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FICUNAM 05. Un cuento proletario de invierno

Concurso internacional

 

por Rodrigo Martínez

 

Durante una exhibición de arte contemporáneo en un castillo de Berlín, tres empleados georgianos deben aguardar en un cuarto de servicio. Su obligación es permanecer en el ático porque el anfitrión no quiere ver trabajadores de limpieza entre los invitados. A pesar de las restricciones de clase del día en que fabricantes de armas, banqueros y ministros descubrirán una pieza intitulada “El agujero negro flotante”, el trío proletario aboga por la resistencia cuando intenta un riesgoso descenso a la zona de prohibición para probar un pastel.

Un cuento proletario de invierno (2014) comienza con una transformación del encuadre. Primero aparece una imagen delimitada por un círculo. Luego miramos un agujero negro. Entonces principia un relato presentado con formato académico (4:3). El contorno circular es aspecto y motivo. También es enigma ante la mirada de los trabajadores que lo señalan. Esa forma es certeza e incertidumbre al mismo tiempo, pero sobre todo es impresión de artificialidad.

El primer filme de Julian Radlmaier está desprovisto de realidad. Su apariencia es el artificio porque está presente en los gags de los protagonistas que parecen desfilar en su primera participación. Está en los diálogos del mayordomo cuasi-fascita o del banquero fundamentalista que está desesperado por una mujer. Está en los intertítulos que evocan los tiempos del cine silente como insertos de humor (“Cansado de la lucha de clases”) o como elipsis. Esta impresión de inverosimilitud alcanza el tratamiento del espacio con un tránsito inagotable de personas que no sólo evoca las coreografías de Abril (Iosseliani, 1961) o las disposiciones de French Can Can (Renoir, 1954), sino que consigue una atmósfera permanentemente lúdica y rítmica que vuelve caricatura todo lo que está en ella.

Pese a la intriga del agujero negro se desvanece a medio camino del filme, su presencia acecha a la totalidad de la estructura. Tras un día de trabajo plagado de instantes de ocio, los empleados de limpieza cuentan una historia a sus compañeros. Cada uno instaura su propio círculo transparente; su propia introducción. Cada uno construye una historia donde convergen explotadores y explotados desde un particular punto de vista. Un familiar que laboró en una fábrica de los tornillos que sostuvieron la carrera espacial y la cama de un jefe de estado; un saqueo durante una crisis alimentaria en una comunidad franciscana; la domesticación burocrática de un par de anarquistas. El círculo ya no sólo es aspecto visual, motivo y falsedad. Ahora es una metáfora de la facultad de narrar.

Aunque el trabajo de edición a cargo del propio Radlmaier no consigue articular completamente los intertítulos en blanco y negro, Un cuento proletario de invierno consigue un clima permanente de falsedad y comicidad que derrumba la confrontación entre las transparencias y las opacidades de los relatos; es decir, entre las presuntas diferencias de sus puntos de vista. La puesta en abismo es una puesta en sátira. Los proletarios resisten la opresión con ocio. Miran y especulan sobre los detalles de un mural. Usan trapos húmedos como patines. Duermen. Su lucha es dejar de hacer. En cambio, el explotador evade el encuentro con ellos, emplea discursos sin fundamento y organiza recepciones para mirar arte contemporáneo y escuchar recitales de piano. Amén de que resulten irrisorias, ambas clases están buscando trascender, pero son incapaces de reconocer la falsedad de sus posturas.

Además de la impresión de pintura en movimiento de la fotografía fija a cargo de Markus Koob (el desayuno de los franciscanos; el mayordomo que duerme; la danza de la escalera; la repentina iluminación de la fachada), el logro de este filme no sólo reside en construir la paradoja de la intrascendencia de esas clases todavía confrontadas. Hay constancia en el trabajo corporal y gestual de sus protagonistas. Radlmaier recupera la idea añeja de que la visibilidad del cuerpo es comunicación y expresión (Bela Balazs) porque emplea un formato ideal para presentar la totalidad de sus personajes en circunstancias que, como en el último plano del filme, evocan un lenguaje como el que inventó Chaplin. Si bien el ritmo del diálogo es esencial para crear la impresión de artificio, estos tres Charlot georgianos participan en una peripecia colectiva, a ratos alucinante (como la nube en pantalones), que implica descubrir los espacios de un castillo con su propia gestualidad.

Humanismo antes que política. A pesar de que Un cuento proletario de invierno es un título que ostenta una denotación política, el trabajo de Radlmaier no es una diatriba contra un sistema o un gobierno en particular. Es una tragicomedia, plagada de artificios visuales, que escenifica una falacia generalizable al menos en el orden social de Occidente: la convicción, en distintas etapas de la historia, de que las personas pertenecen a clases diferentes. Se trata de una tragicomedia de ideología humanista que conduce a pensar en la explotación y la resistencia, como productos de un mismo montaje y como pretextos para referirse al propio cine, medio capaz de brindar sentido aun con las formas más simples.

01.03.15

Rodrigo Martínez


Alumno siempre, cursa estudios de posgrado con el anhelo de concretar un aporte sobre los modos de hacer del pensamiento cinematográfico. Licenciado y maestro en comunicación por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la unam, ha colaborado en las revistas Punto de partida, El Universo del Búho, La revista....ver perfil
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