Competencia internacional
por Amado Cabrales
Hay un cometa llamado FICUNAM, que anualmente nos deleita al desprender de su estela toda una lluvia de estrellas fugaces, las cuales no sabemos si volveremos a ver en el firmamento de una sala de cine. Nos colma ahora con un objeto alienante, que quisiéramos creer único, que en lugar de producir luz, la traga en una especie de implosión absurda del sentido, que lejos de la espectacularidad de un hoyo negro (Beckett, es un ejemplo) se acerca más a una coladera en donde se te caen las llaves.
El panorama: este es un film que documenta al antiguo editor de Samuel Beckett viviendo en un sótano de forma solitaria, rodeado de sus libros. A momentos rememora al famoso autor con el cual alguna vez compartió vivencias. Le vemos tratar de entrevistar a la actríz, hecha un fantasma, más apreciada por el dramaturgo, y cómo ésta no recuerda relativamente nada. Vemos la carencia de recuerdos precisos y la construcción de una identidad a partir de una memoria fragmentada y frágil. Es posible entonces que estemos por observar una reflexión en torno a el cine, la memoria y la ficción bajo un mismo lente.
Esto en los primeros minutos augura algo. Avanza el tiempo, y lo que pareciera haber sido un efecto momentáneo, si acaso curioso, se vuelve reiterativo, invasivo. Una serie interminable de cortes a la pantalla de cuadros en negro en los cuales se continúa el audio pero no la imagen. “Ritmos” acompañados de repetitivas tomas con el objetivo borroso del cráneo del veterano editor, Calder. Uno entonces especula y trata de seguir el juego, pero para lamentación del espectador, el hermético sentido que ha creado el director, o la vacuidad en la que gira la experimentación es, en sí mismo, la destrucción de la interpretación.
Si el vacío es una aspiración, la cual busca una aproximación a la teatralización de la realidad o el punto en que el ser se ficciona a sí mismo el actor-sujeto, este cuadro en negro es entonces un pleonasmo a manera de silencio, es un aditamento carente de valor, en tanto que donde se introduce es a su vez una nada, nulidad en medio de la nulidad. Orquesta de silencios y pretensiones. Hecho increíble es que, en una supuesta era semiológica, el realizador haya creado una máquina perfecta de la nada, un limbo que va en dirección contraria de la máquina beckettiana que, por medio del lenguaje, y su lógica crea las lagunas de la sinrazón. A los engranajes de esta máquina poco le interesa el lenguaje de la imagen.
El director, al ser entrevistado, en lugar de expandir las proposiciones de su obra, cancela tajantemente todo diálogo que no sea un elogio o una afirmación de su encriptado monólogo: cercena toda interpretación bajo un simple “Eso no me interesa”, acto reduccionista que limita toda multiplicación de la imagen y nos deja, y aplico esta metáfora desde sus imágenes, como dos cabezas guillotinadas, carentes de una conexión con lo real, o de irrealidad irrealizada en este caso, que en los escasos minutos de conciencia que les quedan se dedican a simplemente a especular mediante pestañeos, sobre lo que han perdido ya sea sus cuerpos, u 80 minutos de sus vidas.
04.03.15