por Adolfo Abraham Cruz Carbajal
“Hasta que la muerte los separe”, reza el juramento que sella las uniones matrimoniales en la tradición cristiana y que se ha vuelto una frase del imaginario colectivo para justificar el amor y la fidelidad incondicional entre una pareja que toma la decisión de unir sus destinos con el objetivo de formar un hogar, y principalmente, una familia a la cual se deberá sustentar y proteger de todas las adversidades que se presentan en la vida cotidiana.
Fuerza mayor (2014), filme sueco del cineasta Ruben Östlund y que ganara el premio del jurado en la sección “Una cierta mirada” del festival de Cine de Cannes en 2014, cuenta la historia de Emma y Tomas, un matrimonio aparentemente feliz que decide pasar las vacaciones en un lujoso retiro en los Alpes franceses junto a sus hijos Vera y Harry. Un matrimonio casi perfecto que parece salido de una postal, de hecho la película nos muestra desde el inicio a esta familia tomándose fotografías con el paisaje de los alpes nevados de fondo.
Un retrato familiar casi ideal como en el filme austriaco de suspenso psicológico, Funny Games (1997) del cineasta Michael Haneke, donde de igual manera, se muestra al inicio del filme a una familia feliz que regresa a su hogar, pero conforme avanza la trama dicho retrato se irá resquebrajando poco a poco al sacar a la luz las debilidades y los miedos entre marido y mujer. De hecho, un filme más encuentra resonancia y que vale la pena recordar: El Resplandor (1980) de Kubrick, en el cual la familia decide aprovechar la nueva oportunidad del laboral del transtornado padre, Jack Torrance, como vigía invernal en un hotel, para pasar unos días de retiro vacacional.
En Fuerza mayor, todo parece ir normal en la rutina vacacional de la familia con sus actividades de esquí las cuales se dividen en días a la manera de capítulos de un libro, día uno, día dos, etc. Todo ello enmarcado con las constantes explosiones que provocan avalanchas controladas, sonidos estruendosos que parecen hacer juego con la banda sonora de la película como advertencia de que algo se avecina.
En el segundo día de esquí, la familia decide tomar el desayuno al aire libre en un balcón con vista a los alpes, en plano fijo que nos da una panorámica de los comensales en contraste con el inmenso blanco del paisaje. De pronto se escucha una explosión a lo lejos, a Emma comienza a coreerle los nervios, pero su esposo Tomas mantiene la calma y le recuerda que dicha explosión es parte de la rutina de avalanchas controladas, pero mientras hablan aquella inmensa mole blanca se acerca y los cubre en una nube blanca hasta que no distinguimos absolutamente nada más que la voz de Emma llamando a su esposo, todo ello en plano fijo como si el director nos mantuviera en la misma tensión de los personajes ante semejante evento de fuerza mayor.
Cuando descubrimos que aquel evento no pasó a mayores consecuencias, vemos a Emma desconcertada calmando a sus hijos y en búsqueda de Tomas para después verlo ingresar a la escena nuevamente y regresar con su familia. A partir de ese momento Emma toma una actitud de indignación ante la reacción de su esposo quien al parecer por miedo optó por salir corriendo con su celular para protegerse de la avalancha en vez de haber sacado a sus hijos y esposa de ahí.
Este evento desata lo que parece ser una guerra interna entre la pareja, un conflicto que comienza a tener proporciones de igual magnitud como metáfora de aquella avalancha, y es Emma quien da el primer golpe exaltando su instinto maternal en contraste con la “cobardía” de su esposo y no mide en restregárselo hasta el cansancio cuando están en compañía de otros turistas.
Y como si se tratara de una infección viral, la histeria de Emma, similar a la del personaje de Claire en Melancholia (Von Trier, 2011), contagia a otra pareja de turistas que discuten la situación de Tomas, inyectando a la trama de cierto tinte cómico que pone en duda las relaciones de pareja y plantea la pregunta ¿con quién diablos me casé? Por tanto, el quiebre de Tomas es inevitable y se presenta un cambio de roles donde ahora Tomas es el afectado, lo que aflora sus debilidades como esposo.
“¡Tú lo puedes aguantar, por eso te casaste conmigo!” le grita el personaje de Martha, interpretado por Elizabeth Taylor, a George, su esposo en el filme estadounidense ¿Quién le teme a Virginia Woolf? (Nichols,1966), que de igual manera pone en pie de batalla a dos matrimonios que aparentan estabilidad pero conforme avanza la noche y los vasos de alcohol desfilan ante sus narices, comienzan a despedazarse con sus comentarios los cuales son más hirientes que cualquier arma letal.
Por citar otro ejemplo cinematográfico, en Carnage (2011) de Roman Polanski, dos matrimonios discuten sobre una riña entre sus hijos y deciden tomar cartas en el asunto de la forma más civilizada posible, pero vemos que su instinto protector hace caer esa fachada amable y poco a poco empiezan a decir lo que realmente sienten a la manera de Martha y George o Emma y Tomas que hacen uso del lenguaje como arma mortal para destrozarse el uno al otro.
Fuerza mayor, se presenta como una propuesta original ya que al igual que los otros filmes, opta por mostrar las debilidades y los prejuicios dentro los matrimonios y logra darle una cachetada a las apariencias de la fidelidad familiar por medio del absurdo en las actitudes de Tomas y Emma después de aquella avalancha, como si se tratara de una histeria colectiva que muestra el verdadero rostro de esa tensión en punto de ebullición en las relaciones de pareja y que hace que pensemos dos veces antes de dar el “sí acepto” en el altar.
09.03.15