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La cumbre escarlata

por Brianda Pineda

 

¿Qué es un fantasma?
Un evento condenado
a repetirse.
El espinazo del diablo
, Guillermo del Toro

 

Y yo trato de escaparme de esa forma de morir,
de ese cincel con que quieren modelar mis facciones.
El fugitivo
, José Carlos Becerra

 

El horror es el vientre donde anidan los fantasmas, seres cuya materia es la eternidad no son sino consecuencia de crímenes y exaltadas pasiones llevados a un escenario por gracia humana: la guerra, el asesinato y su tregua caleidoscópica de formas soñadas por la razón, la fatalidad de un amor no correspondido. Dramas de carne y hueso que, tras la vida, por un sentido inexplicable desafían tiempo y espacio convirtiéndose en una muerte presente. Los tormentos del alma humana y la perversidad a la que puede entregarse cualquiera de nosotros por cumplir un deseo engendran acaso las raíces invisibles de aquellos personajes a los que de niños tememos y de grandes ahuyentamos pues hemos descubierto la fragilidad de la línea que separa a la realidad de la ficción.

Así como la locura y sus disfraces viciados es tema recurrente en la filmografía de Darren Aronofsky—Réquiem por un sueño (2000), El luchador (2008) y El cisne negro (2010)—, la pasión visceral y su feria a la que asisten personajes marginales en el caso de Luis Buñuel —El bruto (1952), Ensayo de un crimen (1955), La joven (1960) y Viridiana (1961)— y el misterio con una inclinación por lo grotesco y onírico si hablamos de David Lynch —Terciopelo azul (1986), Carretera perdida (1997) y Mulholland Drive (2001)—, a la poética de Guillermo del Toro corresponde una obsesión fantástica e histórica por el terror y los fantasmas.

La cumbre escarlata (Crimson Peak, 2015), su última película estrenada hace apenas unas semanas sorprende al mostrar una nueva faz cinematográfica del director mexicano. No es descabellado pensar que la médula e inspiración de la trama es literaria: hay un aire enrarecido por la soledad de las cumbres, ideal escenario a la hora de ilustrar pasiones prohibidas, atmósfera propicia a la genialidad arquitectónica de Allerdale Hall. Se trata de una casa donde lo enigmático del incesto, gracias a la frívola sensualidad y belleza serena de Lucille (Jessica Chastain), la hermana de un melancólico pero intrigante en su formalidad, Sir Thomas (Tom Hiddleston), está a la altura del tormento cuyo eco aún resuena en la memoria de todo aquél que ha tenido el placer de merodear por las Cumbres Borrascosas (Wuthering Heights, Emily Brontë, 1847), insólito lugar donde transcurre la más terrible historia de amor jamás contada: Catherine y Heathcliff, pareja cuya unión es imposible según las buenas costumbres de una sociedad que juzgaba la unión de una muchacha educada y de buena familia con un salvaje y pobre joven que creció lejos del refinamiento propio de las personas inteligentes y su inclinación a las formas cultas como un sacrilegio, habrán de perseguirse aún después de la muerte. El sufrimiento es prueba de la insoportable belleza oculta en el amor que hay entre dos almas. El horror, una vez más, antecede al terror.

La nostalgia histórica —por un lado, entrañable desde aquél orfanato aislado como buen refugio contra la crueldad perpetuada durante la guerra civil española (El espinazo del diablo, 2001); por otro, en el centro del bosque encantado donde se planeó, como toda estrategia militar, el futuro inmediato de la misma guerra (El laberinto del fauno, 2006)— es revolucionada ésta vez a otras alas, ciudades de una Europa situada a finales del siglo XIX, donde va entretejiéndose un plan macabro que no revelaremos para el espectador curioso que aún no asiste a la gran pantalla; la casa donde ocurre la conspiración es en sí misma un hermoso fantasma. El indudable acierto de Guillermo del Toro y su producción es encarnar, através de ella, los vestuarios y objetos que dan sentido a las acciones de los personajes, al viento y a su danza en otra época.

La orfandad, al igual que en El espinazo del diablo (hasta ahora la más lograda de sus películas), es carnada para la bestia invisible de la fatalidad que amenaza, en su pacto siniestro con lo eterno, con convertir a los desamparados en fantasmas. Santi (Junio Valverde) aún flota en el líquido amniótico del diablo que bebimos con temor hace una infancia, fascinados por la pureza fantasmagórica de sus apariciones, y la huérfana Edith (Mia Wasikowska) de Crimson Peak intenta desafiar su espeluznante destino, inventado a manos de la traición, ambición y maldad, esas furias capaces de instalarse en las profundidades de un corazón que ha amado mucho pero mal: los hermanos Sharpe son trágicos pues pertenecen, como Catherine y Heathcliff, a esos personajes dominados por la pasión y sus furias antes mencionadas, su condena es volver una y otra vez al lugar del crimen con la única finalidad de repetirlo.

Este filme es la historia de un Caín y Abel que antes de llegar al instante homicida enlazaron deseos, pasiones amorosas y carnales sin saber acaso del riesgo tomado ni de sus consecuencias. Es una historia de terror, sí, pero también de un amor hasta la locura

Cercano a los mecanismos fantásticos y al gusto por lo inesperado, Del Toro enuncia en La cumbre escarlata, una poética a favor de la metamorfosis de los personajes. Edith es así la presencia que llega y perturba el diabólico plan oculto en Allerdale Hall al contraponer una idea del amor con otra. Las fuerzas que insistimos en llamar bien y mal pelean en un escenario donde ha mutado la forma misma de los fantasmas. ¿Hay señales, gracias a la madre descarnada, de un acercamiento entre el director mexicano y los personajes malignos pertenecientes a la tradición cinematográfica oriental? Todo puede ser.

Con un ritmo que halla su mejor momento transcurrida la primera mitad de la película —cuando, confieso, estaba a punto de comenzar a creer en la caída del buen contador de historias— y una fotografía dinámica e irreverente en sus close-up's (que hacen de la cámara en sí un elegante fantasma), La cumbre escarlata nos recuerda que hay escritores, directores de cine y poetas que apuestan creativamente por afirmar el poder vital del amor, aún si, como Del Toro, han nacido para el luto*.

 

23.11.15

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* Aprovechando la ventaja poética del apellido del director mexicano, vino a mi mente un poema del español Miguel Hernández, muerto durante la cacería carcelaria de la Guerra Civil Española un 28 de marzo de 1942, su título: Como el toro he nacido para el luto. Aquí la primera estrofa:

Como el toro he nacido para el luto
y el dolor, como el toro estoy marcado
por un hierro infernal en el costado
y por varón en la ingle con un fruto.

Brianda Pineda


@brryanda

Xalapa, 1991. Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Veracruzana. Ganadora en dos ocasiones del Premio Nacional al Estudiante Universitario Carlos Fuentes. Ha publicado reseñas y artículos en La Palabra y el Hombre y reseÃ....ver perfil

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