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FICUNAM 05. Jauja

Competencia internacional

 

 

Tierra mágica

por Carlos Rgo.

 

Fabián Casas, escritor argentino, y su gran amigo Viggo Mortensen, participan en la película del director Lisando Alonso, Jauja (2014), un proyecto de amistad y riesgo, más que de contratos, en el que el director permanece fiel a lo experimental, con elementos que salen de su órbita fílmica con destreza.

No hay nada gratuito: el formato 4:3 rescata el western pero no lo deja ser sólo crónica de los hechos; el silencio inducido de sus personajes; el minimalismo temático, en una poética lejana que cabalga en dirección opuesta a la luz que peca por su poca naturalidad. Lejana por contemplativa, poco natural por la luz que hace visible la labor razonada del trabajo de edición. Hay elementos que no aparecían antes en las películas de Lisandro Alonso como: utilizar actores profesionales, trabajar en presencia de un escritor/guionista, la ambientación de época, aumento del diálogo, filmar más de 40 personajes o el giro fantástico en la narrativa.

“Jauja” es el nombre de una tierra mágica, inabarcable dentro del espacio de la imaginación, en la que cualquier viajero que emprenda su búsqueda se perderá. Las habladurías de las personas extenderán el mito y lo confundirán entre el teatro de la mente y el de la ficción. Entre habladurías y rumores. Jauja es un rumor colectivo que muestra a varios personajes en el ocio y el descanso, justo antes del baile del ministro de guerra o antes de salir al desierto para encontrar pruebas materiales de los asesinatos del general Zuluaga. Estamos situados entre el fin de la vigilia y el sueño, entre el quehacer y los actos oníricos, en algún lugar de la Patagonia, al sur de Argentina. ¿La historia? Un padre busca a Ingeborg (Viilbjørk Malling Agger), su hija, que ha escapado con un soldado criollo. Las huellas de su hija extravían al padre, el capitán danés Gunnar Dinesen (Viggo Mortensen), dentro de una naturaleza que no guarda silencio, se interioriza en el personaje. Así, nuestra visión estará a la expectativa de lo invisible, de una búsqueda constante.

Hay una infancia de los signos, en el que  un significado y un significante deben proporcionar las coordenadas del mapa que la mente organiza en las acciones. Mucho se alude, ese es el gran mérito, que puede cansar por ratos, pero por otros, si se encuentra la empatía adecuada, puede llevar a una cueva en medio del desierto para desenredar una narrativa sigilosa y fantástica.

Los personajes parecen constelaciones, luminosos algunos por su quietud y sosiego al involucrar algo más que la historia que se cuenta. Desarrollo de un silencio que lo alimenta todo. La manera de recorrer los exteriores de la mano del finlandés Timo Salminen, que filma el viento y cuenta una narración más esencial: la acción de la naturaleza. Timo Salminen, el fotógrafo habitual de varios largometrajes del gran Kaurismäki, da una clase de personalidad al recorrer los exteriores y dejar fija la cámara cuando la acción amerita más espacio que temática. Ahí encuentro una virtud del filme: en el espacio.

Los terratenientes, indios, extranjeros, criollos, sargentos o esclavos…  interesan a Alonso como abanico de efectos, no como hechos en sí mismos de procedencia. De ahí que el desarrollo del contexto pase a segundo plano. En una catapulta de zonas fantásticas, la búsqueda del sargento da pie para intuir lugares esenciales. La incertidumbre es parte del montaje de Alonso, que visualiza una atmósfera y la proyecta. La película pertenece al espectador, que cambia y se mueve, gracias a los brincos temporales y espaciales. Las imágenes sin acción son instantes de plena conciencia visual.  Los tres momentos de ruptura, en el filme son cruciales: el desierto, la cueva y un cambio temporal-espacial a una casa. El giro espacio temporal será el distintivo. Es el espacio el que nos presenta a los personajes; no los personajes el espacio. Esa forma sutil de mirar, da inicio a la exposición de la sensibilidad depurada de un finlandés en la fotografía, un director argentino, actores daneses, para representar un lenguaje entre varias lenguas: se habla francés, danés, castellano, alguna lengua indígena… para simbolizar la construcción de una nación, pero sin agotarse demasiado en ello.

