por Omar Villaseñor
Ciudad de México. La gran urbe nacional. Irónicamente un ser solitario se pasea por lúgubres calles sobrepobladas. González es su nombre, o Ramírez, o Hernández, eso no importa, es la personificación del individuo promedio, aquel que vive sumergido en la soledad que se ha esparcido a gran parte de los citadinos, y de aquellos extranjeros que día a día buscan sobrevivir en el De Efe.
En el rostro de González (Harold Torres) vemos la crisis económica que carcome a la sociedad mexicana y que cada día logra que la brecha se expanda más entre las “Aes” y las “Des menos”. Dentro de esta pobreza económica-social, el personaje principal conocerá la miseria espiritual, al ser golpeado por el desempleo y el sistema bancario. Esta es la introducción de González, falsos profetas, un comienzo que cierra con la escena del protagonista sumergiéndose en la línea 7 –la más profunda del transporte metro–, siendo devorado por la ciudad.
Sin embargo, cuando González toca fondo aparece la luz, la Iglesia de la Luz Universal (del Reino de Dios), y nuestro protagonista acartonado, conocerá, al menos de vista, desde su nuevo empleo, como telefonista de un callcenter religioso, las bondades que ofrece la industria de la fe, en la iglesia liderada por el pastor Elías (Carlos Bardem).
Bajo la sobria dirección de Christian Díaz Pardo y un guión conciso, coescrito con Fernando del Razo, González resulta un filme un tanto osado que escudriña claramente en las iglesias pentecostales-carismáticas brasileñas, comúnmente conocidas como “Pare de sufrir”. En este punto, y antes de concluir, resulta preciso ofrecer un breve contexto del modus operandi de estas instituciones eclesiásticas, a manera de background, retratadas por la cinta, recurriendo a términos mercadológicos y publicitarios, necesarios para conformar el concepto de estas organizaciones.
El insight o verdad humana se presenta claramente: todo el mundo tiene problemas que busca solucionar a partir de la suerte, o lo divino (lotería y fe) –cfr. biografía de Edir Macedo–. A partir de esto se confecciona todo un producto nuevo que ofertar: una iglesia basada en líderes (personal branding), que han sabido aprovechar el poder de los medios –búsquese Rede Record–, y el telemarketing, que además conserva las doctrinas fundamentales de la Iglesia Católica Cristiana y se rige en la Teología de la prosperidad.
Para concluir, regresando a la cinta, González no termina por hacer una denuncia directa a esta enorme industria que lucra con la fe y las necesidades. Por otra parte, aunque el filme se desdibuja en la recta final sí hace una crítica desde González (el personaje genérico) a aquellos seres que, desde la podredumbre de su ser, buscan hacer de un Dios un producto revolucionario donde el packaging es lo importante.
27.02.14