentes ni los (escasos) efectos especiales y las (también exiguas) escenas bélicas logran atenuar. Al final, The Imitation Game se queda en el terreno de la anécdota y la mera ilustración histórica, sin poder ir más allá. Una historia con potencial desperdiciada por desatinadas decisiones de producción y realización.
21.02.15