por Marco Aurelio del Mezcal
Los espacios de placer juvenil, según los géneros de terror y suspenso, son un motivo para dar lecciones morales y hacer manifiesta la inmadurez de los protagonistas, en su mayoría adolescentes despreocupados. Los subgéneros del suspenso, en Norteamérica, han tomado una y otra vez el ambiente campestre para aislar a estos personajes y colocarlos en situaciones límite, donde sin ninguna ayuda estarán a merced del peligro más inesperado e improbable (según las idílicas expectativas que ellos tienen). ¿Qué pasaría si la amenaza no llegara de un agente externo, sino del mismo protagónico?
Summer Camp: Campamento del terror (2015) de Alberto Marini es una coproducción entre España y Estados Unidos donde la creatividad hispanoparlante le ofrece un grato giro a la fórmula de jóvenes en peligro durante una aventura bucólica. De hecho, el título poco tiene que ver con lo que veremos en los 81 minutos de duración del filme.
El argumento es básico: una pareja de chicos y una de chicas (1 español y 3 estadunidenses), serán los monitores en un campamento infantil anglohablante; la noche anterior a la llegada de los pequeños, mientras preparan una velada divertida, todo se tuerce y se ven atrapados en una violenta dinámica digna de cualquier película sobre “infectados”. La película en sí es un juego de supervivencia donde una misteriosa rabia aqueja a los protagonistas y los convierte en un peligro para sus compañeros.
Con tan sólo 3 personajes, una hacienda española abandonada y un misterio (que no necesariamente se propone resolver), Campamento del terror logra ser un divertimento que sobresale ligeramente del slasher común y consigue mantener tanto la atención como el suspenso de principio a fin, en una estructura muy similar a la que conocimos en [REC] (Balagueró & Plaza, 2007).
Sin pretender mucho, la película juega con las expectativas y conocimientos del espectador, indicándole el camino que seguirá el filme para después ir introduciendo pequeñas variaciones a los clichés que manejan los subgéneros del cine de suspenso. Por un lado, aquí no tenemos la tensión sexual del puberto gringo, misma que permite la moralina típica del terror, a pesar de que por supuesto se sugiere y pone la dinámica (en este caso el ménage à trois) en clave sangrienta durante toda la película; por otro, se advierte desde el inicio la mecánica cazador-presa, que se cumple de manera diferente al ir intercambiando la amenaza de uno a otro protagonista, cambiando al mismo tiempo los puntos de vista y la empatía por cada uno.
Sin embargo Summer Camp padece de lo que mucho del cine de terror, al menos en tierras norteamericanas, adolece hoy en día: menosprecia al público y siente la necesidad de explicar un argumento que por sí mismo se va develando a lo largo de la película. Es cierto que Alberto Marini evade diversos clichés esperados (y cae en otros); quizá no pretende modificar el canon de este tipo de filmes, pero sí se desploma al recalcar los detalles que por sí solos son evidentes.
El filme consigue sostenerse con el ritmo y velocidad con que se desarrollan las acciones (con sus respectivas consecuencias) de los personajes —tanto que las interpretaciones dejan de ser acartonadas a momentos—, situación desperdiciada al poner demasiada atención, a la vez que perder tiempo, en detenerse y recapitular los elementos que van armando la historia: los protagonistas le cuentan el resultado al público sin darle la oportunidad de realizar la ecuación.
Marini, quien ha trabajado en los guiones de las películas de Jaume Balagueró -quien funge por primera vez como productor al lado del prolífico Julio Fernández (quien ha estado detrás de la saga de REC y de algunos filmes de Brad Anderson)-, consigue un tono sólido para su ópera prima, no obstante tropieza al querer contarlo todo sin pensar que el espectador está para participar y seguir las pistas que el argumento le va dando. Incluso al cerrar con un emocionante epílogo, insiste y lo arruina con un voice over que regala información ya innecesaria (por si no entendimos qué pasó).
Sin más, Campamento del terror no es un filme ordinario pero sí se ve obligado a cumplir con la política del “cine de palomitas de maíz”, siempre preocupado por un mercado dócil, pasivo. Esperemos que la siguiente película de Alberto Marini, como director, sea más afortunada.
08.01.16