Queda en el aire una buena cuestión, si los rumores cohabitan el mito de Jauja, en la medida en que el conocimiento se corrompe por habladurías, cada movimiento del general danés, en el desierto, es parte de un rumor que sólo vive en su memoria. Será realidad de la memoria, como espacio intuido, nunca descifrado, referido, más allá de la construcción de un saber que puede hacerse colectivo. La invitación es asomarnos a un sueño privado, el de un capitán danés en la búsqueda de su única familia: su hija. Entre el rumor colectivo de un mito que crece en la memoria de los hombres: Jauja.

 

 

Paisajes voraces

por María Vaquero Pérez

 

Al ver Jauja (del director de Liverpool, 2008 y Los Muertos, 2004), retumba en nuestra cabeza la cita del filósofo griego Aristóteles, “La naturaleza nunca hace nada sin motivos”. En un formato de diapositiva, filmado en 35 mm y con ciertos aires de documental, Alonso cuenta la historia del capitán Gunnar Dinesen, ingeniero en el ejército argentino durante la conquista del desierto en el siglo XIX. Desde el momento en que su hija adolescente Ingeborg se escapa y él sale a buscarla por el desierto, comienza su viaje hacia ninguna parte. El motivo de la escasa explicación narrativa respecto a este film, es que sus paisajes están tan hambrientos que devoran todo a su paso.

El paisaje es el verdadero testigo de lo que ocurre en la película, y no el espectador. “El desierto se come todo”, avisa el militar Ángel Milkivar, y cuando vemos que muchas acciones ocurren en fuera de campo mientras nosotros sólo vemos el encuadre fijo de un bello paisaje, nos damos cuenta de que el paisaje no nos deja ver. Vemos dos adolescentes medio desnudos, varios muertos, un aborigen que se guarda un pelo rubio en el pantalón, la aparición de un perro y una señora danesa que vive en una cueva. Pero, el paisaje no deja ver el sexo, el asesinato, las historias anteriores de los invitados pasajeros en este film o las intenciones y pensamientos del protagonista. Cuando se nos presenta a Viggo Mortensen a través de su reflejo en el agua y no directamente, nos damos cuenta de que estamos viendo lo que los paisajes y la naturaleza nos permiten ver.

Lisandro deja claro que a partir de la aparición del perro en el camino del capitán Dinesen, la película se convierte en algo muy diferente. El protagonista se duerme en una roca bajo las estrellas y ahí comienza lo experimental, narrativamente hablando.

No es común encontrarse a una mujer danesa con un vestuario pomposo, que vive en una casa-cueva amueblada con dos sofás y que dice ser, a ojos de todos, la Ingeborg desaparecida hace más de treinta minutos de película (con unos años de más). Esto está justificado, ya que la idea de que el padre no vea que su hija se ha hecho mayor existe desde el principio de la película, pero el director argentino nos ha querido hiperbolizar el hecho mostrando a una señora que nada tiene que ver ya con una adolescente. Vuelve aquí, de nuevo, la frase “el desierto se come todo”. Ineborg desaparece y el desierto se come su inocencia, su virginidad y muchos años de su vida.

Jauja es un filme que muestra el mundo. La luz (muchas veces artificial), el paisaje hipnótico y la composición que integra forma y fondo, confirman la idea de que los personajes son un elemento más de la naturaleza representada, y es por ello que éste hace y deshace a su antojo en sus vidas.

 

02.03.15

Mr. FILME


@FilmeMagazine
La letra encarnada de la esencia de F.I.L.M.E., y en ocasiones, el capataz del consejo editorial.....ver perfil
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