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FICUNAM 05. Pasolini

por Julio César Durán

 

El pasado miércoles 25 de febrero, entre las promesas de cine imposible de ver, de atrevimientos fílmicos formales y del ritual pase de lista de los 43 aún desaparecidos normalistas de Ayotzinapa, comenzó la quinta edición del Festival Internacional de Cine de la UNAM, con una película que ya se antojaba en nuestro país desde hace meses, el Pasolini (2014) de Abel Ferrara. Aquí una breve impresión.

 

Pier Paolo Pasolini, hombre de una vida estético-político-sexual que cuestionó las maneras más tradicionales de la Italia de mediados del Siglo XX y más (por supuesto, de otros singularmente conservadores puntos del globo), es traído a nuestros días en el momento más oportuno posible. En plena Tierra post-apocalíptica, sí, ésta que vivimos y que ha sido anunciada ya por el mismo Pasolini –la profética y elocuente frase-motivo del presente filme “Estamos todos en peligro”– también reflejada por Ferrara en su 4:44 Last Day on Earth (2011), el poeta radical que intentó transfigurar las revoluciones intelectuales se encuentra con la aspereza de quien por derecho propio se adueñó de una lírica cinematográfica dentro del imperio norteamericano: un rapsoda visual es cantado por otro tras 40 años de su muerte.

La mesura de un relato que acapara los últimos pensamientos de Pier Paolo Pasolini, converge con el buen gusto de una fotografía en tono mate que va de la mano con un cuidado diseño de producción, que se ha mirado bastante en la filmografía de Abel Ferrara (aunque jamás de la forma en la que se puede ver aquí). Pasolini da un giro de 180° con el que da la espalda a las biopics  vacías que a cada tanto se producen en Estados Unidos y consigue edificarse en algo más allá de una cronología, es decir, aquí no vemos una relatoría de la vida del cineasta italiano sino más bien un retrato ficcionado (léase idealizado y conceptualizado) del personaje.

Ferrara, el rasposo italoamericano sin cabello engominado se sale de su estilo habitual para observar al polémico y provocador Pasolini, a quien configura al mínimo, como una suerte de héroe trágico, tan melancólico como taciturno. El realizador oriundo de Bolonia (y quien dejara este mundo en el otoño de 1975) se ve aquí filtrado por una imaginería que pareciese diseñada por Lou Reed. La película sí nos arroja a la mirada a aquella figura cinematográfica con toques de insurgencia pero que queda a deber, si acaso, algún trazo más vivo de los últimos momentos del director reapropiado.

El metacine es emotivo, si se quiere incluso funcional, con el rapsoda diegético (Willem Dafoe) que trae a cuentas una inflexión de sus interpretaciones a partir de trazos divinizados de su Cristo y su anticristo, mismos que explotaron en otro punto del diagrama de emociones con el Duende Verde, razones poco gratuitas para que el rapsoda extradiegético (Abel Ferrara) lo coloque en una posición entre cámaras –o entre pantallas– y también, rescata con su dirección de actor a los trazos de celuloide del vampírico Max Schreck y el televisivo John Carpenter. Todos, desde el Pasolini de Dafoe, encuentran un gesto aquí.

Por otro lado, es evidente que Ferrara hace de Pasolini un personaje/historia que cojea, hace falta más poesía, más blues, más revolución, más atrevimiento. Si bien se trata de los últimos pensamientos y respiros de Pier Paolo, cabe resaltar cierta palidez en sus sentencias, aunque no por ello las frases arrojadas en su última entrevista pierden aquella inquietud insurgente.

No obstante el parco bosquejo ofrecido por el neoyorkino, el resultado metacinematográfico es una maravilla. Más que acompañar a la imagen, la legendaria música de El evangelio según San Mateo (1964) con su Gloria al estilo Misa Luba y la monumental Cavatina di Rosina interpretada por Maria Callas en Medea (1969), contrapuntean una imagen fina, lejana a la porosidad visual de ambos rapsodas. A ello se suma un último guiño de Pasolini con su actor fetiche, Ninetto Davoli interpretando a Epifanio (nombre más revelador no podría haberse hallado), quien se encuentra a sí mismo cual mensajero divino (interpretado por Riccardo Scamarcio) y con Adriana Asti, quien fuera descubierta y lanzada al olimpo fílmico gracias a Accattone, aquí transfigurada en la madre Pasolini.

Abel Ferrara no pretende indagar en el crimen donde el joven Pino Pelosi llevó a la muerte a Pier Paolo Pasolini, ni conjetura con ninguna de las teorías lanzadas con el paso de las décadas sobre este tema, lo único que alcanza a presentar, al igual que sus tiempos oníricos que representan los grandes planes futuros del director entre-pantallas, es una violenta y explícita huida de la Tierra en una playa de Ostia, Italia, debajo de un lujazo Alfa-Romeo.

 

03.03.15

Julio César Durán


@Jools_Duran
Filósofo, esteta, investigador e intento de cineasta. Después de estudiar filosofía y cine, y vagar de manera "ilegal" por el mundo, decide regresar a México-Tenochtitlan (su ciudad natal), para ofrecer sus servicios en las....ver perfil
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