por Josefina Gámez Rodríguez
a Puebla
Siete películas después me decidí reposar viendo la más reciente entrega de Rápidos y furiosos para darme cuenta de que se trata de una de las series más conmovedoras que el cine norteamericano haya concebido después de Lo que el viento se llevó (Fleming, Cukor y Wood, 1939). Ni necesité ver las otras, pues una de las integrantes de la gran familia carburante, Letty Ortíz (Michelle Rodríguez maltratada) sufre amnesia y se le va curando a punta de flashbacks…
Desconociendo todo con respecto a los pasados filmes de Vin Diesel al volante, pagué este viaje en tercera dimensión sin esperar más que decepcionarme de los arrancones. Para mí la última película de coches es la primera que se lo tomó en serio y las mató a todas: Punto límite: cero (Vanishing point, Sarafian, 1971), y de ahí no pasa ni la trilogía (hoy a punto de volverse franquicia) de Mad Max, que es más bien un psicomelodrama cacofónico de motores. Y este nuevo proyecto cinematográfico-empresarial que es Rápidos y furiosos no vino a contar nada nuevo en torno a los autos, a los que se continúa viendo como medio de transporte y de expresión unívoca del combustible fósil (cfr. Cars de Pixar-Disney), nada más.
Lo que Fórmula 1 es a la venta de chatarra, Rápidos y furiosos es a la proyección de las ilusiones de la misma chatarra, ya se intuye, pero la novedad es que en la empresa fílmica se negocia también con el corazón. Tanto, que artificiosamente (bendito montaje) se trajo de la muerte a su único protagonista waspie, hoy conocido como Paul “Lázaro” Walker, a la que podría ser su penúltima película ya post mortem (¡!).
Al conquistar sistemáticamente todos los continentes que interesaba que co-produjeran la saga (Asia), los megamusculosos hombres de Los Angeles (Toretto/Diesel y Hobbs/The rock), unidos a un simpático reparto-cuota-racial, se dan a la tarea de ganar otra medalla de carreras: Europa. Para ello exhiben como loco villano al forajido y justiciero máximo que reina en el viejo continente, El transportador (Jason Statham corrioso) y se proponen aniquilarlo lenta y dolorosamente. Grave error. El inglés, ofensivo, siempre va más rápido y está más encabronado, a pesar de que la penosa familia carburante tiene de su lado al servicio secreto de su nación-Hollywood encarnado por ¿quién más? Kurt Russell (como Snake Plissken del Escape de Nueva York de Carpenter, 1981), para completar el collage referencial.
Ya inmersos en el tema central –la batalla intercontinental entre grandes conductores de películas–, tenemos las secuencias límite que entrelazan con un poco de adrenalina este filme del corazón: el asalto en las montañas del Cáucaso, el vuelo entre las torres Jumeirah y Etidah, en Dubai, y la destrucción total de barrios enteros en Los Angeles, un todo digital en el que la única lógica visual es la del escape en un juego de video sin pasar por la reflexión. En estas secuencias de mucha acción se apuesta por el acompañamiento de una cámara nerviosa (que, por si fuera poco traerla al hombro, reacomodan su eje a placer, su vertical), un montaje intimidante (la parte que acelera lo que sucede en el cuadro) y comentarios fáciles y simpáticos (en realidad el verdadero trabajo de los guionistas de esta clase de películas –jamesbondazos desclasados– es proyectar un entramado que lleve a los personajes de un país-locación a otro) antes que todo, es la prioridad: conservar la infancia de los espectadores que creen que una película es una montaña rusa.
¿Y qué mejor objeto visual para el cultivo de un infantilismo expectante que, por un lado las nalgas y las tetas, y por otro lo conmovedor? Y en esta película unas las hay por kilos y lo otro chorrea a lo largo de varios minutos, incluidos los últimos 10 insoportables minutos, dedicados a la memoria del muerto Walker que, en idiota metáfora literal, se bifurca en su camino, distinto del de su “hermano” carburante Toretto, que amenaza ¡tan sólo con su mirada! sentar cabeza y hacerse de una innecesaria familia con vacaciones permanentes off the Florida Keys.
Rápidos y furiosos 7 (Wan, 2015) es, al final, un compendio de postales estáticas esperando el "acelere" de la justicia por propia mano como preeminencia nacional, de nuevo onanismo estadounidense que vende palomitas en todo el mundo.
21.04.15