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Del arte de notar que ella es una perra: 50/50
Por Alex Moreno Novelo

Incertidumbre al vivir o certidumbre de la muerte. Incertidumbre mortal o vital certidumbre. Con un tono de justa lejanía ante cualquier insufrible solemnidad, el filme de Jonathan Levine (director) y Will Reiser (escritor) se permite exponer las incongruencias con las que “de pronto†nos permitimos sub-vivir y deriva cómicamente en la certeza que aun con/sin estas ir/regularidades pere-seremos.

50/50 (2011) versa ligera y oscuramente sobre la afrenta que Adam (Joseph Gordon-Levitt) tiene, inadvertidamente, no sólo con un mortífero cáncer espinal, sino con un grueso e indigesto resumen de aquello con lo que día a día se ha dejado mal-vivir/bien-morir. El filme diseca tersamente esos pequeños tumores que van implotando, haciendo metástasis y cediendo entre agrios sabores de insatisfactorio/doloroso sexo y las dulces/etéreas últimas cervezas.

Se devela una verdad: ella es una perra. La vida, sí, pero también la novia (aquí de nombre Rachel y con Bryce Dallas Howard como intérprete). Traidora/s a quien/es te has encadenado, incluso muy a pesar de que tu gordo, desesperante e intensamente tierno y fiel Pepe Grillo/mejor amigo (Seth Rogen) te ha advertido de ella —no en su contra, sino por tu bien—. Te permites ser abandonado y cargar con el grillete de su fría, fría, fría/pelirroja belleza y su vacuo arte de hacerte sentir amado/malquerido.

Se devela otra verdad: ella es una perra. La novia, sí, pero la muerte, también . Te deja ver al bastardo/bruto en que te has convertido. Perra tan leal que lo revela a través de los lamentablemente novatos y peculiarmente re-lindos ojos de tu única, desconocida, extraña e inocente consejera (Anna Kendrick). Eres, pues, no más que una escabullidiza bestia, archi-crítico nihilista, buscón/collón del amor. Y no de cualquiera, sino de aquel que siempre estará ahí, quizá tan infranqueable y grávido como el remordimiento, pero ligero y frágil como la memoria.

El muy personal/discreto discurso fílmico de Levine y Reiser se permite acompasarse igualmente por las sencillas/certeras labores cinefotográficas de Terry Stacey y un punto-contra-punto emocional/emocionante de entre el score original de Michael Giacchino y la curaduria indie-pop del soundtrack a cargo de Jim Black y Gabe Hilfer. El montaje preciso, quizá básico, quizá perfecto (Zene Baker), corresponde al deseo narrativo de contacto con el espectador. Afable conjunto de esfuerzos coronados y proyectados por un elenco (plus Baker-Hall, plus Anjelica Huston) que, aun encontrándose en ensamble inédito, se trastocan simple y sensiblemente entre sí y para con el público. Personajes arquetípicos y quizá estereotipos vistos muchas veces antes en el cine gringo, sí, pero muy pocas veces tan bien, tan personalmente precisos, casi únicos.

50/50 colabora así con una menospreciada, pequeña y casi indistinguible ola de gran comedia estadounidense [Prime, The Break Up, Everything Must Go, Sideways o la multi-relacionable (500) Days of Summer] que, en usanza de los clásicos de su mismo género cinematográfico y origen geográfico, intentan dejar escatologías, mal-chiste-filias y demás gringadas atrás. Buscan entre humildes travesías cómicas re-cautivar a su público, re-capturar el lado afable de la vida/muerte aun entre sus paisajes tibiamente nebulosos o desprovistos de levedad, con un paso suspendido, pero, esperemos, de eterna reconstrucción.

24.02.12

Mr. FILME


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