por César Flores
El realizador uruguayo, Rodrigo Plá, hace alusión a esas miles de sensaciones que terminan de a poco con la cordura del ser humano, entre ellas, la desesperación. Un monstruo de mil cabezas (2015), consiste en la búsqueda apremiante por un medicamento con el fin de salvar una vida, rebasando los límites que producen las relaciones humanas.
La novela homónima, escrita por Laura Santullo (aquí coguionista de Plá), es concebida con monólogos en primera persona por parte de la protagonista, sin embargo la película es lo contrario, pues es filmada con la ayuda de puntos de vista, acciones y consecuencias que son obra de los personajes que vemos en pantalla, y no como resultado del diálogo interno de la mujer que tenemos como interlocutora principal, algo que se aplaude, pues los recursos de novela negra funcionan mejor en ese modo.
Este largometraje mexicano experimenta con una profundidad de campo reducida, enfocando y desenfocando componentes de los planos, obstruyendo el paso a la distracción visual. Durante sus 74 minutos de metraje la cinta no aburre, porque detrás de un problema existe otro de mayor tamaño. Si nos enfocamos en el papel de Sonia Bonet, interpretada por Jan Raluy, nos vamos a dar cuenta que el monstruo está en ella (en su gigantesca actuación) y en su batalla contra la corrupción que ofrece el sistema de salud de la Ciudad de México; un cuento idílico de principio a fin que llegará hasta sus últimas consecuencias.
Sonia es brutal e ingenua en su haber, pues sus acciones requieren de cierta especie de violencia involuntaria. Un monstruo de mil cabezas, podrá catalogarse como una comedia negra mexicana, pero el espectador termina por tomarla muy en serio, sobre todo si de competencia se trata.