Los animales confían en ella, pero ella emplea esa confianza para liquidarlos.
¿Qué lección cabe aprender de eso?
Desgracia, J.M. Coetzee
por Carlos Rgo.
Lili es una chica común que tiene un perro extraordinario: Hagen. Ambos tienen una conexión sinigual en medio de un caos que desmorona su relación, al menos en apariencia. El problema es que ella tiene un perro que el Estado se niega a dejar en paz si no se paga una cuota determinada. La ley es inapelable. Las personas que tengan perros de razas no puras deberán pagar un impuesto o sus mascotas acabarán en la perrera. Órdenes absurdas y la neurosis del padre de Lili acaban por abandonar a Hagen debajo de un puente.
La película inicia con la visión de Lili en la superficie de su conciencia. Las calles desiertas de Budapest son el escenario. Gracias a un flashback, inicia la vida de Hagen entre seres humanos despreciables. De un melodrama a una película de terror, Hagen y yo (Mundruczó, 2014) repara en la tolerancia y la falta de ella, para seguir el amor que Lili siente por Hagen en una sociedad que destruye la quietud antigua entre ideas y una única naturaleza.
Del drama familiar, al bloque apantallante de secuencias de terror y venganza, el tono probablemente sea la principal debilidad de la película. Pero, ¿a quién le importa? No estamos ante un Cujo elaborado por Stephen King, sino ante un Hagen filmado por Mundruczó. Sobrarán los símiles para encontrar animales como actores de sus instintos: en George Orwell, James Herbert, Franklin Schaffner, Samuel Fuller, pero sin llegar al grado de un Alfred Hitchcock.
Hay que recordar que el director Kornél Mundruczó hace una adaptación libre de la novela Desgracia, publicada en 1999. Le pone nuevos rostros a las intenciones que Coetzee describe en la historia de David, Lurie y su hija Lucy. La novela es brutal. Desde el inicio hay una fina narración que incorpora una fauna estampada en las acciones de todos los personajes. Crea puentes entre el comportamiento humano y el comportamiento de animales como víboras, zorros, conejos, cucarachas, mariposas, perros… y más. El capítulo 11 de la novela es el que inspiró al director húngaro a dirigir su último largometraje. Ese capítulo es la clave de la novela, en él hay una masacre, y a partir de ahí, la violencia de la peor de las pesadillas: la humana.
El director húngaro muestra la animalidad de los humanos, que a merced del espejismo de la razón, permanece desordenada, a veces oculta, por ratos olvidada, pero siempre inamovible. Una dirección distinta a favor de una visión compartida por el escritor y el cineasta.
Los perros acabarán con nosotros, con nuestra supuesta parsimonia moderna ante el trato que les damos. El apotegma “el perro es el mejor amigo del hombre” será enjuiciado. Los perros están listos para asesinar a los humanos. Ojo: pero no a todos. Si nuestra naturaleza está domesticada por intereses de poder, esa línea argumental ayudará a Mundruczó para arrojar una parábola al espectador: las palabras nunca serán el principio de la comunicación; sí la música y los gestos, es decir, la musicalidad de la naturaleza.
Basta recordar que el ejercicio de adiestramiento con los perros que aparecen en el filme fue una labor sobresaliente para reconocer la inteligencia de una raza que no sólo nos entiende, también nos permite ficcionalizar sobre las minorías y cómo estas pueden salir a encontrar el territorio que les pertenece. De forma simbólica o inconsciente, Hagen y yo colorea un carmín que recorre nuestras venas al ritmo de la Rapsodia Húngara de Franz Liszt. “Cine imperfecto pero vital, inquieto y entregado en buena medida a fuerzas irracionales”, como diría alguna vez Fanny Farber de alguna película que no recuerdo ahora.
01.04.15
@Rgock
Con estudios en Letras Hispánicas y FilosofÃa, se interesa por las artes plásticas y el cine. Actualmente escribe una tesis sobre literatura mexicana del siglo XX y cursa un seminario sobre teorÃa y crÃtica para abordar la imagen y las prácticas fotográficas.
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